Identidades

- ¿Y si suplantara la identidad de otro? - me preguntaron el otro dĂa. - SĂ, la de un muerto, por ejemplo... no quiero ponerme en plan macabro, no hablo de asesinar a alguien y hacerse pasar por Ă©l... reconozco que serĂa divertido, pero esa es otra historia... hablo de tomar la personalidad de otro, no sĂłlo su nombre, su situaciĂłn econĂłmica o sus relaciones sociales, sino su forma de pensar o de actuar, recogerlo todo como en una herencia y cambiar de vida, cambiar totalmente.
- Estás loco, contesté. Para empezar, uno no vive aislado de su entorno e irreconocible, no puedes engañar a los más próximos, los que vieron al muerto, por ejemplo, los que convivieron con él durante tanto tiempo.
- Pienso que no estarĂa mal del todo. Nadie quiere que mueran sus conocidos, serĂa como encontrar sustitutos, como prolongar la vida del muerto, recuerda, uno hereda incluso sus cualidades... imagina, "vidas a la carta", en el periĂłdico anunciando algo asĂ como: "hoy tenemos diez vidas disponibles: un abogado psicĂłtico, un mĂ©dico millonario, un agricultor con familia numerosa...". Quiero decir que uno podrĂa renunciar a su vida si quisiera y quedarse con las vidas que otros han dejado libres. Suena bien, ¿verdad?
- Suena genial, pero no es factible. Lamento decirte que, en el momento en el que cambies de vida, habrás puesto la semilla para volver a ser tĂş mismo. No puedes traicionarte a ti mismo tratando de ser como serĂa otro todo el tiempo. Tarde o temprano apareces y, entonces, se acabĂł el cuento de la vida suplantada. Llegará el momento en el que el abogado, el mĂ©dico o el agricultor tengan que tomar decisiones, y entonces serás tĂş, y no ellos, quien las tome.
Y ahĂ quedĂł la cosa, me asintieron y notĂ© a mi alrededor cierta decepciĂłn, como de cuento de hadas que se acaba. Pero es que no hay nada que hacer. Por más que vivas una vida que no es la tuya, siempre terminas apareciendo. De hecho, para ello no hace falta suplantar a otro. Yo me suplanto a mĂ mismo todos los dĂas. Es un papel que tengo preparado con exhaustividad. Tengo varios personajes, en realidad, de modo que los elijo en funciĂłn de mi estado de ánimo o de mi entorno. Igual da. No hay ningĂşn personaje que merezca la pena más que otro. Tampoco tengo interĂ©s en los personajes que representan otros. Suplantar una vida no supone aliciente alguno. En conclusiĂłn, creo que la culpa no es de los personajes.
Se trata de la obra que se representa en el teatro del mundo, que es, de principio a fin, un ejemplo claro de cĂłmo no se deben hacer las cosas...

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