DERRAPANDO HACIA EL ABISMO (Drive)

César Bardés [colaborador]
La noche parece envolver todos los colores mientras el motor ronronea a la espera de dar un rugido que llame a la velocidad. La mirada en el retrovisor es frĂa como el hielo y el gesto en el parabrisas es granito en bruto. El volante se quiere insinuar en las manos de quien sabe acariciarlo y el asfalto es una alfombra donde dibujar los derrapes y la aceleraciĂłn. Durante cinco minutos, el hombre que conduce el coche es nuestro. Un minuto antes o un minuto despuĂ©s, la regla de disponibilidad quedará hecha trizas.
Y es que entre tipos saliendo deprisa y corriendo con bolsas llenas de dinero y el maldito trabajo de especialista en el cine, no ha habido tiempo para más que la soledad con un punto de desesperaciĂłn. El cambio de domicilio frecuente, el coche siempre distinto, el silencio alrededor. El conductor de marras ni siquiera puede expresar una opiniĂłn, no es de su incumbencia, no hay más vocabulario que el del motor y el de la habilidad al volante. Lo demás es palabrerĂa. Lo demás es vacĂo.
Sin embargo, alguien se cruza en su vida y todo comienza a tener un color distinto. La sonrisa aparece de vez en cuando en sus labios apretados. El disfrute le acaricia con timidez en la mano. Alguien de quien preocuparse. Una aceleraciĂłn en la vida. El corazĂłn, siempre templado, empieza a latir con preocupantes ruidos en la caja de cambios. Todo es un espejismo porque, en su infinita frialdad, este hombre va a intentar poner en orden la vida de ella. Tal vez porque sĂłlo eso merece la pena. El dinero es secundario. Seguir es prescindible.
La mafia corroe los cilindros y algo sale mal. La sangre sale y lo hace con fuerza. La violencia es terrible. El ajuste de cuentas es necesario. Cuanto más cruel, mejor cuadra. No puede haber retornos. Sin piedad. No hay sueños que cumplir. Sólo queda envolverse en la máscara impasible y hacer lo lógico. Y si hay que derrapar hacia el abismo es mejor llevarse a unos cuantos por delante.
Interesante la pelĂcula de cine negro que plantea Nicolas Winding Refn con una baza asegurada en la estupenda interpretaciĂłn, pĂ©trea y segura, de Ryan Gosling en el papel de un hombre que conduce para aquellos que necesitan una fuga rápida y limpia despuĂ©s de un trabajo a punta de pistola. La frialdad que imprime a la mayorĂa de sus expresiones rayan en una perfecciĂłn que no deja entrever la reacciĂłn posible de ese chofer que está hundido en la soledad y en la indiferencia y que se ha acostumbrado a vivir asĂ. Al fin y al cabo, conducir no es sĂłlo mantenerse en un carril, cambiar a tiempo de marchas y usar el acelerador con tanta precisiĂłn como sea posible. El riesgo está ahĂ. El semáforo no siempre está en rojo. Y el personaje que interpreta Albert Brooks tambiĂ©n es un indicativo de que es mejor no saltarse la señal. Eso sĂ, si la violencia no les gusta, cĂłmprense un cochecito de juguete y jueguen a los atracos en las alfombras de carretera dibujada en su casa. Es mucho más seguro y no tendrán que apartar la vista.
Con un cierto ritmo irregular, con alguna que otra tendencia hacia la estĂ©tica de los años ochenta y con un argumento brillante, de novela negra y frenazo en la raya, no cabe duda de que es una pelĂcula que llega a sorprender al sumergirnos en la noche de la delincuencia y de una vida descolocada y decidida que, de repente, encuentra algo que relaja el gesto y enternece la dureza de unos neumáticos acostumbrados a correr tanto que apenas les queda dibujo. El olor de la gasolina quemada llega a adormecer los sentidos mientras asistimos, sorprendidos, a una carrera que sĂłlo termina allĂ donde la noche es un inmenso agujero sin final. Y es que quizá no veamos las lágrimas caĂdas en la calzada, como lĂneas blancas a lo largo de una autopista donde la Ăşltima parada es el castigo para el solitario.
César Bardés
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