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Ladrones de almas [Memento Mori]

José Antonio Sanduvete [colaborador].-

     El dĂ­a que encontraron la manera de aislar el alma y separarla del cuerpo por mĂ©todos quĂ­micos la humanidad entrĂł en una espiral de la que le iba a resultar difĂ­cil salir. El mĂ©todo surgiĂł de los laboratorios, fue presentado en cĂ­rculos privados y vendido al mejor postor.

     ¿Para quĂ© querrĂ­a alguien ser conocedor de un proceso quĂ­mico por el que las almas se separan de sus cuerpos y quedan aisladas? Para nada bueno, desde luego. Pronto se comprobĂł que el mĂ©todo no habĂ­a caĂ­do en buenas manos.

     Los primeros en sufrir las consecuencias fueron solitarios, excluidos, anĂłnimos. Se acostaban una noche y al despertar se sentĂ­an vacĂ­os, tristes, apagados... y con una nueva y preocupante tendencia a cometer el mal, o más bien una total ausencia de principios, de valores, de remordimientos.

     A medida que los ladrones actuaban con mayor precisiĂłn y regularidad el mundo se iba llenando de gente sin alma. DescendĂ­a la seguridad ciudadana, aumentaban los conflictos, pero disminuĂ­an al mismo tiempo las protestas, el llanto, la empatĂ­a, el dolor. Una sociedad no puede sentir empatĂ­a si carece de alma.

     Alguien tuvo entonces la idea de poner a la venta su alma. HabĂ­a gente a la que no le importaba perderla a cambio de una compensaciĂłn; y habĂ­a muchos, cada vez más, desalmados que deseaban volver a probar los suaves placeres de las bellas cualidades humanas. Ley de mercado, pues. Los precios se hicieron exorbitantes, la demanda creciĂł y pronto comenzĂł el tráfico de almas. Nadie sabĂ­a de dĂłnde salĂ­an las almas con las que se traficaba, ni las que se ponĂ­an a la venta de forma legal. A nadie le importaba. Tener un alma se convirtiĂł en un privilegio, en señal de distinciĂłn, y la necesidad dio paso a la ambiciĂłn. HabĂ­a potentados que guardaban en un almacĂ©n centaneres de almas, que se las cambiaban como quien cambia de chaqueta. HabĂ­a desalmados que preferĂ­an presumir de su posesiĂłn antes que usarlas.

     Las almas se convirtieron entonces en piezas de museo. Todos querĂ­an tener miles de almas que enseñar a las visitas. Las enseñaban, pero no las usaban, claro. Hay que ser un autĂ©ntico desalmado para tener una multitud de almas y no ofrecĂ©rselas a los demás.

     Cuando intentaron remediarlo, el mundo era ya un lugar duro, impĂ­o. Los seres humanos se devoraban unos a otros y las almas, expuestas en sus urnas, se habĂ­an convertido en amasijos polvorientos de buenos sentimientos que nadie tenĂ­a la menor intenciĂłn de usar.

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