Urtain: Mi último e inédito entrevistado

Hay momentos en nuestra vida que son inolvidables, otros que quisiéramos olvidar y aquellos que no tuvimos el valor de afrontar y nos ha quedado la duda si hicimos lo correcto o perdimos la oportunidad de recibir una grata sorpresa o haber cambiado nuestra vida o la de un amigo. A este respecto, recuerdo la entrevista que le hice a Urtaín, el “morrosco” de Cestona, una de las personas más integras y nobles que he tenido la ocasión de conocer.
Fue la primera y última que realicé tras un periodo alejado de la prensa por mis ocupaciones hosteleras como propietario de una cafetería tipo “pub“, a la que llamé “Sicania”, en homenaje a mi tierra chiclanera, ya que según investigaciones realizadas para mi primer libro era uno de sus antiguos nombres. Fue la última también del boxeador, pues semanas más tarde se suicidaba al arrojarse desde el edificio donde residía.
Cuando la llevé al redactor jefe del diario “Pueblo”, José Aurelio Valdeón, amigo y compañero, sin leerla siquiera me indicó que era un personaje que no interesaba. Fue tanta mi decepción ante el hecho de que ni siquiera se dignara leerla, que no le volví a visitar.

Más que entrevista era una interesante conversación o estudio psicológico sobre el personaje. Nada de combates pugilísticos o trofeos conquistados, numerosos y brillantes, sino su opinión sobre Dios, la amistad, la muerte, la fama, el desengaño y todos los conceptos y circunstancias que con mayor o menor intensidad influyen en nuestra vida. Hablamos de manera distendida, saltando de un tema a otro sin darle carácter de entrevista.
Me dio su particular versión de Dios y me confesó que creía en Él profundamente; de su desengaño al dejar de ser un mito; la falsedad de la popularidad que proporciona el éxito y el dinero, del que me dijo carecía y otros muchos temas.
Admiré su sinceridad y resignada actitud ante la desgracia y su sinceridad y naturalidad al responder a preguntas complicadas y comprometidas. Finalizada la entrevista nos quedamos en amigable charla y me aseguró que era la entrevista donde se había sentido más cómodo y había sido más sincero al tratar aspectos tan íntimos. Lo que yo ignoraba era que estaba recogiendo sus últimas confidencias. De haberlo sabido habría intentado evitar su trágico y cercano final.
SUICIDIO QUE SÍ INTERESABA
Cuando días más tarde ocurrió su suicidio, me llamó rápidamente Valdeón para que le enviase la entrevista, pues era el momento ideal para publicarla. Le contesté que la había roto y me era imposible poder reescribirla. Una mentira ya que la tuve guardada e inédita hasta hace escasos años. Consideraba indigno comercializar con las confidencias de una persona que ya no estaba entre nosotros. Ahora era a mí a quien no le interesaba.
Aún conservo la foto de dicha entrevista. Me pregunto: ¿qué hubiera pasado si se hubiese publicado antes de su muerte? A lo mejor, al ver su deprimente situación, algunos de sus antes “amigos” hubiesen rectificado su proceder y el gran Urtain, no habría dado ese trágico y maldito salto. ¿Pudo haberse evitado? Es una incógnita que ha quedado sin respuesta.
Esta exposición creo que contesta cumplidamente la pregunta que sobre este caso me ha hecho un buen amigo y colega chiclanero, Ramón Merayo, conocedor en parte de la historia.

También tuve momentos en los que por indecisión u omisión no me atreví a realizar algún proyecto, y otros en los que me lancé de lleno a la aventura. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de darme la “ventolera” de venirme a Madrid, me hubiese quedado en Cádiz, como el resto de mis amigos? Evidentemente no hubiera estudiado Periodismo, no me hubiera casado con Maribel, ni hoy mis hijos y nietos serían los que tengo.
POETA ILUSO Y SOÑADOR
¿Cuál sería mi situación actual, si en lugar de seguir mis impulsos hago caso a los consejos de mi madre y en lugar de periodista en Madrid hubiese sido abogado en Sevilla? Muchas veces he sentido curiosidad por conocer aunque solo fuera en sueño esa otra opción a la que renuncié.
Sé que si me hubiese casado con Pilar, en Vejer, mi primer y gran amor de juventud, al que siempre recordaré como algo limpio y bonito, hubiera sufrido la pérdida de un hijo que hoy tendría, casualidades de la vida, la misma edad que el mayor de los míos. Tampoco habría conocido a la que hoy y desde ya hace más de medio siglo es mi mujer, que si la otra era un regalo de Dios esta es su auténtica bendición.
Si escribiera un epitafio para mi inexistente tumba, ya que quiero me incineren, escribiría “aquí yace un poeta iluso y soñador, que pasó por la vida inadvertido, débil de fe, sensible y resentido, de las causas perdidas defensor”. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que sí pudiera retroceder en mi vida eliminaría capítulos enteros de la misma.
Me he dado cuenta tarde que en la época que me ha tocado vivir, solo los osados y lameculos consiguen lo que se proponen. Acérrimo en mantener mi verdad, cuando creo en ella, sé rectificar cuando me demuestran estar equivocado o intento evitar una inútil discusión que puede acabar en lamentable enfrentamiento. Catón decía que “es casi un dios quien teniendo razón es capaz de callarse”.
Tuve ocasión de conocerle en su último trabajo, como portero de discoteca...
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