Un hipopótamo en mi cuarto de baño [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Lo encontré bajo el lavabo, acurrucado entre montones de ropa sucia. Creo que pretendía esconderse de mí, pero tanto él como yo comprendimos, tras un cruce de miradas, que un ser de su tamaño iba a tener difícil pasar desapercibido. No quise preguntarme de dónde había salido. De cualquier sitio, probablemente.
Lo saqué de su escondrijo infructuoso y lo metí en la bañera. Consciente de que los hipopótamos necesitan humedecer su piel constantemente, le di una ducha. Debió de agradarle, porque gimió, o mugió, o barritó o lo que quiera que hagan los hipopótamos. En cualquier caso, parecía satisfecho.
No tardé mucho en decidir que me lo quedaría. Esta decisión, aparentemente inocua, ha tenido sin duda consecuencias en mi vida. En primer lugar, poseer un hipopótamo como animal doméstico protege la casa contra posibles intrusos; por otro lado, el hecho de que pase la mayor parte del tiempo en la bañera dificulta mis sesiones de aseo, de modo que estoy barajando posibles alternativas; además de esto, de la casa han desaparecido como por arte de magia las cucarachas, hormigas y otros insectos que por ahí solían pulular, aparte de los gatos del barrio y el perro del vecino, que ni siquiera se acercan; en definitiva, creo que le he cogido cariño, por lo que estoy empezando a postergar una de mis ilusiones, que fue siempre la de poseer un trilobites. No porque no puedan convivir, pues mi hipopótamo es un tipo tranquilo y los trilobites no suelen dar mucha lata, el problema, nuevamente, es cómo encontrar sitio para los dos en la bañera. Definitivamente, tenía que haberme equipado con dos cuartos de baño...
¿esta historia es real?
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