Las dos caras del liderazgo [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
El estadista, reciĂ©n elevado al cargo de máximo dirigente, se recostĂł en su sillĂłn. SacĂł un puro, aspirĂł y exhalĂł el humo con aire preocupado. El pueblo, esa masa informe y veleidosa a la que habĂa conseguido seducir durante años y que lo habĂa encumbrado al puesto más alto de la jerarquĂa gubernamental de la naciĂłn, habĂa tardado apenas unas horas en mostrar signos de desagrado.
El descontento se habĂa iniciado nada más acabar el discurso de investidura y habĂa crecido como una bola de nieve alimentada por los medios de masas y las redes sociales hasta provocar una manifestaciĂłn ante el palacio presidencial apenas dos dĂas despuĂ©s de la elecciĂłn. Y solo por renunciar durante el discurso a todas las promesas hechas durante la campaña, como si no supieran que eso serĂa asĂ necesariamente. ¿Acaso no le habĂan alabado, durante todos estos años de ascensos y colocaciones, la sinceridad y franqueza de su mensaje polĂtico? Pues de eso se trataba, de un ejercicio de sinceridad... llegar al poder y olvidar lo prometido era lo habitual, de modo que el estadista apenas comprendĂa la que se estaba montado allĂ afuera...
ObservĂł a la masa a travĂ©s de la ventana. Agitaban banderas y pancartas, proferĂan gritos indignados, probablemente los mismos individuos que tanto le ensalzaron, los mismos que habĂan colaborado en su elecciĂłn. Ahora, viĂ©ndoles asĂ, los eliminarĂa del mapa... podrĂa hacerlo, seguro, era el máximo dirigente, solo habrĂa que mover un par de hilos, activar un par de contactos en el Tribunal Constitucional...
El Ăşnico problema que el estadista veĂa era que, más que probablemente, en un futuro volverĂa a necesitar el apoyo de aquellos que ahora le gritaban... asĂ que decidiĂł no eliminarlos... les dejarĂa que se desfogasen, aĂşn tenĂa tiempo, camparĂa a sus anchas haciendo alarde de su poder y luego les volverĂa a convencer, con su sinceridad y franqueza, de que renovarle al frente de la naciĂłn era lo más adecuado...
Controlar a la masa serĂa un juego de niños, para eso llevaba preparándose durante años. HabĂa aprendido bien que no puedes acabar con aquellos a los que gobiernas, porque un gobernador sin gobernados perece de inaniciĂłn. Es mejor alimentarse de la vĂctima poco a poco, jugar con ella, hacerles creer que pueden llegar a ser felices. La esperanza es la mejor de las medicinas.
DejarĂa, por tanto, que gritasen cuando quisiesen, asĂ les mostrarĂa lo libres que eran para quejarse. Ya habrĂa tiempo de darles esperanza, ya habrĂa tiempo de volver a generar confianza, ya habrĂa tiempo, en cuanto fuera posible, de volver a defraudarla...
El estadista aspirĂł otro puro; el pueblo fuera, gritaba al unĂsono, enfurecido; Ă©l, en cambio, sonreĂa...
El estadista, reciĂ©n elevado al cargo de máximo dirigente, se recostĂł en su sillĂłn. SacĂł un puro, aspirĂł y exhalĂł el humo con aire preocupado. El pueblo, esa masa informe y veleidosa a la que habĂa conseguido seducir durante años y que lo habĂa encumbrado al puesto más alto de la jerarquĂa gubernamental de la naciĂłn, habĂa tardado apenas unas horas en mostrar signos de desagrado.
El descontento se habĂa iniciado nada más acabar el discurso de investidura y habĂa crecido como una bola de nieve alimentada por los medios de masas y las redes sociales hasta provocar una manifestaciĂłn ante el palacio presidencial apenas dos dĂas despuĂ©s de la elecciĂłn. Y solo por renunciar durante el discurso a todas las promesas hechas durante la campaña, como si no supieran que eso serĂa asĂ necesariamente. ¿Acaso no le habĂan alabado, durante todos estos años de ascensos y colocaciones, la sinceridad y franqueza de su mensaje polĂtico? Pues de eso se trataba, de un ejercicio de sinceridad... llegar al poder y olvidar lo prometido era lo habitual, de modo que el estadista apenas comprendĂa la que se estaba montado allĂ afuera...
ObservĂł a la masa a travĂ©s de la ventana. Agitaban banderas y pancartas, proferĂan gritos indignados, probablemente los mismos individuos que tanto le ensalzaron, los mismos que habĂan colaborado en su elecciĂłn. Ahora, viĂ©ndoles asĂ, los eliminarĂa del mapa... podrĂa hacerlo, seguro, era el máximo dirigente, solo habrĂa que mover un par de hilos, activar un par de contactos en el Tribunal Constitucional...
El Ăşnico problema que el estadista veĂa era que, más que probablemente, en un futuro volverĂa a necesitar el apoyo de aquellos que ahora le gritaban... asĂ que decidiĂł no eliminarlos... les dejarĂa que se desfogasen, aĂşn tenĂa tiempo, camparĂa a sus anchas haciendo alarde de su poder y luego les volverĂa a convencer, con su sinceridad y franqueza, de que renovarle al frente de la naciĂłn era lo más adecuado...
Controlar a la masa serĂa un juego de niños, para eso llevaba preparándose durante años. HabĂa aprendido bien que no puedes acabar con aquellos a los que gobiernas, porque un gobernador sin gobernados perece de inaniciĂłn. Es mejor alimentarse de la vĂctima poco a poco, jugar con ella, hacerles creer que pueden llegar a ser felices. La esperanza es la mejor de las medicinas.
DejarĂa, por tanto, que gritasen cuando quisiesen, asĂ les mostrarĂa lo libres que eran para quejarse. Ya habrĂa tiempo de darles esperanza, ya habrĂa tiempo de volver a generar confianza, ya habrĂa tiempo, en cuanto fuera posible, de volver a defraudarla...
El estadista aspirĂł otro puro; el pueblo fuera, gritaba al unĂsono, enfurecido; Ă©l, en cambio, sonreĂa...
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