Al salir del cine: MÁS ALLÁ DE LA PENA (Insensibles)
César Bardés [colaborador].-
César Bardés [colaborador].-
César Bardés [colaborador].-La mayor debilidad del ser humano es el dolor. El dolor provoca miedo y es algo que nos desgasta, nos hace vulnerables. No lo queremos mostrar porque no es más que un signo de flaqueza que nos destapa y nos descubre tal y como somos. Es algo íntimo que, en muchas ocasiones, preferimos pasar en solitario. Es asomarse al abismo de la nada porque hay demasiadas cosas que nos atan y nos obligan y entre ellas están los sentimientos, todo lo que nos hace personas, todo lo que nos convierte en mirada y lágrima. El dolor es el preludio de la pena.
Pero supongamos que, por unas circunstancias misteriosas, hay algunas personas que son incapaces de sentir dolor. Es un defecto de nacimiento que les impone la etiqueta de monstruos porque, al no conocerlo, no pueden calcular el efecto del dolor en los demás. Y eso es aún peor porque lo siguiente es la inmunidad ante el dolor moral. Casi todos los fundamentos del bien y del mal se basan en la propia moral que nace ante las motivaciones y consecuencias del dolor. Si el dolor no se conoce, si quemarse el brazo es algo tan intrascendente como comerse una chocolatina, entonces es imposible saber que a los demás les daña, les imposibilita y, a veces, se hace un impedimento tan grande que nubla los sentidos, obstaculiza los razonamientos y tritura las consideraciones.
La vida, sin embargo, es una gran maestra. Es una de esas docentes que enseña a las buenas o a las malas, que se preocupa de hacer que la historia venga al encuentro de los defectos y la guerra, la crueldad y la desesperación pueden ser buenas lecciones en el camino de aprendizaje del dolor. No importa si son unos o son otros, si la guerra partió a los hermanos con cicatrices que aún no han sanado, si la represión que los vencedores siempre se toman sobre los vencidos fue tan brutal como injusta. Todo se va llenando de unas insoportables llagas de soledad, de incineración de los sentidos, de arrasamiento de cualquier dilema moral. Si las personas que son capaces de sentir dolor, no tienen ningún sentido de la moral...¿por qué ha de tenerla aquél que no puede probar el daño? Es la última lección de la vida, que se empeña en enterrar la anomalía, en emparedar la verdad desgraciada, en dibujar terribles marcas en la piel de quien no tiene ningún problema ante la visión de la muerte porque, al fin y al cabo, no sufrir también es un dolor espantoso.
Con secuencias de una dureza extraordinaria, sin ninguna piedad hacia el espectador, con espeluznantes saltos de lógica, Juan Carlos Medina ha dirigido este tratado sobre el dolor físico y el dolor moral concebido como una búsqueda del pasado que aún no se ha cerrado y que todavía hiere a quien hurga en sus secretos. Los españoles nos hemos odiado por envidias, por chulerías, porque cada uno se toma el café de una manera diferente, porque no tenemos nada mejor que hacer y volvemos a caer una y otra vez en los mismos errores. Y es imposible encontrar amor donde ha habido tanta brutalidad y tanto ensañamiento. Lo más que podrá haber es sumisión o una simple aceptación de las cosas. Al final, nos miraremos a los ojos y seguiremos siendo incapaces de derramar una sola lágrima por nuestro hermano. Si no es por eso, seguro que seguiremos siendo diestros buscadores de excusas que bordean el analfabetismo aldeano. Jamás cerraremos esas heridas. Nos gusta que permanezcan abiertas. Mientras tanto, seguiremos mutilando nuestros sentimientos, nuestras inquietudes y, sobre todo, nuestros orgullos. Así es como se consigue que la indolencia y la insensibilidad se hagan sitio entre nosotros. La muerte estará para todos al final del camino y aún no habremos conseguido esa lágrima que nos convierte en hombres y mujeres. Solo queda el refugio del olvido. Y también intentamos profanarlo para encontrar una verdad que nunca está bien contada.






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