Competitividad

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Acaban de anunciar por la radio que cierran una fábrica de automóviles Ford en Bélgica, y se la traen a España. Y aunque pueda parecer extraño, no es una noticia que deba alegrarnos especialmente. Me explico. La excusa del cierre, como casi siempre, la falta de competitividad.

Traducir esta palabra al lenguaje cotidiano de la ciudadanía resulta un poco fuerte, pero me veo en la obligación de aclarar su significado real: usted deja de ser competitivo cuando su empresa, no ya pierde dinero en sus negocios, sino que prevé aumentar sus beneficios trasladándola a otra parte, siempre a costa de los sueldos y derechos laborales de los trabajadores en general.

Usted deja de ser competitivo cuando está en el paro por culpa de uno de esos E.R.E. que nadie entiende y que nadie puede detener, y además tiene más de cuarenta y cinco años,  lo que lo equipara a un anciano desechable en el seno de nuestra  supuestamente próspera sociedad de consumo.
No intente convencerles de su capacidad laboral, de su experiencia personal: eso le importa un bledo a una clase empresarial que sólo piensa en clave de explotación de las personas y de obtención de beneficio neto.

La palabra competitividad la inventaron los capitalistas como un eufemismo, esto es, como una definición suave que oculta una realidad cruda, pura y dura: si no te sometes a este implacable mercado de trabajo en el que tus representantes sindicales no mueven un dedo, así te parta un rayo, si no aceptas reducciones salariales sin motivo alguno, si no te pliegas a aumentar tu jornada laboral gratuitamente y sin rechistar, ya buscaremos a otro que haga tu mismo trabajo por menos dinero, echando más horas que un reloj y sin abrir la boca para protestar, que al que pregunta, como decían en la mili, le toca la guardia.

MILAGRO CHINO

Pongamos un ejemplo: el “milagro” chino de crecimiento, del que se nos muestra su cara, pero no su cruz, se sustenta en la competitividad de un sistema laboral absolutamente controlado por un Estado totalitario, que limita derechos y sueldos de los trabajadores a cambio de un crecimiento desmesurado, basado en una producción de mercancías baratas gracias a costes sociales ínfimos, comparados con esos mismos costes en Occidente.

Y como el desfase entre el nivel de vida rural y el urbano en China es tremendo, todos contentos. Un obrero en una ciudad china ganará cinco veces más que un agricultor, sin miedo a perder su cosecha por causa de las inclemencias del tiempo, aún cuando deba vivir hacinado en auténticas chabolas comunitarias y trabajar de sol a sol en naves inmundas, mal iluminadas y mal ventiladas, insalubres y antihigiénicas, con la espada de Damocles sobre su cabeza de que la maquinaria oficial china lo vigila, y si es despedido de una fábrica es como si lo despidiesen de todo el país.

Claro está que, como contrapeso a toda esta miseria, florecen los millonarios sin escrúpulos amparados sin pudor por el régimen, que ve como sus arcas públicas nadan en dinero a costa de arruinar a Occidente, cuando hace sólo una década ese mismo régimen tenía problemas para alimentar a su población. 

MANERA DULCE DE LLAMAR A LA EXPLOTACIÓN

No creo que encontremos un solo significado de la palabra competitividad que sea honesto y respetable”.

Esta manera dulce de llamar a la explotación llana y simple ha sido asumida por el pueblo con la misma naturalidad que hemos aceptado regularización laboral en vez de despido, deceso en vez de muerte, desequilibrios financieros en vez de estafa y normalización lingüística en vez de persecución de los hispano parlantes.

Hoy en día, incluso el cuchillo de cortar carne se envuelve en papel celofán para que no hiera susceptibilidades. Aunque las personas a las que todavía nos gusta llamar a las cosas por su nombre, seguimos prefiriendo hablar de estafas, de recortes, de rescates y de asaltos a mano armada a ese estado del semibienestar que tantos años nos costó edificar.
    
A lo mejor tenemos suerte, y cuando desaparezcan de nuestro entorno toda esa plaga de parásitos sociales que viven de la política, de los negocios sucios, de la calumnia ajena, de la especulación y del robo de guante blanco con el dinero de todos, podamos recuperar palabras para nuestro vocabulario cotidiano como cooperación, solidaridad, o justicia.

Seguramente cuando estas palabras vuelvan a estar de moda, podremos vivir en una sociedad más humana, más igualitaria y redistributiva donde, por supuesto, esté prohibida para siempre la palabra competitividad.