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Al salir del cine: A DOS METROS BAJO TIERRA (Prisioneros)

César Bardés [colaborador].-

Dos niñas desaparecen y entonces parece que el cielo no deja de llorar. Y es que el cielo siempre está ahí, observando. Si hubiera un juicio por asesinato quizá el mejor testigo de todos sería Dios. Más que nada porque sabría quién ostenta la genuina inocencia y quién se esconde tras un rostro afable. Si su política en este valle de lágrimas es la de no intervención, debería declarar todo lo que sabe. Así dejaría que los problemas fueran resueltos por sus creaciones pero, al menos, echaría una mano cuando más falta hace.

Lo cierto es que ante un hecho tan espantoso, tan cruel, tan fuera de la misma condición humana, no es de extrañar que los padres intenten adjudicarse el mismo papel de Dios. Conseguir una confesión por la fuerza, cueste lo que cueste, para que, al menos, los corazones descansen después de la tensión que significa el secuestro de un pedazo de tu propia carne. Lo que pasa es que hay un fallo en todo esto. El hombre es falible y, en teoría, Dios no lo es. Así que se puede traspasar esa línea que separa el bien del mal y entregarse a la peor de las vilezas creyendo que la respuesta de la esperanza esté al final del túnel. Y eso es un error porque la esperanza puede que esté enterrada a dos metros bajo tierra.

Todo el asunto resulta aún más difuso porque, tal vez, haya un policía competente intentando encontrar por todos los medios a las desaparecidas. En su mirada hay una intensidad fuera de lo normal y en sus maneras una cierta obsesión por no hacer sufrir innecesariamente a la gente. Si es necesario emplear la dureza, no duda en hacerlo pero ése es el último recurso. Antes hay que comprender el dolor sin llegar a identificarse con él. Y derrochar mucha paciencia. Solo hay que seguir el hilo y la presa caerá. Sea quien sea. No importa que se cierren los caminos. Se abrirán otros. Un crimen siempre deja pistas.



La angustia, la espera, la impaciencia, el dolor infinito, la verdad, el descubrimiento de lo que esconde la personalidad de unos pacíficos ciudadanos que se ven heridos en lo más profundo de sus vidas...Incluso el policía, tan tensamente calmado, pierde los nervios porque sabe que está muy cerca, que está rondando la certeza pero que todo se mueve en una nebulosa que tanta lluvia no deja ver. El poder de Dios y el poder del hombre para hacer que se deje de creer en Dios. Un combate a muerte que se dirime en muros de silencio y en escondites de ingenuidad sincera. El sufrimiento debería estar prohibido. Y eso bien lo sabe Dios.

Denis Villeneuve dirige con alternancia de errores y aciertos una película que se adentra en los meandros del suspense sin énfasis, lo cual lo dota de altas dosis de inquietud pero también con alguna transición eliminada que hace que no sean demasiado comprensibles algunas reacciones. Para ello cuenta con un espléndido reparto en el que destaca por derecho propio la excelente interpretación de Jake Gyllenhaal en la piel de ese policía que trabaja con denuedo para conseguir eso mismo que Dios no hace y es el ahorro del sufrimiento para unas familias que han perdido todo rastro de confianza. Por detrás de él, Hugh Jackman, que se hace cargo de un papel, quizá, demasiado fácil; Maria Bello, desaprovechada; Viola Davis, reducida en su rincón y, sin embargo, siempre dando lo mejor; Terrence Howard, un actor que merece más cancha; Paul Dano, convincente como ese joven con mente de niño y Melissa Leo, desolada y golpeada por una vida ingrata y difícil. El conjunto es aceptable, ligeramente largo, con secuencias que insisten en el estancamiento de la historia y otras admirablemente bien llevadas. Es lo que tiene cuando todo gira alrededor de unos secretos que, de manera un tanto estúpida, nos esforzamos en ocultar para ahorrarnos un sufrimiento que nunca debería haber ocurrido.

2 comentarios:

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