Aquel clic y el gélido contacto del cañón en la frente

Realmente no sintió miedo hasta que oyó aquel clic. Ni siquiera cuando volvió en sí y no pudo abrir los ojos, vendados como los tenía, de modo que la noche de la que tenía que haber despertado parecía haberse hecho eterna; ni cuando intentó quitarse la venda y comprobó que sus manos estaban atadas a su espalda, fuerte, concienzudamente; ni cuando intentó llamar a su mujer y las palabras se le ahogaron en la garganta amordaza.

Pensó que aquello sólo podía deberse a una de dos razones: o se trataba de una equivocación, y entonces todo se solucionaría más pronto que tarde, o era una broma pesada que acabaría en unos minutos entre gritos de sorpresa y palmaditas en la espalda. ¿Por qué otra razón le tendrían, si no, allí atado?
Por eso no sentía miedo. Porque ni siquiera es posible tener en cuenta lo que la mente concibe como absurdo, lo que no puede ser.
El miedo comenzó con aquel cañón, frío como el hielo, apoyado en su frente. Sólo entonces pensó en su mujer, en su vida, en que había despertado atado sin razón y que le estaban apuntando a la cabeza con un arma. Tragó saliva, y esta cruzó por su garganta como un papel de lija. El clic desató el pánico.
El pánico, sin embargo, duró poco, escasos segundos. Los que tardó la detonación en hacerse oír. A partir de ese momento dejó de preocuparse por su mujer, por su casa, por el silencio y la oscuridad, por el dedo que había apretado el gatillo, por quién limpiaría los restos de sangre y sesos desperdigados por el suelo y las paredes.
este me ha dado miedo... muy bueno!
ResponderEliminarfumanchu dice: valla yo una vez me compre una lata de melacotones y estaban caducao, valla chasco.
ResponderEliminareso 'fumanchu' te pasa por no mirar la etiqueta. tan simple como eso pixa !!
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