El hombre (II)

El segundo peregrino se sumergiĂł en la tormenta. PensĂł que la cruzarĂa en unos minutos, que el sol aparecerĂa al otro lado, pero aquella nube negra parecĂa haberse ensañado con Ă©l y lo seguĂa como a un condenado mientras le arrojaba torrentes de agua y granizo.
Se sentĂł en una piedra que flanqueaba el camino. El segundo peregrino siempre habĂa pensado que aquel mundo no era para Ă©l, que habĂa nacido en el lugar y en el momento equivocados, que habĂa sido una equivocaciĂłn, acaso, nacer. Ahora llegaba a pensar que no sĂłlo aquel mundo le era ajeno, sino que se complacĂa además en llenar de obstáculos su camino.
HabĂa dejado de ser insignificante e ignorado y se habĂa convertido en un molesto incordio que era necesario eliminar.
SeguĂa lloviendo. Tronaba. Probablemente le caerĂa un rayo y el mundo reirĂa en sonoras carcajadas. El peregrino, sin embargo, nada sentirĂa; ya habrĂa dado la espalda al mundo, puesto que el mundo se habĂa empeñado, cruel y desalmado, en darle la espalda a Ă©l.
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