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Al salir del cine: CON SU BLANCA PALIDEZ (Sombras tenebrosas)

César Bardés [colaborador].-

Con su blanca palidez, el tiempo cobra su venganza y convierte en eternidad lo que es maldición. El amor transformado en odio vierte lágrimas de sangre en el despecho y los celos son el alimento del rencor. Lo macabro no deja de ser ridículo y lo evidente tiene un toque mortuorio. El aire parece detenerse para quemar los rastros de una época y de un pensamiento y, una vez más, visitamos el universo gótico de un hombre que se esconde en la estética para contar lo mínimo.

Y es que, a pesar de todos los adeptos que genera, todos ellos entusiastas y algo irracionales, el cine de Tim Burton es cada vez más falso al esconderse detrás de su fascinante mirada un vacío tan grande como un acantilado de muerte y pasión. En su alma, el director aún es un niño rechazado, señalado, raro e incomprendido y quiere describir todos esos dramas con un cuento que pudo ser de terror y se queda en una broma que apenas sabe esbozar una sonrisa. Con todo ello, Burton sabe presentar un envoltorio muy rico, lleno de fantasía, con detalles de puro genio pero a la hora de narrar prefiere obviar la lógica hacia la que lleva la historia y se inventa apariciones, giros de tuerca improvisados que no llevan a ningún sitio y la certeza de que, detrás de cada fantasma, no hay más que humo, ganas de impresionar y mil trucos escenográficos que le sirven de coartada.

Al fin y al cabo, con su blanca palidez, echa mano de nuevo de ese Johnny Depp que, poco a poco, se va convirtiendo en una mera caricatura de actor mientras está en las manos del Burton más delirante (reciente tenemos una muestra de lo que es capaz cuando tiene espacio dramático para desenvolverse en la aceptable Los diarios del ron, de Bruce Robinson) y su interpretación no es más que un grand guignol que ya comienza a repetirse hasta el hastío. Por supuesto, no se olvida de su pareja, Helena Bonham-Carter, con la que disfruta al ponerla en situaciones torturantes o, cuando menos, ridículas. Desaprovecha el inmenso privilegio de contar con Michelle Pfeiffer, interesante en alguna escena pero más por la aureola que arrastra que por el oficio que demuestra y, desde luego, otorga el papel más lucido a Eva Green, mujer que se adapta perfectamente a la imaginería de Burton, con ojos grandes, casi agresivos, puro misterio y, sin embargo, seductora hasta el grito. El resultado es muy irregular y se sale del cine con la sensación de una gracia mal contada, con un par de chistes que no llegan a la carcajada, con una historia que no tiene más que la consabida adoración por los que son y se sienten diferentes y una sensación de levedad impropia de alguien que ha llegado a dirigir pequeñas joyas del cine como Ed Wood o Big Fish por poner solo dos ejemplos.


Con su blanca palidez, la sangre es aún más roja y el deseo es aún más fuerte. Los ojos parecen salir de las órbitas sobre las dos patas hechas de colmillo y maleficio. El amor es el gran perseguido cuando los monstruos se baten en un duelo que solo puede acabar con la rotura de porcelana de una piel que nunca debió morir. Los abrazos del ataúd de madera son tan largos que duran para toda la eternidad. El techo es el polígono del sexo y la violencia es la aparición de una época en la que todo era locura profunda, cordura intrascendente, ambición por el triunfo, canibalismo precursor.

Con su blanca palidez, el rostro de aquel que fue maldito parece hallarse entre las sábanas de un infierno de hemoglobina de color falaz y la única salida consiste en tocar lo que se ama para corromperlo, para echarse unas cuantas ironías con la perplejidad como motivación, para tener la confianza de que el mañana es un concepto anticuado, por mucha estridencia que se quiera poner en la vida. Es lo que tiene la palidez de la muerte. La vida, casi sin quererlo, se resquebraja en un montón de sueños que hacen de la diferencia, una placentera pesadilla. Son las sombras de la existencia.

2 comentarios:

  1. En fin que le vamos a hacer
    la buena narrativa ya pertenece al pasado, no se lleva ni esta de moda es inexplicable.
    Tan incomprensible de como un niño de hoy dia no le gusta Oliver Twis pero sin embargo se queda fascinado con Harry Potter.

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  2. Pues estoy de acuerdo, Fu. Ya no se hace el cine que se hacĂ­a antes. Tampoco se escriben los libros que se escribĂ­an antes. Y lo que es peor: ni siquiera los padres contamos las mismas historias que se contaban antes.
    Gracias y un saludo.

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