¡Qué triste es la vejez!

Dicen que la vejez es modelo de sabiduría, quizás porque el saber está en los muchos años que se nos han ido. También que las canas ennoblecen, pero la mayoría se esfuerza en ocultar este tipo de “nobleza”. Afirman que en este periodo de nuestra vida gozamos de una calma y serenidad difíciles de alterar. No comprenden que es por la inutilidad en conseguir nuestras aspiraciones y empeños, convertidos ya en sueños y quimeras.
Todo lo vemos bajo una perspectiva más real, al comprobar que hemos recorrido el camino alegremente dejando en cada recodo circunstancias y momentos que hoy nos duele no haber sabido valorar y aprovechar. Es el tiempo de los achaques y la falta de posibilidades, no para salir airosos, sino para meros intentos.
Se nos presenta a los abuelos como ejemplos de ternura, abnegación y de amor y dicen que los nietos es la recompensa por los años vividos y aunque son auténticas estas sensaciones, hay veces que van unidas a una urgente petición de ayuda, para no sentirse tan solos al recorrer ese último trecho de su vida cargado de nostalgias.

Y también un período en el que se agradecen los pequeños detalles de los que nos rodean, como una simple y amable sonrisa, la caricia con la que nos distinguen o ese beso que se pierde antes de llegar a su destino y que nosotros quisiéramos enquistar en nuestra mejilla. Sentirnos amados por los que tanto han significado en nuestras vidas.
SER VIEJO ES FEO Y TRISTE
Digan lo que quieran escritores, poetas y analistas, pero ser viejo es feo y triste. Difícil de sobrellevar con resignación y entusiasmo. Es vivir a base de los recuerdos de un ayer, que tanto echamos de menos y sabemos ya irrecuperable; un presente sobrecargado de odiosas limitaciones e inaccesibles deseos y un mañana en el que no queremos pensar, porque las circunstancias indican en muchas ocasiones que ya no estaremos para vivirlo y contarlo. Esta es la realidad de este período de nuestra vida.
Esta etapa se puede comparar a un andén de estación en el que esperamos con inquietud y resquemor la llegada del tren que nos trasladará al final de nuestro destino. Tener que aceptar que no es un insulto que te llamen “viejo”. Un término que siempre nos ha parecido despectivo. Pensar en acontecimientos que se hallan, como suele decirse, a la vuelta de la esquina, y saber que ya no estarás para disfrutarlos. Ni enrolarte en esa aventura que te parece fascinante, porque no te encuentras con fuerza, ni dispones de tiempo para realizarla.

Todo esto es esa serena vejez de la que hablan los que aún no han llegado a ella y no la sienten cada mañana cuando al levantarse de la cama, tienen que extremar las precauciones para no resbalar o caer en la ducha y no olvidar ninguna de las pastillas que ha de tomar para que siga en el mundo de los vivos, aunque ya sea como un mero espectador de todo cuanto ocurre.
Los que aún no la conocen, felices ellos, no se figuran que la rutina que se vive en estas edades no solo está llena de impedimentos, sino que aún mantiene vivos los sueños y deseos que les han acompañado a lo largo de los años y cuyas vivencias aún siguen activas en la mente.
DIOS NOS LIBRE DEL ALZHEIMER
Les dicen que deben mantener el espíritu joven, aunque no les aclaran cómo poder sentirse jóvenes, si ya pasan de carrozas a diligencias. A veces la forzada sonrisa de un anciano esconde ese llanto interno que no quiere descubrir para no hacer aún más difícil la convivencia con los que le acogen.
Tampoco se puede ser feliz cuando falta ese maravilloso ser que nos ha acompañado y soportado a lo largo del camino. No existe un cariño posible y capaz de llenar ese vacío. El amor de la pareja, si es recíprocamente sentido, no desaparece con la muerte, sino que se hace más intenso, necesario y protagonista de nuestros sueños que acaban en pesadillas. Una terrible soledad que perdurará mientas vivamos. Y es el excesivo desgaste de los años la causa más lógica en este tipo de separación.

Tampoco comprendo estar junto a la persona que más se quiere y con la que pasa los últimos años de tu vida y verla convertida en un ser extraño, que ni te conoce, ni te habla, ni alivia tu soledad y la de ella. Dios nos libre del Alzheimer, esa enfermedad que padecen millones de seres generalmente mayores y cuyo día universal coincide con la llegada del otoño climatológico. Todo un símbolo a mi entender.
Una tortura para los que la padecen, que pierden las últimas emociones, alegrías y sensaciones de su vida y para aquellos que conviven con esos seres a los que tanto aman y les ven extraños. Un nuevo y desconcertante proceder de Dios que en ocasiones nos sorprende marcando torcidamente la trayectoria y el destino de nuestras vidas, como si fuéramos juguetes o caprichos de la travesura de un pequeño.
Hemos añadido años a la vida, pero no vida a los años.
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