Al salir del cine: EL PENSAMIENTO DE LA CORONA (Un asunto real)
César Bardés [colaborador].-
En una Europa en la que el pensamiento ilustrado de Voltaire, de Rousseau y de Montesquieu se abrĂa paso en un pueblo que necesitaba la ilusiĂłn del cambio y que estaba abandonando los aburridos minuetos de Händel por el jĂşbilo y la pasiĂłn de un joven Wolfgang Amadeus Mozart, los acontecimientos se precipitaban hacia el fin de los privilegios ancestrales de la acomodada aristocracia. El lujo parecĂa ser una obligaciĂłn en los palacios y el juego del poder se antojaba un capricho polĂtico que bien podrĂa convertirse en una mera elongaciĂłn de la realeza.
Todo comienza con un matrimonio concertado por poderes. Los novios ni siquiera han llegado a conocerse y la boda se ha celebrado sin la presencia de los interesados. Ella es perfecta para ser reina. Educada, fina, bella, inteligente, artĂstica y paciente. Él es todo lo contrario de lo que deberĂa ser un rey. Maleducado, infame, vergonzoso y vergonzante, inoportuno, tosco, caprichoso, inĂştil. El amor no aparece. Nunca ha sido llamado. La vida es una continua negativa. Seguir adelante solo consiste en pensar en el prĂłximo placer. Mientras, ahĂ fuera, el pueblo convive con las ratas, en la suciedad del invierno, en el prostĂbulo del calor. No hay nada que pueda servir de revulsivo. No hay un pensamiento nuevo que se abra en medio de los vanos ejercicios del poder que solo buscan mejorar la honorable posiciĂłn de los que mandan.
De repente, por aquellas casualidades de la vida, por un favor que se pide a cambio de otro, llega un mĂ©dico alemán a la Corte de Dinamarca. Sabe ganarse la confianza del monarca porque utiliza la razĂłn, la psicologĂa y ofrece algo que el rey desconoce: la amistad. En su biblioteca clandestina figuran los grandes nombres de la IlustraciĂłn. Cree que el hombre necesita progresar. Cree que hay que eliminar la esclavitud. Cree que hay que recortar los privilegios de la nobleza. Cree, en fin, que ya basta de que los favorecidos sean siempre los mismos.
Como prolongaciĂłn de sus pensamientos, que influyen de forma decisiva sobre el vacilante rey, aparece el amor. El amor como motor de la polĂtica. El amor como lugar donde hacer que la piel sea ella misma y el calor, un testigo del olor del sexo. Y asĂ la historia se escribirá, como siempre, con el sacrificio de los bienintencionados, con la victoria de los que solo merecen el olvido, con la exposiciĂłn del justo precio que hay que pagar cuando no se actĂşa a tiempo ni con la verdad y la justicia como valores máximos de un gobierno que coquetea con la tentaciĂłn de la dictadura más feudal.
Cuidada al máximo en su fotografĂa, en su direcciĂłn y, sobre todo, en la adecuada interpretaciĂłn de un puñado de actores daneses, el productor Lars Von Trier y el director Nikolaj Arcel nos retratan la futilidad del empeño para cambiar las cosas en una Ă©poca que, sencillamente, no querĂa ser ilustrada. El pueblo, siendo ignorante, seguirá siendo pobre y podrá ser tan manipulable como el caprichoso y despreciable titular de la corona que solo posee la pasiĂłn de actuar como Ăşnico recurso para gobernar y salirse del ámbito del mando de unos polĂticos que jamás han hecho nada para el pueblo. Por momentos conmovedora, de inicio muy hábil, con toques de comedia decadente y avanzando con paso decidido hacia el drama y la tragedia, es una pelĂcula que no solo se detiene en los defectos de la realeza inocua, sino tambiĂ©n en la volubilidad estĂşpida de un pueblo que oscila peligrosamente entre la mansedumbre y la revoluciĂłn sin saber que, precisamente, la rebeldĂa está siempre fomentada por los mismos que quieren quedarse en la cĂşspide mirando desde muy arriba a la insignificante plebe sin cultura. Todo un aviso del ciclo que supone la historia y que se empeña, una y otra vez, en regresar. Y todo por causa de alguien que, enfermo de soledad, quiso amar a un ciudadano cualquiera.
En una Europa en la que el pensamiento ilustrado de Voltaire, de Rousseau y de Montesquieu se abrĂa paso en un pueblo que necesitaba la ilusiĂłn del cambio y que estaba abandonando los aburridos minuetos de Händel por el jĂşbilo y la pasiĂłn de un joven Wolfgang Amadeus Mozart, los acontecimientos se precipitaban hacia el fin de los privilegios ancestrales de la acomodada aristocracia. El lujo parecĂa ser una obligaciĂłn en los palacios y el juego del poder se antojaba un capricho polĂtico que bien podrĂa convertirse en una mera elongaciĂłn de la realeza.
Todo comienza con un matrimonio concertado por poderes. Los novios ni siquiera han llegado a conocerse y la boda se ha celebrado sin la presencia de los interesados. Ella es perfecta para ser reina. Educada, fina, bella, inteligente, artĂstica y paciente. Él es todo lo contrario de lo que deberĂa ser un rey. Maleducado, infame, vergonzoso y vergonzante, inoportuno, tosco, caprichoso, inĂştil. El amor no aparece. Nunca ha sido llamado. La vida es una continua negativa. Seguir adelante solo consiste en pensar en el prĂłximo placer. Mientras, ahĂ fuera, el pueblo convive con las ratas, en la suciedad del invierno, en el prostĂbulo del calor. No hay nada que pueda servir de revulsivo. No hay un pensamiento nuevo que se abra en medio de los vanos ejercicios del poder que solo buscan mejorar la honorable posiciĂłn de los que mandan.
