Pareidolia

Todo empezĂł con una gominola. Con una nube que parecĂa una gominola, más concretamente. Eso fue lo que pensĂł, mientras miraba al cielo: "QuĂ© forma más curiosa tiene esa nube, parece una gominola".
Inmediatamente, como por arte de magia, la nube descendiĂł del cielo y se posĂł en su mano en forma y textura, efectivamente, de gominola. Y estaba deliciosa, por cierto, con aquel ligero sabor a menta...
Supo entonces que tenĂa un don. Cada vez que miraba al cielo y creĂa vislumbrar en una nube la forma de un objeto, este mismo objeto se materializaba justo ante sus ojos. AsĂ se hizo con un soldadito de plomo, una tostadora, una riquĂsima tarta de queso y el busto en mármol de un emperador romano en quien creyĂł reconocer a Trajano, aunque nunca llegĂł a estar totalmente convencido al respecto.
Pero como todos los dones, el suyo tambiĂ©n tenĂa sus pequeños inconvenientes. En su caso, el principal era que Ă©l no podĂa controlar su imaginaciĂłn, de tal modo que los objetos que se le materializaban no eran los elegidos por Ă©l, sino más bien un producto extraño de su subconsciente. Una vez, de hecho, creyĂł ver una mosca enorme de más de tres metros de longitud, y fueron necesarios diez botes de insecticida para acabar con ella; afortunadamente, en otra ocasiĂłn distinguiĂł un barquito velero que, para su sorpresa, se materializĂł en forma de un yate de quince metros de eslora y con todas las comodidades con el que pasĂł un verano espectacular en el mar Egeo.

Todo iba bien hasta que se enfadĂł. No se enfadĂł con nadie en concreto, con nada en particular. Se enfadĂł con el mundo. Todos nos enfadamos con el mundo, a veces, y lo odiamos tanto como nos odiamos, en esos momentos, a nosotros mismos. Solo que no todos tenemos un don, claro. Él lo tenĂa, y cuando le dio por mirar al cielo vio a cuatro jinetes que, entre las nubes algodonosas, dibujaban unos horribles rostros cadavĂ©ricos. BajĂł la vista, pero ya se oĂan los gritos que azuzaban a sus fantasmales caballos. "¿El Apocalipsis? No... uno no puede ver un Apocalipsis en las nubes...", pensĂł, pero cuando volviĂł a levantar la vista vio un comulonimbo en forma de sol, de un sol enorme en cuyo seno se alcanzaban temperaturas de hasta 6.000 ÂşC y que, con un millĂłn de kilĂłmetros de diámetro, levantaba enormes olas de devastadora energĂa termonuclear.
TratĂł de buscar entre las nubes un extintor, una sombrilla, pero ya era demasiado tarde. Enormes lenguas de fuego lo destrozaban todo a su alrededor y hasta el unicornio balaba estĂşpidamente de desesperaciĂłn en el garaje...
¡Que bueno!. Da gusto leer tus relatos.
ResponderEliminarPo zi, el Sandu es bueno escribiendo.
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