Encuéntrate a ti mismo [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
El peligro más evidente de salir a encontrarse a sí mismo surge del hecho de que se trata, en cualquier caso, de una misión complicada. La búsqueda es compleja, el mundo es más grande que un pajar y aquello que se busca, en la mayoría de las ocasiones, más pequeño que una aguja. Las consecuencias de un fracaso ante un cometido de tal envergadura pueden ser desoladoras.
Otro peligro de salir a buscarse a sí mismo es, precisamente, que puede ser que uno se encuentre y que, al encontrarse, uno se dé cuenta de que no le gusta, o incluso que aborrece, aquello que ha descubierto, es decir, aquello que uno mismo es. En este caso, a la decepción se le une el hecho de tener que aguantarse a sí mismo a disgusto y para toda la vida, algo que puede llevar a la exasperación, al desánimo y, en último extremo, a la locura.
También puede suceder, no obstante, que uno salga a encontrarse a sí mismo y que, al fin y al cabo, no regrese. Las desapariciones de los buscadores de su yo interior son legendarias, y ni los mismos interesados, y qué decir del resto del mundo, saben en ocasiones decir si su búsqueda terminó, si lo hizo exitosamente, si fracasó en el intento, o si se ha perdido el norte, de modo que hay quien comenzó a buscar la búsqueda de sí mismo que había iniciado tiempo atrás y cuyo hilo había perdido.
Eso sí, tanto unos como otros, todos los miembros de esta pléyade de buscadores empedernidos coinciden en un punto: la búsqueda mereció la pena y, en sí misma, tiene sentido. Y es que, en cierto modo, es natural en el ser humano el deseo de encontrarse a sí mismo. Vivir sin saber qué se es, dónde se está o qué se pretende comporta una suerte de alienación, un desapego al yo y al mundo que rodea al yo, una existencia vacía y banal que solo quienes han sido capaces de extinguir su ego y quienes no tienen interés alguno en pulirlo pueden soportar. Los primeros, de hecho, suelen llegar a la extinción mediante una búsqueda tanto o más exhaustiva que aquellos de los que hemos venido hablando; a los segundos, a quienes tienen un ego monstruoso e indómito, a quienes crian en su interior una bestia salvaje y sin modales, aparentemente poderosa e irracional, a quienes jamás tendrán la intención de ser mejores porque piensan que nadie es mejor que ellos, no van, en ningún caso, dirigidas las palabras de los sabios. Ellos jamás tendrán la menor intención de iniciar búsqueda alguna.
El peligro más evidente de salir a encontrarse a sí mismo surge del hecho de que se trata, en cualquier caso, de una misión complicada. La búsqueda es compleja, el mundo es más grande que un pajar y aquello que se busca, en la mayoría de las ocasiones, más pequeño que una aguja. Las consecuencias de un fracaso ante un cometido de tal envergadura pueden ser desoladoras.
Otro peligro de salir a buscarse a sí mismo es, precisamente, que puede ser que uno se encuentre y que, al encontrarse, uno se dé cuenta de que no le gusta, o incluso que aborrece, aquello que ha descubierto, es decir, aquello que uno mismo es. En este caso, a la decepción se le une el hecho de tener que aguantarse a sí mismo a disgusto y para toda la vida, algo que puede llevar a la exasperación, al desánimo y, en último extremo, a la locura.
También puede suceder, no obstante, que uno salga a encontrarse a sí mismo y que, al fin y al cabo, no regrese. Las desapariciones de los buscadores de su yo interior son legendarias, y ni los mismos interesados, y qué decir del resto del mundo, saben en ocasiones decir si su búsqueda terminó, si lo hizo exitosamente, si fracasó en el intento, o si se ha perdido el norte, de modo que hay quien comenzó a buscar la búsqueda de sí mismo que había iniciado tiempo atrás y cuyo hilo había perdido.
Eso sí, tanto unos como otros, todos los miembros de esta pléyade de buscadores empedernidos coinciden en un punto: la búsqueda mereció la pena y, en sí misma, tiene sentido. Y es que, en cierto modo, es natural en el ser humano el deseo de encontrarse a sí mismo. Vivir sin saber qué se es, dónde se está o qué se pretende comporta una suerte de alienación, un desapego al yo y al mundo que rodea al yo, una existencia vacía y banal que solo quienes han sido capaces de extinguir su ego y quienes no tienen interés alguno en pulirlo pueden soportar. Los primeros, de hecho, suelen llegar a la extinción mediante una búsqueda tanto o más exhaustiva que aquellos de los que hemos venido hablando; a los segundos, a quienes tienen un ego monstruoso e indómito, a quienes crian en su interior una bestia salvaje y sin modales, aparentemente poderosa e irracional, a quienes jamás tendrán la intención de ser mejores porque piensan que nadie es mejor que ellos, no van, en ningún caso, dirigidas las palabras de los sabios. Ellos jamás tendrán la menor intención de iniciar búsqueda alguna.
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