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Y tú, ¿de dónde sales?

José Antonio Sanduvete [colaborador]

Encontré aquella hada en un cajón de mi escritorio. Se había encerrado allí ella misma, probablemente hacía semanas, el tiempo que yo llevaba sin abrirlo para coger la pluma y mi cuaderno de anotaciones. Se la veía desnutrida, triste, y el polvo que desprendían sus alas se apagaba velozmente en lánguidos destellos.
Le pregunté qué hacía allí y me contestó que huía de la policía. La policía de las hadas, lógicamente. Sucedía que el hada había cometido un asesinato. "Un atroz asesinato", como ella misma dijo, tal vez prejuzgándose con excesiva crueldad. Había matado a una compañera, de hecho, y no sólo eso sino que se había entretenido descuartizando el cadáver y enterrando las alas junto a las raíces de un arbusto de mi jardín.

"Vaya, así que problemas en el país de las hadas, ¿eh?", comenté bromeando, pero el hada no comprendió mi ironía y me lanzó tal mirada de furia que temí, durante un instante, por mi vida. "Por cierto, ¿cómo se descuartiza un hada? ¿Fabrican hachas de tamaño diminuto?", continué con valentía, pues mi sarcástica inspiración podía más que el riesgo que sabía que estaba corriendo

El hada se enfureció aún más. Yo continué con el tema del asesinato, le pregunté si tenía algún tipo de remordimiento, le hablé de Dostoievsky y de Sartre, esto es, de Crimen y castigo y de aquella angustia que siente el ser humano al saberse libre y responsable de sus actos. ¿Tenían las hadas libre albedrío? ¿Padecían la angustia de la libertad? Por supuesto, comenté, para Sartre la existencia precede a la esencia; no obstante, ¿pueden las hadas tener esencia, ya que, a todas luces y como seres de fantasía, carecen de existencia?

Entonces el hada se puso roja como un tomate y comenzó a gritarme, me dijo que yo era un ser despreciable, como todas sus compañeras y como todos los que habitaban la puta (sic) tierra de Fantasía; me dijo que me fuera a la mierda (sic) con mis gilipolleces (sic) y que si no fuera porque ya era una fugitiva y no quería llamar la atención acabaría conmigo da la forma más lenta y dolorosa posible.

No le pregunté cuál era esa forma, porque en una fracción de segundo varias opciones pasaron por mi mente y me resultaron lo bastante desagradables como para no tentar más a la suerte. Luego su voz se tornó grave, como de ultratumba, puso los ojos en blanco y comenzó una letanía en un idioma para mí desconocido pero que, por su rudeza, parecía más propio de los orcos que de las hadas.

Cerré el cajón inmediatamente y giré la llave. En su interior quedarón el hada homicida, de la que nada he vuelto a saber; mi pluma, recuerdo de familia que de tanto en tanto añoro; y mi cuaderno de notas, que renové al día siguiente en la papelería de la esquina.

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