Nueva Búsqueda [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Cuando llegó el caballero, a lomos de un poderoso corcel blanco que, no obstante, apenas podía ocultar los síntomas de extenuación provocados por el largo viaje, encontró a los consejeros del rey esperándole a las puertas de palacio.
Aquello le extrañó. Había iniciado, hacía ya siete años, una misión de dimensiones mayúsculas, la búsqueda del cáliz de la verdad, un objeto entre la leyenda y la realidad que el rey, caprichoso donde los hubiere, le había encargado encontrar. Tras siete años de aventuras, de luchar contra fieras, de enfrentarse a hechiceros, magos y espíritus, de preguntar y sumergirse en acertijos y manuscritos, había dado con el cáliz y había emprendido el camino de vuelta. Sin anunciar su llegada, eso sí.
Por eso le extrañaba la presencia de los consejeros.
- Por fin llegáis, noble caballero, llevamos cuatro años esperándoos aquí por órdenes de Su Majestad.
- Traigo el cáliz de la verdad.
- ¿El cáliz? El cáliz ya no importa. Hace mucho tiempo que Su Majestad lo olvidó. Ya no le interesa. Ahora vuestra misión es esta.
Y le acercó al caballero un sobre lacrado sobre el que podía leerse en letras góticas: "Nueva Búsqueda".
El caballero miró sorprendido al consejero, a su caballo destrozado por el esfuerzo y al cáliz que descansaba en su bolsa de viaje. Pensó en los siete años de su vida que había dedicado a su obtención. Maldijo las búsquedas sin fin, lamentó el capricho y la veleidad de los poderosos, sacó el cáliz y lo arrojó a un pozo que por allí cerca abría su boca a los abismos más profundos.
"Nueva Búsqueda". Sin abrir el sobre, el caballero subió a lomos de su corcel y partió. Para los consejeros no hubo ninguna duda de que aquel caballero, tarde o temprano, regresaría con la misión cumplida. Hay quien está hecho para buscar, hay quien está condenado a ello.
Aunque la búsqueda le lleve una vida. Aunque esta se extinga y consuma en el intento.
Cuando llegó el caballero, a lomos de un poderoso corcel blanco que, no obstante, apenas podía ocultar los síntomas de extenuación provocados por el largo viaje, encontró a los consejeros del rey esperándole a las puertas de palacio.
Aquello le extrañó. Había iniciado, hacía ya siete años, una misión de dimensiones mayúsculas, la búsqueda del cáliz de la verdad, un objeto entre la leyenda y la realidad que el rey, caprichoso donde los hubiere, le había encargado encontrar. Tras siete años de aventuras, de luchar contra fieras, de enfrentarse a hechiceros, magos y espíritus, de preguntar y sumergirse en acertijos y manuscritos, había dado con el cáliz y había emprendido el camino de vuelta. Sin anunciar su llegada, eso sí.
Por eso le extrañaba la presencia de los consejeros.
- Por fin llegáis, noble caballero, llevamos cuatro años esperándoos aquí por órdenes de Su Majestad.
- Traigo el cáliz de la verdad.
- ¿El cáliz? El cáliz ya no importa. Hace mucho tiempo que Su Majestad lo olvidó. Ya no le interesa. Ahora vuestra misión es esta.
Y le acercó al caballero un sobre lacrado sobre el que podía leerse en letras góticas: "Nueva Búsqueda".
El caballero miró sorprendido al consejero, a su caballo destrozado por el esfuerzo y al cáliz que descansaba en su bolsa de viaje. Pensó en los siete años de su vida que había dedicado a su obtención. Maldijo las búsquedas sin fin, lamentó el capricho y la veleidad de los poderosos, sacó el cáliz y lo arrojó a un pozo que por allí cerca abría su boca a los abismos más profundos.
"Nueva Búsqueda". Sin abrir el sobre, el caballero subió a lomos de su corcel y partió. Para los consejeros no hubo ninguna duda de que aquel caballero, tarde o temprano, regresaría con la misión cumplida. Hay quien está hecho para buscar, hay quien está condenado a ello.
Aunque la búsqueda le lleve una vida. Aunque esta se extinga y consuma en el intento.
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