Al salir del cine: EL HOMBRE QUE NUNCA FUI (Total recall)
César Bardés [colaborador].-
Levantarse y ver la oscuridad del sucio techo, el hacinamiento de la gente en unas viviendas futuristas que deberĂan ser devoradas por el pasado, la nada de un dĂa que se empeña en repetirse con cansina gravedad. Huir de todo eso y construir un sueño del que no se quiere despertar. Una vida de peligro, de aventuras, de chicas guapas y disparos ratoneros, de muerte segura a la vuelta de la esquina pero de sentido rápido e intuiciĂłn certera. Es la rellamada total, la Ăşltima oportunidad.
Bien es cierto que el mundo parece tan mecanizado que ya solo falta prescindir de la propia humanidad. Demasiadas guerras, demasiada sombra que obliga al hombre a convivir con el fantasma de la superpoblaciĂłn en los Ăşltimos reductos habitables. La zona prohibida es pensar. Todo se puede tergiversar. Desde el infiltrado al resistente. Desde el traidor hasta el valiente. Y asĂ vemos que no fuimos aquellos que se dirigen a trabajar en manadas de plataformas futuristas como si fueran ganado cibernĂ©tico. Pero tampoco podremos ser el hombre que realmente creĂamos ser. La identidad es una elecciĂłn y, casi siempre, suele ser la equivocada.
Al ver esta pelĂcula es inevitable retrotraerse en el tiempo y recordar aquella DesafĂo total, de Paul Verhoeven con Arnold Schwarzenegger de protagonista y nos encontramos que la mirada de Len Wiseman, director de esta versiĂłn, es más sombrĂa, más oscura, más pesimista, menos misteriosa, menos aseada, menos fantástica y menos fiel. El mundo futuro descrito por Wiseman es más endemoniado, con mutantes ausentes y acciones descritas con una cierta precipitaciĂłn pero que, en general, funciona con eficacia. Hay escenas trepidantes, resueltas con habilidad y otras hundidas en la más torpe realizaciĂłn. Hay menos humor y un plantel de intĂ©rpretes bien limitado del que sobresale una Kate Beckinsale de instintos salvajemente inexplicados a pesar de que el papel no le da para mucho. El resto son modificaciones que cogen de base, más que la novela de Philip K. Dick de la que parte la historia, la propia pelĂcula de Verhoeven, reinventada y pulida y con un intento de coger por los pelos la estĂ©tica que presidiĂł Blade Runner, de Ridley Scott, tambiĂ©n basada en un relato del mismo escritor.
El rato de diversiĂłn está asegurado siempre que no se planteen muchas preguntas. No hay esa ambigĂĽedad latente que yacĂa por los rincones de la primera versiĂłn porque esta vez se apuesta por la acciĂłn como reclamo. Todo ocurre en nuestro planeta. Más que nada porque está habitado por extraterrestres (y este no es un comentario relativo a la pelĂcula) que están dispuestos a destruir las colonias para asegurarse una cĂłmoda supervivencia. El caso es que es difĂcil esquivar tantas balas, pasar dos o tres veces por el centro de la Tierra, impedir una conspiraciĂłn, cambiar de bando y comprobar que tu mujer, si pudiera, te mandarĂa al mismo infierno con tal de salirse con la suya. Es lo que tiene el amor, que se equivoca como el que más.
Es tiempo de evasiĂłn cuando la realidad se impone de una forma tan gris como ingrata. Hay que buscar salidas que permitan el respiro y coger fuerzas para afrontar la inĂştil rutina del dĂa siguiente. Y de pronto, descubres que no, que no eres quien creĂas ser, que se poseen habilidades que se desconocĂan, que, con un gesto, eres más temible que todos esos cañones que apuntan directamente a tu cabeza. El mañana es pura incertidumbre porque eso es lo que nos gustarĂa. Que fuera diferente. Que estuviĂ©ramos tan seguros de nosotros que el derribo fuera solo una circunstancia y la voltereta, un simple recurso. El fuego de todos los dĂas puede dejarnos en una situaciĂłn de delicado equilibrio. Incluso aunque el pasado sea solo un producto de la imaginaciĂłn y el futuro, una misiĂłn que adquiere una notable importancia en todo lo que te rodea y en todo lo que te importa. Ése quizá sea el hombre que realmente eres.
