Al salir del cine: PINTURA PARA LOS PODEROSOS (Un plan perfecto)
César Bardés [colaborador].-
A menudo el arte es ese objeto de ventajas añadidas que representan parcelas de poder, verdaderos escaparates de la vanidad que acompaña la posesión de la obra maestra. Hay poco sitio para la minúscula obra admirada que se adquiere con sacrificios. Lo que vale es la presunción acompañada de una buena dosis de arrogancia enmarcada en un desprecio tan hiriente como inútil. Y las venganzas tienen que ser planeadas hasta el último detalle. Más que nada porque el incauto millonario no se tiene que dar cuenta de la buena porción de billetes y belleza que ha perdido de la forma más humillante.
Pero en la mayorĂa de las ocasiones los planes nunca salen como están previstos. Quizá la chica que tiene que servir de gancho no tenga tanta clase, o tal vez haya competidores innobles que pretenden usurpar puestos a base de tonta palabrerĂa, o incluso se pueden perder unos pantalones de la forma más ridĂcula y mantener la dignidad cual Cary Grant con gafas. Hay mĂşltiples desviaciones del plan original. Tantas que es posible que el tipo que lo ha urdido todo no tenga tanta clase como se imagina y más bien sea un torpe redomado que huele desde lejos a carne de fracaso.
Las apariencias suelen ser una traiciĂłn anunciada. La realidad se erige como una coartada que esconde las verdaderas intenciones y entonces el juego de vanidades comienza a girar con vertiginosa facilidad. Por otro lado, contraponer la consabida elegancia inglesa a la alocada informalidad americana siempre ha sido un juego atractivo pero, a su vez, tambiĂ©n puede llegar a ser el disfraz de los perdedores. Todo se confabula en una farsa que tiene mucho de verdad y tambiĂ©n alguna que otra mentira. Pero...¿quĂ© más da? Siempre habrá la posibilidad de salvar el problema con el arma infalible del ingenio.
No bastarán las trampas con leones dentro o la inminente ruina que se deriva del asunto para echar atrás al héroe que decide cuáles son las pinturas adecuadas para los poderosos. Tampoco una mujer le hará cambiar de opinión. Llevará adelante su plan a pesar de los obstáculos y de las desviaciones. Bastará con poner un anzuelo en forma de obra de arte ansiada y el pez picará llevado a medias por la lujuria y a cuartos por agarrar lo que cree que le pertenece.
Todo se lleva con un extremo estilo en esta pelĂcula. La direcciĂłn de Michael Hoffman es sobria y precisa, la interpretaciĂłn de Colin Firth es una delicia y una demostraciĂłn de la capacidad de reĂrse de sĂ mismo pareciendo el hombre más atractivo, y el conjunto revela una inteligencia que ni siquiera se intuĂa en el original de Ronald Neame interpretado por Michael Caine y Shirley McLaine con el tĂtulo de Ladrona por amor. El rato es bueno, el guiĂłn de los hermanos Coen es brillante, el lujo abunda y los ladrones merodean por doquier. La pelĂcula, al fin y al cabo, acaba robando un buen trato al tiempo mientras se dan pinceladas de comedia de enredo, de comedia loca, de comedia romántica, de comedia de intriga y de comedia aguda. Adivinen cuál es la autĂ©ntica.
El resto es un rato de disfrute, de saber que los poderosos también pueden ser vulnerables, de reconocer la genuina verdad entre un buen montón de engaños, de pensar que la inteligencia también es un objeto de arte, de creer que la intimidad, en el fondo, es un chiste de dudoso gusto. Eso es mucho en una historia que no pretende ir más allá y, en su territorio, coquetea peligrosamente con la excelencia. Reserven una habitación y tiren la casa por la ventana. Asegúrense de que sus conversaciones no tengan un doble sentido. Y sobre todo, hagan bien su trabajo. Sobre todo porque siempre puede venir un advenedizo que les confunda y les dé gato por pintura. Con firma incluida.
