Cádiz canta por alegrías y llora por seguiriyas

Desde que llegué a Madrid, allá por los años cincuenta, no he vuelto a vivir el ambiente tradicional y callejero de la Semana Santa, que tanto me motivaba en aquellos mis primeros años. Ni he sentido el nudo que se me formaba en la garganta cuando fijaba la mirada, algo borrosa y húmeda, en esas sagradas imágenes, que avivando una fe algo adormecida, recorrían las calles gaditanas e isleñas, llenando el aire de cantos que eran lamentos y de piropos que eran jaculatorias. Desde que estoy en Madrid, no he vuelto a sentir esta emoción.
Ya es sabido que el residente en esta Villa y Corte no suele enterarse de lo que ocurre y lo que ésta puede ofrecerle en su diario acontecer. Nos habituamos a la vida del barrio y si algún día por cualquier motivo nos vemos forzados a cambiar de escenario, aunque sólo sea por unas horas, nos da la sensación de que vamos a experimentar una aventura imprevisible. Máxime cuando la edad no nos empuja a nuevas sensaciones y emociones. Lo curioso es que una vez que estamos en la calle, nos alegramos de haber dejado atrás la rutina

Me apena no estar en mi “Tacita de Plata” para recorrerme la ciudad y vivir estos días que allí son tan especiales y sentidos y donde cualquier rótulo o un sencillo detalle me traen recuerdos y añoranzas de un ayer que estando allí no me parece tan lejano. Echo de menos el ambiente de sus calles alfombradas de blanca arena y sus balconadas luciendo colgaduras con crespones negros, -si no se han perdido las costumbres de mi infancia- y el constante y alocado callejeo a toda carrera para poder admirar el paso del Nazareno o la Dolorosa en cada plaza o esquina.
Sentía entonces una profunda emoción al oír en inesperado momento la quebrada voz del improvisado “saetero” rompiendo el silencio de la noche con ese cante que es oración, lamento y demostración de fe. El espíritu de un pueblo conmovido ante tanta tragedia, expresando de esta manera su pena y solidaridad a ese Cristo sufriente y esa Madre transida de dolor.
Es en estos mo

En Andalucía todo se expresa con el canto. Cantamos para gritar nuestro amor, dar salida a nuestras penas, desahogar nuestras desgracias y hasta para airear nuestras rencores, infidelidades y venganzas. Todo lo bueno y lo malo, lo triste y lo alegre, la felicidad y la tragedia, tiene en el cante de esta tierra su más impactante y expresivo testimonio.
Es como una válvula de escape por la que nuestra sensibilidad abandona sus ocultos rincones y se eleva a las alturas con la misma fogosidad y fuerza que un volcán expulsa su lava. Pero ésta es lava de amor, de fe quizás adormecida, pero no perdida del todo, de respeto a nuestros mayores no dejando que se pierda la tradición que nos legaron y de esperanza de una tierra harta de sufrir sinsabores y deslealtades.

“Quien te llamó Nazareno, - con el nombre del “Greñuo”,- es que besó tus cabellos – y se quedó el alma en ellos-, con la garganta hecha un “núo”. Es mi saeta preferida dedicada al Nazareno gaditano más popular, al que llaman “El Greñuo”, por sus largos cabellos de pelo natural. Una simple estrofa capaz de definir en pocas palabras todo el amor y la devoción de un pueblo a su imagen más venerada.
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