Maldito encargo

- Un Jägermeister con hielo, por favor. Y tú, qué. Vengo por la caja, ¿la tienes?
El barman no tardó en llegar con la copa de Jäger. En cuanto al otro, apenas levantó una ceja en señal de asentimiento, se sacó un puro y lo encendió con parsimonia. Yo aproveché para hacerme un pitillo y esperar con calma absoluta a que aquel desconocido se dignara a contarme algo. Aparentar tranquilidad y dominio de la situación era fundamental.

Así que ahí estaba yo, dándole al cigarrillo, en aquel bar junto al tipo desconocido que portaba una caja de cartón de tamaño considerable y fumaba puros, y no hablaba demasiado. Aquel puro se hacía eterno, y el tío no decía ni una palabra. Finalmente me ofreció la caja. Casi no pesaba. Yo no tenía ni idea de su contenido, y me sorprendió captar un gesto en aquel rostro aparentemente impenetrable del que deduje, casi sin error posible, que él tampoco sabía nada.
“Este tío no debe ser el alguien en cuestión”, pensé, “tal vez sólo alguien a quien otro alguien le ha pedido que entregue la caja en nombre de un tercer alguien a quien no conoce”.
Aquello apestaba, de modo que apagué el piti, apuré el Jäger, dejé un billete sobre la mesa, cargué con la caja y salí pitando. Que le dieran al Toni, joder. Que le dieran.
Antes de torcer la primera esquina ya tenía decidido que abriría la caja, pese a las advertencias del Toni: “No te detengas. No mires atrás. Ven directo a mi casa y me das la caja sin abrirla, ¿de acuerdo?”.
Que le dieran al Toni.
Abrí la caja escondido entre bidones de basura apilados en un callejón.
La caja estaba completamente vacía.
La pateé y me largué corriendo. Joder, sí que apestaba, aquello…
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