Contacto

Ya habĂan pasado dos horas. Llegaban con retraso. MirĂł su reloj y comprobĂł que las manecillas seguĂan avanzando. La situaciĂłn se agravaba por momentos, como se deducĂa fácilmente de los rostros del casi centenar de personas que habĂa decidido trasnochar para ser testigos del encuentro. Si ya desde el primer momento se mostraban escĂ©pticos, si ya resoplaron cuando pasĂł la hora convenida sin novedad alguna, dos horas más tarde comenzaba a predominar el disgusto y las miradas de reproche hacia Ă©l, principal responsable a ojos de todos los presentes.
Pero no era posible, tenĂan que aparecer. Los mensajes telepáticos eran evidentes, el encuentro con aquel tipo extraño que les hacĂa de mensajero, las coordenadas perfectamente delimitadas... ¡si hasta habĂa recibido aquella carta en la que hablaban de su mundo y de los beneficios simbiĂłticos del contacto intercivilizaciones!

Alguien observĂł una luz a lo lejos, una luz que parecĂa acercarse. Se empezaron a oĂr gritos entre la multitud, respiraciones agitadas. Luego la luz pasĂł de largo. Un aviĂłn, dijo alguien; un aviĂłn, dijeron todos, respondiendo como borregos. Eso es lo que eran, borregos esperando que les marquen el camino.
Pero Ă©l tenĂa la carta y los mensajes telepáticos, y la hora de la cita y las coordenadas. Él sabĂa lo que hacĂa.
Cuatro horas más tarde comenzaron a apuntar en el horizonte los primeros rayos de sol. La gente comenzó a abandonar el lugar refunfuñando. Ni rastro de los otros seres, ni indicios de contacto.
Él dejĂł que se fueran, se sentĂł sobre una piedra y decidiĂł que esperarĂa. Tal vez habĂan tenido un problema mecánico, tal vez algĂşn malentendido cultural habĂan provocado un error en el lugar o en el momento de la cita. Tal vez todo se solucionarĂa pronto. AsĂ que esperarĂa lo que hiciera falta hasta que las luces bajaran del cielo y pudiera pedirles, de una vez, que se lo llevaran con ellas...
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