La sociedad del mal [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
- Da aquà comienzo la docemilésima ducentésima cuadragésima octava reunión mensual de La Sociedad del Mal.
El Presidente se puso en pie. Todos le imitaron en absoluto silencio. El Presidente pronunció la fórmula ritual, encendió una vela y tomó asiento. Tras él, lo hizo el resto.
- Ha llegado nuestra hora. De vosotros depende, compañeros miembros, que esta sea la última reunión de nuestra sociedad.
Entre los presentes se levantaron murmullos. DespuĂ©s de más de un milenio de secretos, de conjuras, de persecuciones, despuĂ©s de generaciones y generaciones de miembros de la más alta distinciĂłn, reyes, cientĂficos, nobles, hombres de negocios, guerreros, doctores, papas, empresarios, inventores, iluminados e investigadores de toda procedencia que atendĂan a todas las ramas del saber, el Presidente habĂa pronunciado las palabras que constituĂan la razĂłn de ser de la sociedad.
Como era de rigor, se leyeron los estatutos fundacionales.
- Se crea La sociedad del Mal con el único fin de poner en marcha, llegado el momento, el plan de destrucción del mundo conocido y de todos los mundos posibles venidos y por venir. Tras esto, La Sociedad del Mal procederá a su disolución.
El Presidente se dirigiĂł a todos los asistentes.
- El momento es propicio. El mundo merece acabar como jamás lo habĂa merecido. Votemos, pues, si creemos llegado el momento de iniciar el plan de destrucciĂłn.
Todos los miembros, pues, fueron pasando a dejar su voto con gesto grave, abrumados ante el honor de ser depositarios finales de un plan secreto concebido hacĂa más de mil años y guardado celosamente desde entonces. PertenecĂa a La Sociedad del Mal la flor y nata del poder mundial, varios primeros ministros, algĂşn dictador o seudodictador de paĂses "en vĂas de desarrollo", las altas esferas de las instituciones eclesiásticas y militares, los grupos de presiĂłn más efectivos a nivel global, empresarios multimillonarios, representantes de la banca y los negocios, incluso más de un conocido personaje del mundo de las artes, el deporte y el espectáculo. Todos eran conscientes de que su posiciĂłn se debĂa a su pertenencia, por nacimiento, herencia o mĂ©rito, a la sociedad secreta. Nadie perduraba en el poder si no pertenecĂa a La Sociedad del Mal. Y nadie, salvo ellos, por supuesto, lo sabĂa.
Se produjo el recuento de votos y el Presidente anunciĂł el resultado. Un 90% contrario a la destrucciĂłn del mundo y favorable al mantenimiento del statu quo. El Presidente mirĂł al auditorio, extrañado. ¿QuĂ© pasaba? ¿Acaso no habĂa llegado el momento, el solemne y esplendoroso momento para el que la sociedad habĂa sido creada?
Se acrecentaron los murmullos. Alguien dijo que tenĂa tarde de golf el fin de semana, que no era buen momento para destruir el mundo; otro hablĂł de un yate que acababa de comprar; otro de una rubia tremenda con la que habĂa entablado relaciones no hacĂa mucho; este, que tenĂa competiciĂłn de pádel; aquel, que si acababa de hacerse con unos bonos que prometĂan jugosos beneficios...
El Presidente mirĂł su reloj, enfurecido. LamentĂł la composiciĂłn de la sociedad, la pĂ©rdida de los ideales, cĂłmo habĂan cambiado los tiempos, si levantaran la cabeza los gloriosos fundadores de La Sociedad del Mal. Estos, los de ahora, ni eran miembros ni eran nada, solo una panda de estĂłmagos agradecidos. El mundo, en efecto, estaba tan mal que hasta los encargados de destruirlo habĂan degenerado en una panda de mamarrachos. El Presidente lamentĂł, por Ăşltimo, el proceso democrático, que hace un milenio constituyĂł uno de los mayores logros de la sociedad y que ahora le daba el poder a una mayorĂa corrupta. No habĂa, en cualquier caso, nada que hacer.
- Queda aplazado, pues, el plan de destrucción. El mes que viene se celebrará la docemilésima ducentésima cuadragésima novena reunión de La Sociedad del Mal.
No dijo nada más, y se retirĂł. Mientras desaparecĂa tras las cortinas, oyĂł a un poderoso empresario multinacional decir: "menos mal que ha salido que no, con lo buenos que están los canapĂ©s que sirven tras cada reuniĂłn". "SĂ", -contestaba el primer ministro de un estado de Extremo Oriente- "especialmente acompañados de un buen vino..."
