TIC-TAC EN UNA CAJA (Enterrado)

César Bardés [colaborador]
El mundo reducido a cuatro paredes que parece que se estrechan más a cada minuto que pasa. La absurda y complicada vida de la civilizaciĂłn. El arma más terrible no tiene balas, tiene teclas. La luz es un bien escaso. La cordura es un sueño que no encuentra realidad. Un hombre enterrado vivo intenta lo imposible. El olor a pino parece que se filtra a travĂ©s de la tierra empeñada en invadir un espacio de agonĂa. Y a nadie parece importarle.
Quizá, dentro de la reducciĂłn vital que propone esta pelĂcula, subyace una profunda crĂtica al complicado estilo de vida occidental. La razĂłn de una guerra y de una conquista nunca se basa en salvar vidas, sino en aniquilarlas. Es más importante destruir que conservar. Defender nunca ha sido polĂtica, pero sĂ lo es atacar. La dĂ©bil llama de un mechero de gasolina nos guĂa a travĂ©s del laberinto poligonal de una mirada que intenta salvar la densidad de una arena que ahoga, que aplasta, que contiene la misma maldad del hombre. Una linterna dará una luz intermitente. Unos fluorescentes de campaña inundarán la imagen de un verde suave. La fastidiosa iluminaciĂłn de un mĂłvil será el mensaje definitivo de un destino que parece reĂrse de todos los que miran.
Ryan Reynolds consigue un trabajo esplĂ©ndido dentro de una pelĂcula de veinticuatro ángulos rectos. Rodrigo CortĂ©s, empujado por unos tĂtulos de crĂ©dito excepcionales, consigue con su direcciĂłn, una agilidad de cámara impresionante, haciendo de la claustrofobia, un argumento y de la historia, una visita inexcusable a los setenta y a La cabina, de Antonio Mercero y, si se apura, a un episodio alargado de la serie Alfred Hitchcock presenta. El guiĂłn resulta preciso e implacable, sincero y mordiente. SĂłlo un actor para más de una hora y media de pelĂcula y, al otro lado, estĂşpidas preguntas burocráticas, el silencio de unos contestadores irritantes y la certeza del error de estar en un lugar en el que eres soldado a pesar de que sĂłlo eres americano.
Por el camino, hay algunas lagunas que Cortés salva hábilmente con una visualización que llega al estremecimiento. También hay la terrible verdad clavando sus garras en la ambición de las grandes empresas, preocupadas en mantener cubiertas las espaldas y de enriquecerse de cualquier manera aprovechando una situación desesperada. E incluso hay la certeza de que se quita y se roba cuando se arrasan vidas. Una voz sugiere tranquilidad, falsa quietud, paz perdida. Salgamos de la caja porque el aire se acaba con cada tic-tac, tic-tac, tic-tac.
El cielo de madera se convierte en un folio donde apuntar piezas que llevan a la conclusiĂłn airada. El valor de una ciudadanĂa se mide por la talla de un ataĂşd hundido en el desierto. Cuando se mata a un hombre, no sĂłlo le arrebatas todo lo que tiene sino todo lo que puede llegar a tener. Horror de vĂłmito. Acomodo imposible en un universo de vĂas de juntura. La ansiedad es el enemigo. El odio sĂłlo es el verdugo.
La invitaciĂłn a yacer dentro de una caja es el precio de ese aire que parece tan rácano en la negociaciĂłn. No eres nadie. No eres nada. SĂłlo una caja en medio de la arena, una isla de desolaciĂłn y miedo en un ocĂ©ano de pavor e inseguridad, el desvĂo de un topo ciego que se mueve por dinero. Y los espectadores, llenos de temor y de angustia, nos quedamos con una cara que mirar respirando entrecortadamente. No hay piedad ni rendiciĂłn. Y queremos asistir a un rescate de sentidos, a un salvamento en los resquicios del asombro. Tal vez porque presentimos que esa historia podrĂa ser verdadera. O será porque cuando sabemos que el final se acerca, nada ha merecido la pena. Pastillas para la calma. Voces del infierno. La vida se contrae y todo queda enterrado en unos granos de rechazo. El tiempo se tiñe con minutos de muerte y ya no queda más que el consuelo de haber vivido sin dejar de esperar.
César Bardés
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