Al salir del cine: EL GOL DE INIESTA (La gran familia española)
César Bardés [colaborador].-
No debemos engañarnos. Descubrir los secretos de una familia, de cualquier familia, siempre es algo divertidamente patético. Más que nada porque hay algo trágico en el afán por mantenerlos escondidos y algo cómico en la misma verdad. Tal vez porque nos empeñamos con insistencia en mantener nuestras emociones en un segundo plano porque ellas son las que nos muestran como seres vulnerables, prisioneros de una vida que, por lo general, no nos suele gustar. Y por eso, también, buscamos la emoción en las películas. Todos tenemos alguna que guardamos en algún lugar del corazón porque nos gustaría haber vivido esas vidas tan desenvueltas, tan desenfadadas y que, además, suelen acabar con un maravilloso final feliz.
Lo que pasa es que la vida rara vez suele ser una película aunque en alguna ocasión hemos creído que era así. Como en aquella final de julio del año 2010 y aquel gol de Iniesta que nos hizo saltar a todos de la silla para ponernos la emoción a flor de piel. Sin embargo, no nos damos cuenta y no recordamos que, para que llegara ese gol, Xabi Alonso recibió la patada de su vida e Iker Casillas paró aquello que parecía imposible. Para ganar, casi siempre, hace falta sufrir, sudar la camiseta, correr más kilómetros que una gacela, jugar prórrogas y quizás, solo quizás, llegue el gol al final, en los minutos finales. Es el premio por haber hecho precisamente aquello que se tenía que hacer.
Y así, en esos minutos de partido tan duros, hay un buen montón de frustraciones, de jugadas brillantes, de rencores por entradas, de gritos desaforados al árbitro pidiendo una expulsión que nunca se produce...Pero el partido hay que jugarlo y hay que jugarlo lo mejor posible porque si no, al final, llegarán los arrepentimientos y las seguridad de que se tenía que haber actuado mejor, de que el triunfo siempre asoma la cabeza y que hay que atraparlo con la rabia con la que se dispara y la disciplina con la que se defiende. Y no estoy hablando de fútbol.
Las decisiones que se toman demasiado pronto suelen ser erróneas, presas de un descontento que se adelantará en venir. La admiración es peligrosa porque se puede convertir en una inferioridad técnica que no sirve para recoger el trofeo final. El impulso juvenil es una jugada no pensada, no ensayada, no duradera. La inocencia y la ternura suelen arrancar sonrisas cuando parece que están todas sentadas en el banquillo. La búsqueda de un papel en el equipo no tiene más salida que la confusión. Y así todos los hermanos de esta gran familia terminan por abrazarse en ese gol que, muy posiblemente, jamás se repetirá. La vida es así. Las cosas, por lo general, solo pasan una vez.
Daniel Sánchez Arévalo dirige con agilidad esta comedia de ojos entornados y mima a sus actores arrancando interpretaciones creíbles (con especial mención a Roberto Álamo y Antonio Latorre), haciendo un especial hincapié en esa irritante vehemencia con la que muchas veces hablamos los españoles para llevar la razón incluso cuando el lío es por causa nuestra. Antes de aquel día, nunca fuimos campeones del mundo porque era muy difícil que tanta gente se pusiera de acuerdo. Después ya no lo seremos porque somos expertos en deshacer lo hecho y nos gusta empezar desde la desesperación. Y olvidamos que el cariño es el motor de nuestras vidas, que tenemos un miedo terrible a quedarnos solos desde que tenemos edad para pensar y que amar suele ser sinónimo de dar. Como aquel gol de Andrés Iniesta que nos dio un sueño, una esperanza, una alegría, un nuevo comienzo, una seguridad en el abrazo del que estaba al lado, una tremenda compañía, una sensación irrepetible, un salto de júbilo, unas lágrimas de emoción, una voz quebrada y un leve pensamiento por los demás. Iniesta de mi vida...
No debemos engañarnos. Descubrir los secretos de una familia, de cualquier familia, siempre es algo divertidamente patético. Más que nada porque hay algo trágico en el afán por mantenerlos escondidos y algo cómico en la misma verdad. Tal vez porque nos empeñamos con insistencia en mantener nuestras emociones en un segundo plano porque ellas son las que nos muestran como seres vulnerables, prisioneros de una vida que, por lo general, no nos suele gustar. Y por eso, también, buscamos la emoción en las películas. Todos tenemos alguna que guardamos en algún lugar del corazón porque nos gustaría haber vivido esas vidas tan desenvueltas, tan desenfadadas y que, además, suelen acabar con un maravilloso final feliz.
Lo que pasa es que la vida rara vez suele ser una película aunque en alguna ocasión hemos creído que era así. Como en aquella final de julio del año 2010 y aquel gol de Iniesta que nos hizo saltar a todos de la silla para ponernos la emoción a flor de piel. Sin embargo, no nos damos cuenta y no recordamos que, para que llegara ese gol, Xabi Alonso recibió la patada de su vida e Iker Casillas paró aquello que parecía imposible. Para ganar, casi siempre, hace falta sufrir, sudar la camiseta, correr más kilómetros que una gacela, jugar prórrogas y quizás, solo quizás, llegue el gol al final, en los minutos finales. Es el premio por haber hecho precisamente aquello que se tenía que hacer.
Y así, en esos minutos de partido tan duros, hay un buen montón de frustraciones, de jugadas brillantes, de rencores por entradas, de gritos desaforados al árbitro pidiendo una expulsión que nunca se produce...Pero el partido hay que jugarlo y hay que jugarlo lo mejor posible porque si no, al final, llegarán los arrepentimientos y las seguridad de que se tenía que haber actuado mejor, de que el triunfo siempre asoma la cabeza y que hay que atraparlo con la rabia con la que se dispara y la disciplina con la que se defiende. Y no estoy hablando de fútbol.
Las decisiones que se toman demasiado pronto suelen ser erróneas, presas de un descontento que se adelantará en venir. La admiración es peligrosa porque se puede convertir en una inferioridad técnica que no sirve para recoger el trofeo final. El impulso juvenil es una jugada no pensada, no ensayada, no duradera. La inocencia y la ternura suelen arrancar sonrisas cuando parece que están todas sentadas en el banquillo. La búsqueda de un papel en el equipo no tiene más salida que la confusión. Y así todos los hermanos de esta gran familia terminan por abrazarse en ese gol que, muy posiblemente, jamás se repetirá. La vida es así. Las cosas, por lo general, solo pasan una vez.
Daniel Sánchez Arévalo dirige con agilidad esta comedia de ojos entornados y mima a sus actores arrancando interpretaciones creíbles (con especial mención a Roberto Álamo y Antonio Latorre), haciendo un especial hincapié en esa irritante vehemencia con la que muchas veces hablamos los españoles para llevar la razón incluso cuando el lío es por causa nuestra. Antes de aquel día, nunca fuimos campeones del mundo porque era muy difícil que tanta gente se pusiera de acuerdo. Después ya no lo seremos porque somos expertos en deshacer lo hecho y nos gusta empezar desde la desesperación. Y olvidamos que el cariño es el motor de nuestras vidas, que tenemos un miedo terrible a quedarnos solos desde que tenemos edad para pensar y que amar suele ser sinónimo de dar. Como aquel gol de Andrés Iniesta que nos dio un sueño, una esperanza, una alegría, un nuevo comienzo, una seguridad en el abrazo del que estaba al lado, una tremenda compañía, una sensación irrepetible, un salto de júbilo, unas lágrimas de emoción, una voz quebrada y un leve pensamiento por los demás. Iniesta de mi vida...
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