La paradoja del prisionero

Cuentan que el prisionero llevaba años encerrado en la misma celda. AllĂ pasaba los dĂas y las noches sin compañĂa alguna, salvo la de un guardián que le llevaba de tanto en tanto algo de comer y con el que jamás habĂa cruzado una palabra. La celda era hĂşmeda, gris y desapacible. En uno de sus muros habĂa una pequeña ventana que daba al exterior y a travĂ©s de la cual el prisionero podĂa, durante un par de horas al dĂa, recibir los rayos del sol.

Un dĂa cualquiera, y sin razĂłn aparente, la puerta de la celda se abriĂł. El prisionero oyĂł un chasquido y cuando levantĂł la vista de su duro trabajo de limado comprobĂł que no se encontraba encerrado. Un fallo elĂ©ctrico, un motĂn, una broma cruel, cualquiera podĂa ser el motivo. AsomĂł la cabeza a travĂ©s de la puerta y mirĂł a un lado y a otro. El guardián no aparecĂa por ninguna parte. El prisionero inclinĂł aĂşn más el cuerpo, sin llegar a poner los pies en el pasillo que llevaba a la salida. La garita de los guardias estaba desierta. El prisionero se preocupĂł un poco, solo hasta que llegĂł a la conclusiĂłn de que no era su problema, de que a Ă©l le daba igual.
Entonces volviĂł a cerrar la puerta de la celda, regresĂł a su ventanuco y siguiĂł limando los barrotes mientras se lamentaba entre murmullos de lo triste que era su vida, de su malhadada suerte y de su incierto futuro.
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