EL RINCÓN DE TUS BRAZOS (Un lugar donde quedarse)

César Bardés [colaborador]
John Ford siempre decía que detrás de una gran película había que realizar una película pequeña y eso mismo es lo que ha hecho Sam Mendes después de dejarnos con el corazón arrasado y destruir todos los tópicos del sueño americano con Revolutionary road. Ha reunido los pedacitos que nos había desperdigado por el suelo y los ha vuelto a juntar con sumo cuidado, con bases bien sólidas de historia muy modesta pero contada desde la sabiduría y la falta de pretensiones.
Así nos ha dejado algún resquicio para la esperanza, presentándonos a una pareja de Ulises modernos que, ante la proximidad de ser padres, van buscando algún lugar donde echar raíces, donde asentar las convicciones de su vida para ser mejor de lo que son porque, al fin y al cabo, eso es lo que significa ser padres. Por el camino, harán parada en el egoísmo sin contemplaciones, en la falta absoluta de responsabilidad de otros padres que parecen recién salidos del manicomio, en la perplejidad que les produce aún otra pareja que se ha inventado un estilo de vida que parece sacado del manual “haz el amor y no la guerra...pero con los niños delante” (majaderos como éstos das una patada en el suelo y salen cinco) y que además te miran por encima del hombro porque no compartes su bobada porque te creen un ignorante, en la decepción de quien todavía no se ha realizado en la vida, en el dolor de una separación que hacen que en una cama elástica se juren amor eterno prometiendo cosas que son imposibles pero que son reales, en la impotencia de poderse prolongar por mediación de los hijos naturales recurriendo a la adopción no como un fin, sino como un medio...El gran mérito de todo esto es que Sam Mendes, en lugar de sumergirnos en un dramón de lágrima y media nos mueve en una comedia de sonrisa muy larga y sabe reflejar, con un mirar profundo, todos esos miedos que nos han sacudido a todos los que alguna vez hemos sido padres y hemos estado bajo el poder de la influencia de los demás.
Y el caso es que la búsqueda de un sitio donde echar raíces donde se hace crecer un hogar tiene una respuesta más fácil que todo eso. No hace falta tanto peregrinaje, ni tanto vaivén. No es necesario mirarse en los espejos deformantes de los demás para poder tener un ápice de seguridad de que lo vas a hacer bien, de que te equivocarás como todos pero de que también acertarás y que el premio será un beso inesperado de tu hijo, o unas palabras espontáneas dichas desde la inocencia, o un sencillo dibujo en el que te verás reflejado a través de sus ojos. Somos seres que vivimos desde la comparación cuando, en realidad, somos capaces de crear. Y ser padre es lo más creativo a lo que pueden aspirar un hombre y una mujer.
En realidad, esa isla ansiada, ese lugar ideal, donde corra el aire, luzca el sol, el arpa de hierba no deje de sonar en los árboles, el marco donde nuestro hijo depositará la riqueza incalculable de sus recuerdos es en el rincón de los brazos de la persona a la que hemos amado tanto que hemos decidido tener un hijo con ella. Ahí es donde está el lugar donde quedarse. Ahí es donde crecen las edades para convertirse en años. Ahí es donde un niño podrá reírse con ganas hasta que sea un hombre. Por todas estas estaciones nos lleva el director Sam Mendes y el resultado es una película agradable, bonita, sincera, certera. Y de una película pequeña salimos con sentimientos grandes, alguna que otra carcajada e incluso algún gesto afirmativo como reconociendo en esa situación aquella vez que nos pasó a nosotros algo parecido. El viaje es una vida. Y el destino consiste en darse cuenta de que al lado de quien realmente amas todo es cálido y que ahí mismo, en el hueco entre él y ella, es donde los niños tienen que crecer, y lo harán en el mejor sitio del mundo. Y si no pregunten a sus hijos. Quizá queden sorprendidos si contestan que quieren crecer en cualquier sitio mientras papá y mamá estén juntos.
César Bardés
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