Levantarse y ver la oscuridad del sucio techo, el hacinamiento de la gente en unas viviendas futuristas que deberĂan ser devoradas por el pasado, la nada de un dĂa que se empeña en repetirse con cansina gravedad. Huir de todo eso y construir un sueño del que no se quiere despertar. Una vida de peligro, de aventuras, de chicas guapas y disparos ratoneros, de muerte segura a la vuelta de la esquina pero de sentido rápido e intuiciĂłn certera. Es la rellamada total, la Ăşltima oportunidad.
Bien es cierto que el mundo parece tan mecanizado que ya solo falta prescindir de la propia humanidad. Demasiadas guerras, demasiada sombra que obliga al hombre a convivir con el fantasma de la superpoblaciĂłn en los Ăşltimos reductos habitables. La zona prohibida es pensar. Todo se puede tergiversar. Desde el infiltrado al resistente. Desde el traidor hasta el valiente. Y asĂ vemos que no fuimos aquellos que se dirigen a trabajar en manadas de plataformas futuristas como si fueran ganado cibernĂ©tico. Pero tampoco podremos ser el hombre que realmente creĂamos ser. La identidad es una elecciĂłn y, casi siempre, suele ser la equivocada.
Al ver esta pelĂcula es inevitable retrotraerse en el tiempo y recordar aquella DesafĂo total, de Paul Verhoeven con Arnold Schwarzenegger de protagonista y nos encontramos que la mirada de Len Wiseman, director de esta versiĂłn, es más sombrĂa, más oscura, más pesimista, menos misteriosa, menos aseada, menos fantástica y menos fiel. El mundo futuro descrito por Wiseman es más endemoniado, con mutantes ausentes y acciones descritas con una cierta precipitaciĂłn pero que, en general, funciona con eficacia. Hay escenas trepidantes, resueltas con habilidad y otras hundidas en la más torpe realizaciĂłn. Hay menos humor y un plantel de intĂ©rpretes bien limitado del que sobresale una Kate Beckinsale de instintos salvajemente inexplicados a pesar de que el papel no le da para mucho. El resto son modificaciones que cogen de base, más que la novela de Philip K. Dick de la que parte la historia, la propia pelĂcula de Verhoeven, reinventada y pulida y con un intento de coger por los pelos la estĂ©tica que presidiĂł Blade Runner, de Ridley Scott, tambiĂ©n basada en un relato del mismo escritor.
El rato de diversiĂłn está asegurado siempre que no se planteen muchas preguntas. No hay esa ambigĂĽedad latente que yacĂa por los rincones de la primera versiĂłn porque esta vez se apuesta por la acciĂłn como reclamo. Todo ocurre en nuestro planeta. Más que nada porque está habitado por extraterrestres (y este no es un comentario relativo a la pelĂcula) que están dispuestos a destruir las colonias para asegurarse una cĂłmoda supervivencia. El caso es que es difĂcil esquivar tantas balas, pasar dos o tres veces por el centro de la Tierra, impedir una conspiraciĂłn, cambiar de bando y comprobar que tu mujer, si pudiera, te mandarĂa al mismo infierno con tal de salirse con la suya. Es lo que tiene el amor, que se equivoca como el que más.
Es tiempo de evasiĂłn cuando la realidad se impone de una forma tan gris como ingrata. Hay que buscar salidas que permitan el respiro y coger fuerzas para afrontar la inĂştil rutina del dĂa siguiente. Y de pronto, descubres que no, que no eres quien creĂas ser, que se poseen habilidades que se desconocĂan, que, con un gesto, eres más temible que todos esos cañones que apuntan directamente a tu cabeza. El mañana es pura incertidumbre porque eso es lo que nos gustarĂa. Que fuera diferente. Que estuviĂ©ramos tan seguros de nosotros que el derribo fuera solo una circunstancia y la voltereta, un simple recurso. El fuego de todos los dĂas puede dejarnos en una situaciĂłn de delicado equilibrio. Incluso aunque el pasado sea solo un producto de la imaginaciĂłn y el futuro, una misiĂłn que adquiere una notable importancia en todo lo que te rodea y en todo lo que te importa. Ése quizá sea el hombre que realmente eres.
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