De repente, por aquellas casualidades de la vida, por un favor que se pide a cambio de otro, llega un mĂ©dico alemán a la Corte de Dinamarca. Sabe ganarse la confianza del monarca porque utiliza la razĂłn, la psicologĂa y ofrece algo que el rey desconoce: la amistad. En su biblioteca clandestina figuran los grandes nombres de la IlustraciĂłn. Cree que el hombre necesita progresar. Cree que hay que eliminar la esclavitud. Cree que hay que recortar los privilegios de la nobleza. Cree, en fin, que ya basta de que los favorecidos sean siempre los mismos.
Como prolongaciĂłn de sus pensamientos, que influyen de forma decisiva sobre el vacilante rey, aparece el amor. El amor como motor de la polĂtica. El amor como lugar donde hacer que la piel sea ella misma y el calor, un testigo del olor del sexo. Y asĂ la historia se escribirá, como siempre, con el sacrificio de los bienintencionados, con la victoria de los que solo merecen el olvido, con la exposiciĂłn del justo precio que hay que pagar cuando no se actĂşa a tiempo ni con la verdad y la justicia como valores máximos de un gobierno que coquetea con la tentaciĂłn de la dictadura más feudal.
Cuidada al máximo en su fotografĂa, en su direcciĂłn y, sobre todo, en la adecuada interpretaciĂłn de un puñado de actores daneses, el productor Lars Von Trier y el director Nikolaj Arcel nos retratan la futilidad del empeño para cambiar las cosas en una Ă©poca que, sencillamente, no querĂa ser ilustrada. El pueblo, siendo ignorante, seguirá siendo pobre y podrá ser tan manipulable como el caprichoso y despreciable titular de la corona que solo posee la pasiĂłn de actuar como Ăşnico recurso para gobernar y salirse del ámbito del mando de unos polĂticos que jamás han hecho nada para el pueblo. Por momentos conmovedora, de inicio muy hábil, con toques de comedia decadente y avanzando con paso decidido hacia el drama y la tragedia, es una pelĂcula que no solo se detiene en los defectos de la realeza inocua, sino tambiĂ©n en la volubilidad estĂşpida de un pueblo que oscila peligrosamente entre la mansedumbre y la revoluciĂłn sin saber que, precisamente, la rebeldĂa está siempre fomentada por los mismos que quieren quedarse en la cĂşspide mirando desde muy arriba a la insignificante plebe sin cultura. Todo un aviso del ciclo que supone la historia y que se empeña, una y otra vez, en regresar. Y todo por causa de alguien que, enfermo de soledad, quiso amar a un ciudadano cualquiera.
Bardes si no fuera por ti
ResponderEliminarno me enteraba yo de estas clases de peliculas
tan interesantes.
La ilustracion la ocasiono el renacimiento, sin descubrimiento de america no hubiese existido el renacimiento sin duda estariamos quizas a lo mejor todavia en la edad media
sin renacimiento no hubiese existido la ilustracion sin ulustracion no hubiese habido revolucion francesa sin revolucion francesa no hubiese habio rebolucion industrial y sin revolucion industrial no hubiuese existido la primera ni la segunda guerra mundial sin guerras mundiales no no hubiese existido guerra fria y sin guerra fria no existiria el mcdonal.
y basandonos en el resonamiento de que ya esta todo inventado
y que la ilustracion es algo der pasado
¿que coño tiene que ocurrir para que esto cambie ya de una puñetera vez?
los reyes siempre han sido unos desgraciados ¿quĂ© clase de hombre o de mujer tenddrĂa un sueño tan estĂşpido como ser rey, reina o presidente? ¿el colmo de la estupidez? ser presidente de una comunidad.Eso ya es el colmo, quĂ© clase de personas serán esas? yo no lo entiendo
ResponderEliminarDisculpad ambos la tardanza en contestar pero estaba en otras lides radiofĂłnicas y de viaje por AndalucĂa. El caso, Fu, es que quizá tenga que haber una segunda ilustraciĂłn para que las cosas cambien. No hace mucho, un hombre de la claridad mental, a pesar de su avanzada edad, de JosĂ© Luis Sampedro decĂa que "el futuro tendrá que basarse en unos valores distintos al dinero porque eso es lo que ha regido desde la Edad Media. Tal vez la cultura sea el bien que hay que proteger, que perseguir y que conservar". Cuando escuchĂ© esas palabras, lo primero que pasĂł por mi cabeza fue: "SĂ ¿y quĂ© más?". Pero poco a poco, reflexionando y dejando que las palabras reposaran, me estoy dando cuenta de que algo de razĂłn sĂ tenĂa. Y a buen entendedor, pocas palabras bastan.
ResponderEliminarAelita...eso es la erĂłtica del poder. Yo no la he experimentado pero sĂ he visto cĂłmo hay personas que la han ejercido. Personas que, con una simple mirada, te hunden. Eso es poder. Y lo que es peor, hay gente que le gusta a rabiar. Me gustarĂa darte nombres pero no soy de airear cosas, ni de poner acusaciones en pĂşblico. Quizá si algĂşn dĂa me acerco por allĂ, tal vez, tomamos una caña y te lo cotilleo.
Un saludo a ambos y gracias por vuestros comentarios.