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Al salir del cine: FENÓMENOS NORMALES (Luces rojas)

César Bardés [colaborador].-

Dominar la levitación, comunicarse por telepatía como si fuera un móvil sin palabras, agitar los objetos con la telequinesis, abrir una puerta a la posibilidad de que haya un mundo más allá de la vida... Juegos de manos como fenómenos paranormales que hacen de la psique, un teatro. El temor a las fuerzas que no se pueden comprender es tan antiguo como la razón. El fraude es inherente al hombre. Y luchamos para negar nuestra naturaleza, para reafirmar nuestra individualidad, para considerar nuestra habilidad como algo inaceptable.

En la frontera entre la verdad y la mentira está la voluntad de creer. Las luces rojas que se diferencian de la multitud son tan falsas como la normalidad. Y es ahí donde el fenómeno tiene lugar. En la credulidad, en la ingenuidad, en la verdad que no hace alardes. El escepticismo es lícito, como también lo es dejarse embaucar. El ser humano es así. Está preparado para perder pero no está preparado para enfrentarse con lo evidente. Es la grandeza de la mente humana, a menudo estrecha y demasiado apagada.


El director Rodrigo Cortés intenta introducir levemente al espectador en una atmósfera de inquietud, más propia de lo desconocido que de la psicología del terror. Reúne a un reparto competente en el que destaca Robert de Niro por su capacidad de dejar el corazón helado con una mirada que no existe y de trasladar el presentimiento de la oscuridad detrás de su rostro de arcilla y seguridad. Por el contrario, Cillian Murphy sigue sin transmitir nada más que unos ojos muy especiales que parecen ausentes de vida y de emoción. Pero lo peor de todo es que, jugando con el miedo, vale todo y la lógica de determinadas secuencias, sin duda impactantes y vitales para hacer de la película un producto cercano al susto, se resiente cuando todo se mira en conjunto. Es difícil apartar la mirada, es difícil no encontrar la nada a la vuelta de los títulos de crédito.

Evidentemente, todo esto funcionaría muchísimo mejor si se hubiera trabajado con más determinación. La película podría haber sido buena si las cosas no sucedieran porque sí (aunque no lo parece mientras se ve la cinta) y si, en lugar de preocuparse por abofetear al público con un final que es tan facilón como tramposo, la tensión se palpara a lo largo de toda la historia, salpicándolo todo de sentido, de la presencia de lo oculto, de una mentira contada a medias pero que podría ser una verdad cortada en trozos.

No cabe duda de que a Rodrigo Cortés le ha seducido la idea de contar con un presupuesto en condiciones después del inesperado éxito que supuso Enterrado pero aquí huye de la claustrofobia y tiene que manejar a todo un reparto, en espacios abiertos y sin preocuparse demasiado de un ambiente que se le escapa entre los dedos. Su película es eficaz en el momento, es fraude si se piensa.

El mirar velado con ojos de vidente es ya un punto de partida interesante, adentrarse por los caminos del ocultismo es una tentación a punto para ser devorada; manejar a actores de talla en una trama de puro desconocimiento es un salto hacia delante. Sin embargo, todo eso sirve de muy poco si la obsesión está en hacer saltar de la butaca al espectador sin pensar en la coherencia porque el salto es menor, la sensación de inquietud se evapora, la película se olvida pronto y la noche se aparece como un animal dispuesto a ser mucho más temible que esta historia de videntes que oscilan entre el fraude y la verdad. Y el hecho de que sean una cosa u otra no es una cuestión de prueba, es una cuestión de creencia de aquellos que asisten a sus supuestos milagros. Tal vez el individuo que esté a su lado tenga más poder, quién sabe. Miren de reojo y dejen que el aire transporte las ondas de la psique. Es el arma más increíble diseñada jamás. Con ella se puede amar, se puede vivir, se puede crear y se puede creer.

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