ASESINATO EN MADERA (Winter´s bone)

César Bardés [colaborador]
Los árboles parecen querer arañar el aire con sus ramas desnudas. El suelo de grava hace resonar los pasos como si fuera el asfalto que acompaña al ojo que no deja de investigar. El viento es frío y parece que invita, como el filo de una navaja, a abandonar el lugar con camionetas casi oxidadas. Los rascacielos son meras cabañas en las que abunda la basura amontonada, el plástico tieso, la ruina nunca declarada. Y una chica busca a su padre en un caso que parece pensado para un sabueso hambriento.
La gran virtud de esta película reside en que reúne muchos de los elementos necesarios para hacer una buena muestra de cine negro y los traslada a un ambiente rural, de viviendas desperdigadas y almas encuevadas entre troncos aserrados. El detective privado es una chica de diecisiete años que busca, más por necesidad que por cariño, el paradero de su padre. Pregunta aquí y allá. Va a ver al gran dominador de los contornos, ése que mata cuando quiere y no da explicaciones a nadie. Acude a su tío que está demasiado acostumbrado a quedarse encerrado en sí mismo. Las palabras son pocas y la chica tiene la paciencia de un perro que olisquea un buen hueso. Un hueso de invierno.
Así que, mientras mete los hocicos en los asuntos turbios en los que estaba metido su padre, ella recibe palizas como si se hallara en uno de los callejones del bosque de cemento que es la ciudad, va recopilando pistas sobre dónde está su padre y por qué no se le puede encontrar. Todo ello parece que queda disfrazado de una tenue fábula sobre una niña que tiene que hacerse cargo de unos hermanos pequeños, de una madre enferma y de un padre ausente pero, detrás de la hojarasca y de las frías aguas de pantanos de secretos, ella va resolviendo un caso en el que le va el pago de su propio futuro.
El resultado es una película muy equilibrada, con una interpretación medida y ajustada de Jennifer Lawrence y, sobre todo, del actor que interpreta a su tío Teardrop, John Hawkes, que compone un personaje que parece saber manejarse por los bajos fondos de las frondosidades silvestres, que sabe dónde hay que buscar y que tiene una mirada capaz de amedrentar a cualquiera porque ha jugado mucho, ha jugado fuerte y ha perdido todo.
Sin duda, el punto más fuerte sobre el que se apoya toda la película es su guión, obra de la directora Debra Granik, que maneja la cámara con cierta soltura aunque se apunta a la moda de la ausencia de trípode hasta la repetición, y de Anne Rossellini, su colaboradora habitual, que saben unir los rincones propios del género negro con la sordidez de un medio que resulta hostil en su clara desnudez, campo de gritos y disparos furtivos donde no llegan los ojos del cielo y que quedan desvalidos ante troncos agrietados y heridos por hachas de silencio.
Y así, en medio de un ambiente que parece rechazar cualquier signo de vida, se va apoderándose de nosotros un temor cerval ante la posibilidad de que pueda llegar la obligación de hacer algo que nos resulte, no sólo repugnante, sino también doloroso. Salvar una casa y un hogar lo merece todo pero hace falta armarse de mucho valor para que los huesos lleguen a hablar, la conciencia se calme y la venganza sea un plato que se come tan frío como el tiempo que envuelve y condena, que ata y desprecia, que asesina esperanzas y alienta crímenes. Nada de amabilidad en medio del campo. Tan sólo la seguridad de que una chica a la que le sobra decisión y le falta madurez, resolverá un caso que es cine negro bajo el cielo blanco esbozado de venas como ramas. La crueldad, todos los días. Luchar contra ella, siempre.
César Bardés
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