Al salir del cine: NI EN SUEÑOS (El hipnotista)
César Bardés [colaborador].-
En el último rincón de la conciencia todos tenemos la
certeza de que la familia es lo más importante, es aquello por lo que más
merece luchar y perder y todavía volverse a levantar. Es el principio y el fin
de nuestras ansiedades y de nuestros mejores momentos. Es la estabilidad
emocional más absoluta cuando se consigue algo tan simple, tan sencillo y tan
esquivo como es la armonía. Una palabra que muchos no saben ni siquiera lo que
significa.
Cuando todo parece derrumbarse, cuando la derrota está
tan cerca que casi se puede tocar, puede que un cataclismo vuelva a unir los
pernos que nunca debieron separarse. Tal vez las circunstancias que llevaron a
ese extremo sean casi increíbles pero eso son los propios caprichos del destino
que se empeña, con insistencia, en acentuar cada una de las frases de nuestro
devenir. Pero quizá es en las situaciones límite cuando se llega a palpar, en
toda su extensión, la cantidad de cariño que estaba ahí encerrado, rogando por
salir, por expresarse, por decir al oído las palabras más tiernas que somos
capaces de inventar, por ofrecer esa compañía que va más allá de todas las
inquietudes terrenales que tanta importancia nos empeñamos en dar y que, en
realidad, valen tan poco.
Un asesinato, un policía que no
tiene familia, un investigador médico caído en desgracia experto en hipnotismo,
un trauma que colea peligrosamente con el odio puesto en una separación forzada
por la locura, un matrimonio a punto de romperse, una familia rota literalmente
en mil pedazos y el ambiente frío de Estocolmo son los elementos que forjan
esta historia que Lasse Hallstrom, ciertamente con alguna pericia, nos traslada
del papel a la pantalla. Pero no cabe duda de que apasiona más el misterio que
el melodrama y Hallstrom se queda más en las frustraciones que arrastra el ser
humano de hoy en día y que se resumen en la nada más evidente que somos porque
no nos damos cuenta de lo que realmente tenemos.
Por otro lado, la resolución del
misterio no se la cree uno ni en sueños y hay ciertas acciones que no están
bien explicadas. Eso sí, Hallstrom, tirando de pericia, pisa fuerte en el
desenlace y dirige con muy acertada precisión a los actores, en especial al
trío protagonista formado por su mujer, Lena Olin, por Tobias Zilliacus y,
sobre todo, por Mikael Persbrandt, visto en aquella pequeña joya que fue En un mundo mejor, de Susanne Bier, a la
sazón ganadora del Oscar a la mejor película extranjera del año 2010.
Persbrandt es un actor con presencia, que domina miradas y tranquilidades, que
sabe ser amenazante y también conducir a la calma y él es el mayor activo de
una película que tiene un material de partida bastante mediocre, que
inexplicablemente se convirtió en un éxito literario y que resulta aún más
decepcionante en su paso hacia el cine.
Así que más vale arrellanarse
bajo la luz cálida de un hogar que se levanta en medio de la gélida nieve y no
dejar que la locura de la frustración se haga dueña de todas nuestras vidas.
Más que nada porque podemos hacer daño a aquellos que más nos quieren y nuestra
mirada se teñirá de incomprensiones y de divergencias que necesitan su ajuste
afectivo porque, si no, el torbellino de la separación se hará muy difícil de
evitar. Y el resultado de todo eso será el sufrimiento, la mutilación moral o,
quizá, la más arrebatadora soledad propiciada por la torpeza en las relaciones.
No importa hacia dónde podemos encaminar nuestros pasos, lo que importa es cómo
hacemos el camino y cuán agradable es hacerlo con alguien que está dispuesto a
darnos permanentemente la mano, a calentar esa piel suplicante que comienza a
cuartearse al son de las pisadas sin eco, a mirar con esos ojos levemente
entornados que nos transmiten la seguridad de que no estamos solos. Ese es el
verdadero sueño y es la hipnosis que a todos nos gustaría dormir.
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