El Presidente se puso en pie. Todos le imitaron en absoluto silencio. El Presidente pronunció la fórmula ritual, encendió una vela y tomó asiento. Tras él, lo hizo el resto.
- Ha llegado nuestra hora. De vosotros depende, compañeros miembros, que esta sea la última reunión de nuestra sociedad.
Entre los presentes se levantaron murmullos. DespuĂ©s de más de un milenio de secretos, de conjuras, de persecuciones, despuĂ©s de generaciones y generaciones de miembros de la más alta distinciĂłn, reyes, cientĂficos, nobles, hombres de negocios, guerreros, doctores, papas, empresarios, inventores, iluminados e investigadores de toda procedencia que atendĂan a todas las ramas del saber, el Presidente habĂa pronunciado las palabras que constituĂan la razĂłn de ser de la sociedad.
Como era de rigor, se leyeron los estatutos fundacionales.
- Se crea La sociedad del Mal con el único fin de poner en marcha, llegado el momento, el plan de destrucción del mundo conocido y de todos los mundos posibles venidos y por venir. Tras esto, La Sociedad del Mal procederá a su disolución.
El Presidente se dirigiĂł a todos los asistentes.
- El momento es propicio. El mundo merece acabar como jamás lo habĂa merecido. Votemos, pues, si creemos llegado el momento de iniciar el plan de destrucciĂłn.
Todos los miembros, pues, fueron pasando a dejar su voto con gesto grave, abrumados ante el honor de ser depositarios finales de un plan secreto concebido hacĂa más de mil años y guardado celosamente desde entonces. PertenecĂa a La Sociedad del Mal la flor y nata del poder mundial, varios primeros ministros, algĂşn dictador o seudodictador de paĂses "en vĂas de desarrollo", las altas esferas de las instituciones eclesiásticas y militares, los grupos de presiĂłn más efectivos a nivel global, empresarios multimillonarios, representantes de la banca y los negocios, incluso más de un conocido personaje del mundo de las artes, el deporte y el espectáculo. Todos eran conscientes de que su posiciĂłn se debĂa a su pertenencia, por nacimiento, herencia o mĂ©rito, a la sociedad secreta. Nadie perduraba en el poder si no pertenecĂa a La Sociedad del Mal. Y nadie, salvo ellos, por supuesto, lo sabĂa.
Se produjo el recuento de votos y el Presidente anunciĂł el resultado. Un 90% contrario a la destrucciĂłn del mundo y favorable al mantenimiento del statu quo. El Presidente mirĂł al auditorio, extrañado. ¿QuĂ© pasaba? ¿Acaso no habĂa llegado el momento, el solemne y esplendoroso momento para el que la sociedad habĂa sido creada?
Se acrecentaron los murmullos. Alguien dijo que tenĂa tarde de golf el fin de semana, que no era buen momento para destruir el mundo; otro hablĂł de un yate que acababa de comprar; otro de una rubia tremenda con la que habĂa entablado relaciones no hacĂa mucho; este, que tenĂa competiciĂłn de pádel; aquel, que si acababa de hacerse con unos bonos que prometĂan jugosos beneficios...
El Presidente mirĂł su reloj, enfurecido. LamentĂł la composiciĂłn de la sociedad, la pĂ©rdida de los ideales, cĂłmo habĂan cambiado los tiempos, si levantaran la cabeza los gloriosos fundadores de La Sociedad del Mal. Estos, los de ahora, ni eran miembros ni eran nada, solo una panda de estĂłmagos agradecidos. El mundo, en efecto, estaba tan mal que hasta los encargados de destruirlo habĂan degenerado en una panda de mamarrachos. El Presidente lamentĂł, por Ăşltimo, el proceso democrático, que hace un milenio constituyĂł uno de los mayores logros de la sociedad y que ahora le daba el poder a una mayorĂa corrupta. No habĂa, en cualquier caso, nada que hacer.
- Queda aplazado, pues, el plan de destrucción. El mes que viene se celebrará la docemilésima ducentésima cuadragésima novena reunión de La Sociedad del Mal.
No dijo nada más, y se retirĂł. Mientras desaparecĂa tras las cortinas, oyĂł a un poderoso empresario multinacional decir: "menos mal que ha salido que no, con lo buenos que están los canapĂ©s que sirven tras cada reuniĂłn". "SĂ", -contestaba el primer ministro de un estado de Extremo Oriente- "especialmente acompañados de un buen vino..."
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