Indignación

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Llevamos ya demasiado tiempo aguantando todo tipo de tropelías por parte de la clase política sobre nuestros trabajos, nuestra sanidad y nuestra educación, sobre nuestra vida, en fin, para tener encima que soportar los “rigurosos” análisis del Fondo Monetario Internacional que, lejos de mirarse la viga de su ojo, está pendiente de la paja en ojo ajeno.

Hay que tener una desvergüenza del tamaño de China, con perdón de los chinos, para decirnos, desde un puesto de trabajo remunerado con más de trescientos mil euros netos al año, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que hay que rebajar nuestros sueldos.

Me refiero, naturalmente, a la señora Christine Lagarde, presidenta del FMI, la cual, una mañana cualquiera, se olvidó de sus estudios, de su preparación profesional, de su alta cualificación personal y se atrevió a hacer un comentario de peluquería de hotel de cinco estrellas, manifestando que sería conveniente que en España se bajasen los sueldos un diez por ciento.  

La cosa tendría guasa si no supiésemos todos a quiénes defiende el FMI. A los trabajadores y trabajadoras, no, desde luego. Y como los tontos suelen ir en compañía, nuestro querido comisario europeo, el señor Olli Rhen, va y se suma al carro, seguramente porque querrá un puesto en el FMI también. Y más tarde, el Consejo de la Unión Europea, más de lo mismo.

O sea, que cuando se trata de pillarle los dedos contra la puerta a la clase trabajadora, todos de acuerdo en un santiamén. Por supuesto, cuidando siempre de los intereses de Alemania.


LA BANCA SIEMPRE GANA

Sin embargo, no veo yo que se lleven las manos a la cabeza porque hayan salido de las arcas del Estado español unos doscientos cincuenta mil millones de euros para pagar a los banqueros especuladores que nos tienen sumidos en esta ruina colectiva, de los cuáles ya nos adelantan que sólo se recuperarán sesenta mil millones. Como dicen en los casinos, la banca gana. Yo añado: siempre.

Tampoco veo que ninguno de esta pandilla de bribones dé un solo paso en el sentido de cobrar a los bancos una tasa por sus transacciones comerciales, ni veo ningún movimiento europeo, aunque sea mínimo, para acabar con los paraísos fiscales. Eso no se toca, porque la mayoría de ellos tienen en esos paraísos fiscales sus cuentas personales. Bárcenas, comparado con esta gente, es tonto del haba.

En cualquier caso, tenemos a nuestro alcance un arma infalible, nuestra indignación, para luchar contra estos parásitos sociales que ni producen nada, ni saben predecir el futuro, ni  se preocupan de poner a buen recaudo a esa otra pandilla de chorizos menores que nos amargan el día a día, ni dan una a derechas.

Que no se confíen: la indignación es una hiedra que crece y seguirá creciendo poco a poco en nuestro interior, hasta que nos salga por la boca y por las orejas y explotemos”. 

Y si conseguimos que este fenómeno se produzca de manera colectiva, que se echen a temblar, porque ello es en sí mismo la definición de revolución. Y sólo a través de revoluciones el pueblo ha conseguido alcanzar los pocos beneficios de que disfrutamos día a día.

QUE COMAN GALLETAS

Cuando a María Antonieta le comunicaron con preocupación que el pueblo francés no tenía pan para comer, estaba tan alejada de la realidad que exclamó en voz alta: “Pues que coman galletas”. Nadie podía prever entonces la velocidad  con que se propagó el espíritu de la Revolución Francesa, ni que poco tiempo después la guillotina haría rodar por el suelo la cabeza de esa reina inconsciente y de toda su familia.

En Brasil, no hace mucho, la gente se echó a la calle por una subida de veinte céntimos en el precio del tranvía. Evidentemente, esa subida sólo fue la gota que colmó un vaso lleno de injusticias y desigualdades sociales”.

Y el gobierno en pleno tuvo que rectificar, porque no había forma de detener las protestas populares ni los actos de vandalismo que provocan los que se aprovechan de estas situaciones.

Nuestras tuercas están demasiado apretadas para soportar bromas y comentarios de mal gusto. Que cierren la boca de una vez todos estos adivinos millonarios, todos estos militantes activos del Opus Dei y que se dediquen a resolver los problemas de la ciudadanía, que es quien paga sus sueldos y a quien se deben. Si no, tarde o temprano, la indignación de esa misma ciudadanía sabrá ponerlos en su sitio. Y si no, tiempo al tiempo.