CÓMPRATE UNA MOTO Y PIÉRDETE (Larry Crowne)

César Bardés [colaborador]
Desde luego, qué cosas tiene la vida, digo el cine. A usted le echan de su trabajo con la muy débil excusa de que no tiene una titulación superior para progresar en una empresa en la que usted ha estado apilando cajas durante un cerro de años. ¿Qué hace? Nada, hombre, no se preocupe. Sáquese una carrera que en cuatro días usted tendrá titulación, moto, libertad, chica y feng-shui. La vida es generosa con los desgraciados ¿no cree?
Desde luego, qué cosas tiene el cine, digo la vida. A usted le apesta su trabajo porque prometía como estudiosa de las letras y las artes y resulta que ha acabado dando clase a unos cuantos descerebrados de esa asignatura apasionante y creativa que es “Oratoria y Comunicación”. Su marido es un impresentable que se esconde en la vagancia más recalcitrante, sus horarios de trabajo empiezan a las ocho de la mañana y tiene menos ilusión que un par de zapatos en un chamarilero. ¿Qué hace? Nada, mujer, no se preocupe. Sepárese del parásito de su esposo que lo va a superar en un abrir y cerrar de ojos. A cambio tendrá entusiasmo, gozo, diversión, optimismo aunque caigan chuzos de punta, libertad, chico y torrijas francesas. La vida es generosa con los decididos ¿no cree?
Y es que el sueño americano emerge también en tiempos de crisis cual jardín de césped bien cortado en la puerta de las viviendas de ensueño de la clase media. Todo es del color con el que usted sepa mirar. Cambie su modo de pensar, no se agarre a los convencionalismos y haga lo que realmente le hubiese gustado hacer durante toda su vida. Lo mismo tiene suerte y encuentra a un profesor al que le molesta como un nido de avispas en salva sea la parte que utilice el móvil en su clase pero, eso sí, le pondrá una notaza que no se la salta un galgo porque pilla los conceptos económicos al vuelo. Las rencillas personales sólo son hipotecas en trance de ejecución. La vida es cuestión de interés. Lo demás importa poco. Y se puede ir bandeando con facilidad.
Lástima que Tom Hanks no haya tenido la suficiente valentía como para huir de la comedia amable y tontorrona y profundizar en la ardua tarea de abrirse camino por segunda y tercera vez. Eso es lo que a todos que pierden su trabajo les obsesiona hasta la esquizofrenia. En lugar de enfocar el problema hacia un mundo que se desliza cuesta abajo arrastrando, a su vez, a un montón de pequeños universos que también merecen pasear por el lado soleado de la calle, prefiere dirigir su mirada hacia las oportunidades que se abren cada vez que se cierra una puerta. Si usted pierde su trabajo, lo que tiene que hacer es realizar algo que le satisfaga y, desde luego, algo de eso sí que hay, pero hay muchos más factores que no son tan esperanzadores.
Eso sí, Hanks tiene momentos de cierta lucidez cuando pone a los orgullosos titulados con sus masters de economía, corbata de marca y camisa a irritantes rayitas con miradas de superioridad que dan ganas de estamparles en la cara la Teoría general del empleo, el interés y la moneda, de John Maynard Keynes. O cuando se adentra en territorios de comedia pura y dura que apenas permanece unos instantes para dejarnos en la estacada de la sonrisita de complacencia. La película, en todo caso, no pretende mucho más salvo poner un poco de romanticismo en la vida de personas cuyo rumbo es un gráfico en curva descendente. Hanks es muy majete, la Roberts es muy enrollada y eso es lo que se espera. Igual que un trabajo fijo que asegure la estabilidad del capital familiar.
Así que nada, no se preocupen. Paz y después, gloria. Un beso y los típicos detalles que nacen del chico más estupendo que se hayan echado en cara y que no estudió para servir durante veinte años a la patria. Todo se arregla comprándose una moto y perdiéndose en una amable inconsciencia.
César Bardés
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