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JAIMITA BOND Y LA BRUJA MALA (Hanna)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

Cuando se quiere hacer de cada plano una obra maestra, lo único que se saca en claro es a algún maestro en hacer obras planas. Eso es lo que le pasa a Joe Wright y a cierto sector de la profesión crítica que se empeña en enaltecerlo hasta la saciedad cuando es el típico directorcillo de tres al cuarto que cree realmente que es un genio. Y lo manifiesta a través de todo un repertorio de planos inapropiados, acompañados de tramas que parecen sacadas del cerebro de un enfermo mental.



En esta ocasión, el fulanito en cuestión trata de contarnos un cuento con su papá bueno, con su cestita a casa de la abuelita y con su bruja mala, malísima en un fondo supuestamente adulto y que se mueve por los secretos y las iras de espías y programas secretos de formación y de alteración química. El peligro cuando se trata de mezclar dos ambientes tan diversos es que, haciendo un alarde de listeza, el jefe de todo el tinglado decide a su conveniencia cuándo acudir al mundo de los niños y cuándo tocar los palos de adulto. El resultado es la obra de un esquizofrénico paranoide.

Para empezar habrĂ­a que destacar la delirante y alucinada banda sonora de Chemical Brothers que está insertada como si fuera la leche en verso y con rima asonante cuando es ruido y tonterĂ­a. Para seguir, la historia no tiene ningĂşn sentido, como si no hiciera falta. No se saben ni los motivos, ni las finalidades y se arregla todo con un “los niños crecen”. Para continuar habrĂ­a que contar los planos que saca el tal Wright (elevado casi a la santidad por una tontada del tamaño de ExpiaciĂłn y perdonado por esa otra cosa sin sentido ni efecto que fue El solista) de la pobre Saoirse Ronan corriendo. CĂłmo le debe gustar que la chica se pegue unas palizas de aquĂ­ te espero con ese estilo atlĂ©tico a lo Carl Lewis en rubio y con melena. Para terminar, el asunto en cuestiĂłn está tan lleno de metáforas supuestamente geniales que descifrarlas resulta un juego de niños con pim, pam, pum. Verbigracia: una chica es educada por su señor papá a defenderse que rĂ­anse ustedes de la frontera de Israel, y lo hace para que la joven no sienta ni compasiĂłn, ni pena, ni sentimiento alguno. Para favorecer Ă©ste extremo, prohĂ­be tajantemente cualquier lujo o avance tecnolĂłgico al alcance de la susodicha, es decir, ella va a tener que enfrentarse a toda una red de espĂ­as internacionales sin saber lo que es una televisiĂłn o una melodĂ­a musical. Eso sĂ­, se pone delante de un ordenador y en dos patadas sabe buscar en Google la informaciĂłn relativa a su padre que, pásmense, es un ultramegasuper agente secreto. Como los archivos de los servicios de inteligencia se guarden asĂ­, estamos apañados. Moraleja: los padres de esta Ă©poca insana que vivimos estamos educando a nuestros hijos como seres competitivos y eficaces pero carentes de corazĂłn que, al fin y al cabo, es la sal de la vida y la razĂłn de existir. Prodigioso.

En cuanto al reparto, parece que Eric Bana no se cree demasiado eso de ser padre de una niña asesina despiadada. Saoirse Ronan pone ese rostro mágico que tiene pero debe de haber sido víctima de algún conjuro para evitar que actúe. Cate Blanchett se hace con el papel más jugoso, que es el de la bruja mala, y aún así tiene menos interés que los trajes de Armani que lleva. Y Tom Hollander (el excelente ministro bocazas e inútil de In the loop) es de traca alemana, es decir, eine petarden. Y de lo que no cabe duda es que es sorprendente ver a Olivia Williams metida en todo este despropósito cuando es una de las actrices más magnéticas, solventes e inquietantes de los últimos tiempos.

Así que si quieren ver el cuento de Jaimita Bond y la bruja mala, malísima, malona, por favor, no vayan a ver esta película. Verán mucha más acción con sentido viendo crecer el níspero del tiesto de la terraza. Lo mismo de ahí sale una hormiguita trabajadora y comienza a practicar un combate de kung-fu tomado en plano circular con la salamanquesa que intenta comérsela. Así no saldrán del cine con tan mal café.

C.Bardés


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