A menudo el arte es ese objeto de ventajas añadidas que representan parcelas de poder, verdaderos escaparates de la vanidad que acompaña la posesión de la obra maestra. Hay poco sitio para la minúscula obra admirada que se adquiere con sacrificios. Lo que vale es la presunción acompañada de una buena dosis de arrogancia enmarcada en un desprecio tan hiriente como inútil. Y las venganzas tienen que ser planeadas hasta el último detalle. Más que nada porque el incauto millonario no se tiene que dar cuenta de la buena porción de billetes y belleza que ha perdido de la forma más humillante.
Pero en la mayorĂa de las ocasiones los planes nunca salen como están previstos. Quizá la chica que tiene que servir de gancho no tenga tanta clase, o tal vez haya competidores innobles que pretenden usurpar puestos a base de tonta palabrerĂa, o incluso se pueden perder unos pantalones de la forma más ridĂcula y mantener la dignidad cual Cary Grant con gafas. Hay mĂşltiples desviaciones del plan original. Tantas que es posible que el tipo que lo ha urdido todo no tenga tanta clase como se imagina y más bien sea un torpe redomado que huele desde lejos a carne de fracaso.
Las apariencias suelen ser una traiciĂłn anunciada. La realidad se erige como una coartada que esconde las verdaderas intenciones y entonces el juego de vanidades comienza a girar con vertiginosa facilidad. Por otro lado, contraponer la consabida elegancia inglesa a la alocada informalidad americana siempre ha sido un juego atractivo pero, a su vez, tambiĂ©n puede llegar a ser el disfraz de los perdedores. Todo se confabula en una farsa que tiene mucho de verdad y tambiĂ©n alguna que otra mentira. Pero...¿quĂ© más da? Siempre habrá la posibilidad de salvar el problema con el arma infalible del ingenio.
No bastarán las trampas con leones dentro o la inminente ruina que se deriva del asunto para echar atrás al héroe que decide cuáles son las pinturas adecuadas para los poderosos. Tampoco una mujer le hará cambiar de opinión. Llevará adelante su plan a pesar de los obstáculos y de las desviaciones. Bastará con poner un anzuelo en forma de obra de arte ansiada y el pez picará llevado a medias por la lujuria y a cuartos por agarrar lo que cree que le pertenece.
Todo se lleva con un extremo estilo en esta pelĂcula. La direcciĂłn de Michael Hoffman es sobria y precisa, la interpretaciĂłn de Colin Firth es una delicia y una demostraciĂłn de la capacidad de reĂrse de sĂ mismo pareciendo el hombre más atractivo, y el conjunto revela una inteligencia que ni siquiera se intuĂa en el original de Ronald Neame interpretado por Michael Caine y Shirley McLaine con el tĂtulo de Ladrona por amor. El rato es bueno, el guiĂłn de los hermanos Coen es brillante, el lujo abunda y los ladrones merodean por doquier. La pelĂcula, al fin y al cabo, acaba robando un buen trato al tiempo mientras se dan pinceladas de comedia de enredo, de comedia loca, de comedia romántica, de comedia de intriga y de comedia aguda. Adivinen cuál es la autĂ©ntica.
El resto es un rato de disfrute, de saber que los poderosos también pueden ser vulnerables, de reconocer la genuina verdad entre un buen montón de engaños, de pensar que la inteligencia también es un objeto de arte, de creer que la intimidad, en el fondo, es un chiste de dudoso gusto. Eso es mucho en una historia que no pretende ir más allá y, en su territorio, coquetea peligrosamente con la excelencia. Reserven una habitación y tiren la casa por la ventana. Asegúrense de que sus conversaciones no tengan un doble sentido. Y sobre todo, hagan bien su trabajo. Sobre todo porque siempre puede venir un advenedizo que les confunda y les dé gato por pintura. Con firma incluida.
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