Ninguna inocentada: ley sobre la violencia de género

Antonio J. S. Montero

28 de diciembre de 2004, día de los Santos Inocentes, día en el que para evitar una lacra social como es la violencia machista, se perpetra otra contra los hombres por el mero hecho de serlo, ésta en forma de Ley. La Ley 1/2004 de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, en adelante LOPIVG. (FOTO: Inauguración de las jornadas sobre violencia de género celebradas a finales de noviembre pasado).


La rebautizada como violencia de género, la que por desgracia históricamente han ejercido hombres agresores y por tanto delincuentes, sobre sus víctimas, en este caso mujeres, se convierte gracias a la presión mediática del lobby radical feminista, y con el apoyo incondicional de todo el espectro político, Tribunal Constitucional incluido, por convicción o por temor al voto feminista, en un delito especial, con una ley especial, y con unas consecuencias especiales que, lejos de erradicar esta lacara social, las estadísticas se empecinan en ello, convierten a todos los hombres en sospechosos, por el mero hecho de serlo.

La consiguiente reforma del Código Penal a consecuencia de la LOPIVG, no solo agrava las penas hacia los hombres por el hecho de ser hombres, sino que eleva a la categoría de delito, las faltas de coacciones y vejaciones leves, que traducido resulta que cualquier discusión en el ámbito familiar convierte a una de las partes, en este caso el hombre, en un maltratador y en un delincuente execrable ante la sociedad, gracias a la discriminación “negativa” de la LOPIVG y sus creadores, y animada por los voceros de la delación.

Con la misma vara de medir y midiendo por el mismo rasero, se podrían crear leyes similares contra los narcotraficantes que están envenenando a nuestra juventud, o contra los asesinos de ETA, a los cuales venimos sufriendo (algunos más que otros) durante 50 años. Pues no, muy al contrario, pues estamos en vísperas de la excarcelación de los etarras por la puerta grande, y ante la inminente legalización del consumo de cannabis y sus derivados, con la creación de los clubes privados de fumadores de porros en la comunidad autónoma del País Vasco.

Nada tienen que ver las sufragistas británicas del XIX, o mi compatriota Clara Campoamor, a quien mi pueblo ha tenido el gusto de dedicarle un busto y una plaza, con las feministas del siglo XXI, más parecidas a inquisidoras del santo oficio que, para más inri, se inventan y celebran el 25 de noviembre el “Día de los malos tratos”. No entiendo cómo semejante vileza sea motivo para celebrar nada.

Tampoco veo que se preocupen demasiado de la prostitución, de la miseria humana que hay tras ella. Qué mayor violencia que comprar a una mujer para someterla a toda clase de vejaciones, y el floreciente turismo sexual, o el negocio que se esconde para salir de la miseria en cualquier hotel de carretera, o en las playas de Copacabana, Ipanema o Isla Margarita, plagadas de turistas españoles.

Cualquier motivo es bueno para celebrarlo, en medio de un harén, por un puñado de reales, y si son menores, mejor. Sin embargo, a las prostitutas se las quiere transformar en trabajadoras del sexo.

La incultura, la pésima educación y el arraigo de la supremacía del hombre sobre la mujer son la raíz de estos crímenes, que lejos de ser un tema de hoy, perviven desde tiempo inmemorial. Ya existía la lapidación hacia las mujeres en tiempos de nuestro Señor Jesucristo… y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Por último y que nadie se confunda: vivo rodeado de mujeres, esposa y dos hijas, por las que pongo mi granito de arena en hacer un mundo más justo.