“No me creo nada”, o la rebelión de los pequeños

Francisco M. Navas

Estamos atravesando momentos realmente difíciles. Todo el mundo habla de los mercados, y aunque todo el mundo sabe quiénes son, sí, sí, los especuladores y multimillonarios del mundo, los banqueros emboscados, los grandes lobbies y las multinacionales, extendidos por doquier como una potente y pegajosa tela de araña, nadie se atreve a llamarlos por sus nombres, no vaya a ser que se cabreen aún más. Pues bien, estos entes “invisibles”, que deberían tener nombres de personas, esto es, mercaderes, y no de cosa, mercados, no tienen otra cosa a la que dedicarse que a duplicar sus ganancias día tras día, mientras juegan con los gobiernos, con los pueblos, y nos ponen a todos de rodillas.

Los mercados, mercaderes de ahora en adelante, prestaron cientos de miles de millones de dólares a cuantos les pedían un crédito, sin comprobar que los bienes que se ofrecían como fianza tuviesen o no el valor del préstamo. Aunque no se conformaron con eso: revendieron a unos y a otros esos préstamos, aumentándoles un poquito el interés, con lo que la bola fue creciendo y creciendo y creciendo.

¿Resultado? Cuando se empezó a correr la voz de que aquellos préstamos, a interés tan estupendo para los bancos, eran papel mojado, esto es, no valían ni para hacer puñetas, los bancos que habían picado el anzuelo y los habían comprado, empezaron a venderlos: primero, tímidamente, después en masa, produciendo un pánico bursátil de no te menees.

Conclusión: aquellos canallas del otro lado del océano, jugando con la codicia de sus conciudadanos, y con la de los de este lado y de un poco más allá, metieron a nuestro sufrido y capitalista planeta en la crisis financiera más grave desde el crack de la bolsa del año 1929.

¿Fue alguien a la cárcel? Pues miren ustedes, dos o tres desgraciados que cargaron con el mochuelo de los demás, allá, en América. Aquí, ni uno. ¿Y los gobiernos? Pues a salvar bancos y a pagar el desempleo, que subió como la espuma una vez cortado el crédito. Porque en América, los bancos son los depositarios de las pensiones. ¿Lo entienden? Y si un banco quiebra, resulta que desaparecen, de un día para otro, las pensiones de todos sus clientes. Y allí todo el mundo tiene un arma. Menudo panorama.

CONTROLAR A LOS MERCADERES

En cualquier caso, no crean que los mercaderes, después de esta estafa colosal, de este destrozo, se han tomado unas vacaciones. No, no. Siguen haciendo caer gobiernos, como los de Portugal, Irlanda, Grecia y, anteayer, Italia. Y los gobiernos, que son los que hacen las leyes que deberían controlar a los mercaderes, ahí andan, rascándose el coco, boquiabiertos y sin reaccionar.

Bueno, algunos sí reaccionan, porque la señora Ángela Merkel, no “Ánguela”, como pronuncian los repelentes que se inventan la “u”, se está forrando a costa de que sus bancos compren al siete por ciento una deuda que debería valer el uno y medio.

¡Claro que no quiere los eurobonos, porque entonces el dinero del Banco Europeo arrancaría de las pezuñas de los mercaderes ese montón de dinero que se subasta, día sí, día no, para poder mantener en funcionamiento unos países que en su día nos fiamos, una vez más, de los banqueros americanos.

Y el presidente de Francia, que antes sacaba pecho junto a Ángela, empieza a pegar el culo contra la pared, porque ahora le toca a su país. Demasiado tarde ha comprendido que los mercados no entienden de barcos, que se marean, y que los alemanes le han hecho el truco del tocomocho ante sus narices, y le han robado la cartera. Que espabile, que ya es mayorcito, y que aprenda de los ingleses, que ni Oruro, ni solidaridad, ni Europa ni nada de nada; ellos, como siempre, a lo suyo.

¿Qué podría hacer Europa? Creo que urge una auténtica y coordinada rebelión de los pequeños, que ponga en su sitio a nuestro vecino el francés, a los ingleses de té y la señora del país de las salchichas. Porque no es posible que tres países se repartan la sangre del resto sin que les tiemble el pulso.

Y si Europa sigue sin funcionar, pues habrá que echarlos fuera a ellos, a los poderosos, a los grandes, que son, en definitiva, los que nos han traído hasta aquí. Porque nosotros, los humildes, los pequeños, sabemos dormir en el suelo, comer pan con aceite, subsistir con lo mínimo, trabajar, pensar y conservar, eso sí, nuestra dignidad milenaria, para matar por aburrimiento a esos mercaderes que necesitan imperiosamente que gastemos, gastemos y nos endeudemos. Que les den.