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Desde la India - 3 [REPORTAJE]

Hajipur-KatmandĂş, viaje a la tierra del techo del mundo (Segunda parte)

En Katmandú amanecía muy temprano. A las cuatro de la mañana ya empezaba a clarear y antes de las cinco el sol ya estaba levantado. El hotel en el que me hospedé estaba justo al lado de un edificio colonial británico que se encontraba en desuso o de camino a la ruina. Las nuevas construcciones actuales lo tapaban y lo ocultaban. La belleza, señorío y prestigio de una época pasada quedaban escondidos pero no desaparecidos. Los únicos que lo habitaban eran aquellos sin techo o sin recursos y mendigos. Y también cuervos, que amanecido el día, revoloteaban en grupo graznando y despertando a todo el que estuviera durmiendo.


Una vez que los cuervos, después de haber tocado diana y no pudiendo dormir mucho más, me levantaba, me aseaba y me iba a desayunar. Abajo, en el comedor, me encontraba con el guarda del hotel. Un hombre de unos cuarenta y tantos, enclenque y en camino de acabar encorvado cuando fuera viejo. Con uniforme azul, galones en los hombros, porra de goma colgando de la cintura y una gorra de varias tallas mayor que su cabeza.

La piel de su cara estaba muy curtida y con bastantes arrugas, supongo que debido a algún trabajo duro a la intemperie en el pasado. Sus manos estaban tan arrugadas que parecían que eran las manos de un anciano. Más que el guarda de ese hotel era más bien una figura de ese hotel, tal vez para darle distinción.

Este guarda, al que le tuve cierta simpatía, con poco que guardar, pasaba su tiempo charlando con sus compañeros de trabajo, cuando no tomando el sol o la sombra a las puertas del hotel. Si había algún huésped en el comedor, hacía labores de camarero. Y cómo no, en algún momento u otro era él quién me traía el desayuno o me retiraba el plato y la taza.

En una ocasión tenía conmigo mi cuaderno de notas donde recojo apuntes de aquello que me pueda parecer interesante. Mientras tomaba mi café, se acercó a retirar mi plato y ni corto ni perezoso cogió el cuaderno, lo abrió y empezó a curiosearlo. Yo lo miraba sorprendido por lo que estaba haciendo, pero a su vez, tranquilo porque no entendería nada de lo que estaba escrito.

Cuando terminĂł de ojearlo dijo: “Oh! hand writing, hand writing!” haciendo referencia a mi manera de escribir a mano. Luego lo dejĂł en la mesa y se fue a la cocina con el plato. Supongo que le llamĂł la atenciĂłn ver la escritura a mano del alfabeto romano. En Nepal, como en muchos otros paĂ­ses asiáticos, la caligrafĂ­a es diferente a la occidental.

TEMPLOS Y MONOS

Visité varios templos durante mi estancia en Katmandú, principalmente budistas. Aunque la religión mayoritaria en la capital es la hindú, la budista parece que es la que más relevancia tiene. Con frecuencia se veía pasar mojes budistas por la calle, con la cabeza afeitada con su traje o toga color morado y una especie de blusa interior de color amarillento-ocre.

Sin embargo, si hay algo que destacar de la religiĂłn hindĂş es, sin duda, las vacas sagradas, que si no hay muchas, las que se encuentran, pacen por las calles y plazas entremezcladas con la gente.

Fui a visitar un templo budista a las afueras de KatmandĂş. Es un templo milenario llamado Swoyambhunath o coloquialmente conocido como el templo de los monos. Hay muchos monos habitando en sus alrededores, una especie de babuino y que no son muy amigables.

Hay que tener cuidado ya que en un descuido, se te puede echar alguno encima para quitarte aquello que les llame la atención. Ese templo está encima de una colina, de unos 100 metros de altura. Para acceder a éste hay que subir una escalera muy empinada de 365 escalones de piedra, y yo puedo dar fe de ello.

LA SUBIDA, UN CALVARIO

Estos escalones muestran los días del año, según dicen. Subir es un auténtico calvario. Pero lo que me dejó realmente de piedra fue que cuando llegué arriba, a la puerta de entrada al templo, un guarda me paró y me indicó que fuera a una ventanilla a comprar la entrada. Exhausto fui a la ventanilla donde había un tipo que me miraba mostrando una sonrisa silenciosa. Él ya sabía lo que iba a pasar.
-¡CĂłmo que pagar para entrar!
-SĂ­, los extranjeros tienen que pagar y si no..., me dijo mirando escalera abajo.
-¿No te parece suficiente pago el sacrificio de subir esta escalera?, le respondĂ­ sin aliento y sudando por todos lados.
El tipo de la ventanilla tenía las de ganar, obviamente. Él sabía que tanto sufrimiento no merecía ahorrarse unas rupias nepalíes y que finalmente pagaría. Y así fue.

El templo y sus alrededores cubrían un área de unos 2000 metros cuadrados. Este lugar ofrecía una excepcional vista de la ciudad y de las montañas que la rodeaban. Había diferentes lugares de culto, lugares abiertos y otros dentro de una pequeña sala que ofrecían mayor intimidad. Entré en una sala y encontré un monje budista orando con un tono melódico mientras golpeaba un tambor marcando así el ritmo. Pero el motivo principal es algo llamado Bhunath. Un Bhunath representa la figura de Buda.

RELIGIÓN Y NEGOCIO

Es una especie de montículo en el que en el centro se erige una pequeña torre terminada en punta de unos 10 metros de altura. En la base de esta torre se muestran en sus cuatro lados los ojos del profeta. El olor a incienso envolvía todo el lugar. Había algunas tiendas que vendían recordatorios de todo tipo y un lugar para tomar un refresco y algo de comida típica nepalí, necesaria después de llegar tan alto.

Religión y negocio nunca estuvieron reñidos. En la parte trasera de la cima de este cerro hay un monasterio budista. Adolescentes ataviados con los hábitos merodeaban por la zona. Un parque rodeaba el monasterio donde otros adolescentes también practicaban sus cultos, pero en este caso, al dios del amor, aunque con pudor y decoro ya que estaban en un lugar santo.

Así continuó mi estancia en Katmandú, visitando templos por toda la ciudad, paseando por las calles estrechas, saturadas de ruidos, colores y olores, y relacionándome con sus gentes y encontrándome con otras. Pero, sobre todo, disfrutando de su intensa luz, tostada y cálida, que se entremetía por las calles, dando vida y creando escenas de la vida cotidiana de esta ciudad. Y yo fui un espectador entusiasmado, recogiendo esos momentos de esa vida con mi cámara fotográfica.

RFG



3 comentarios:

  1. que buena vida se pega este muchacho. Claro que no todo debe ser bonito en su viajar pero merece la pena. Y lo cuenta muy bien. Me gusta el articulo y tambien las fotos.

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  2. pues sĂ­, de vez en cuando leer cosas de estas en el PChico se agradecen.

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  3. Me encanta la foto de la vaca sagrada. Se nota que es lo que te gusta. Estupenda descripciĂłn de tu viaje NepalĂ­. Sigue escribiendo y contandonos lo que pasa en otros lugares del mundo.

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