La inmensidad de una isla

El náufrago llegĂł arrastrado por las olas. LlegĂł agotado, destrozado por dentro y por fuera, un fardo a la deriva durante dĂas, un juguete a merced de los caprichosos vaivenes del mar.
En aquella isla desierta el náufrago encontrĂł la tranquilidad que siempre habĂa deseado poseer. Pronto adaptĂł sus necesidades a lo que la isla podĂa ofrecerle. Sin humanos, sin más preocupaciones diarias que las elementales, el náufrago llegĂł a acostarse cada noche agradeciendo la posibilidad de haber encontrado aquel oasis en el desierto que era el mundo.
Fueron aquellos dĂas de bonanza.
Pero todo lo bueno se acaba, y todo lo malo termina siempre por regresar. En aquella ocasiĂłn en forma de una botella que el náufrago encontrĂł por casualidad medio enterrada en la orilla. La botella, como siempre sucede en estos casos, contenĂa un mensaje en su interior, un inconfundible papel plegado y enrollado, noticias de aquel mundo exterior del que tan lejos se encontraba el náufrago.
Alguien habĂa escrito, introducido y lanzado ese mensaje al mar. Alguien, en algĂşn lugar, querĂa saber de otro alguien y, en este caso, le habĂa tocado a Ă©l.
Quiso destruir la botella, lanzarla de vuelta al mar, olvidarse de ella sin haber leĂdo el mensaje, pero comprendiĂł que hubiera sido inĂştil. Uno puede vivir un aislamiento privilegiado, sentirse el Ăşnico habitante de un mundo perfecto. Pero cuando el mundo exterior, el mundo real, llama a la puerta, entonces ya no hay vuelta atrás, entonces ya no hay ficciones de oasis y de paz, porque el mundo exterior te agita y voltea como una hoja en un torbellino.
El náufrago suspirĂł. No habĂa estado mal, despuĂ©s de todo, sentirse lejos durante un tiempo.
Aquella noche una tormenta tropical azotĂł la isla.

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