Al salir del cine: LA SANGRE A LATIGAZOS (Doce años de esclavitud)
César Bardés [colaborador].-
Perder la libertad es el mayor crimen que se puede cometer contra un hombre. Es peor incluso que perder la propia vida porque convertirse en esclavo es la condena permanente a estar muerto mientras se sigue respirando, se sigue sintiendo y se sigue asistiendo al grado de crueldad que llega a anidar en el corazón del ser humano. Durante mucho tiempo, ha habido asesinos de la libertad. Aún continúan existiendo. Basta con darse cuenta de lo que algunos pagan y exigen.
Quizá hubo un tiempo en que la verdad no tenía ningún valor. Y menos si era dicho por un hombre de distinta raza. No era creíble que un ser con la piel de otro color pudiera ser culto, con estudios, o que tuviera, simplemente, la capacidad de leer y escribir. Más que nada porque si un negro tenía capacidad para esas habilidades, tal vez, era alguien que podía pensar. Y más vale mantener en la ignorancia a la fuerza de trabajo no sea que esa sangre que se saca a latigazo limpio se vuelva en contra del potentado y todopoderoso empresario.
Uno podría pensar, antes de entrar en el cine, que esta película va a hablarnos con dureza del inquebrantable espíritu de alguien que supo resistir a los embates de la muerte y de la torturante crueldad. Quizá una historia épica con el fondo de la esclavitud sea algo atractivo, con un fuerte estudio de personajes y de motivaciones que fueran más allá del blanco-malo-tortura-negro bueno. Pero, teniendo a la gente de su parte, la película se empeña en mostrar, una y otra vez, las distintas vejaciones físicas, morales, intelectuales y emocionales a las que fue sometido un hombre que nació libre y que fue convertido en esclavo. Los maniqueísmos aparecen con facilidad, el espectador se remueve inquieto en la butaca porque de los latigazos, pasamos a las palizas, de ahí a las violaciones, luego a los linchamientos y, más tarde, a la tortura que supone ver en plano continuado que alguien, durante unos cuantos minutos de cinta, está pasando verdaderos apuros por mantenerse con vida y no viene nadie a cortar la cuerda.
Así, el director Steve McQueen nos habla de la hipocresía blanca, que reza con la Biblia en la mano y no duda en destrozar a cuantos les sirven, de la indiferencia de algunos negros que, asidos con ganas a su instinto de supervivencia, no quieren pasar del lamento en su rebelión. Los personajes no son más que estereotipos sacados directamente de La cabaña del Tío Tom y, por paradójico que parezca, casi parecen más interesantes los carteles explicativos del final que la misma historia en sí, echando a perder una maravillosa oportunidad de darle al espectador la confianza de imaginarse, por sí mismo, que los blancos del sur de Estados Unidos no se andaban con tonterías precisamente con sus esclavos. Sin embargo, con abrumadora terquedad, McQueen se empeña en ser explícito en sus vilezas y en decirnos, repetidamente, que los del Sur eran verdaderos diablos y que, incluso, algunos del Norte, también.
El punto fuerte de la película reside en el apartado interpretativo. Es excelente el trabajo de Chiwetel Ejiofor, comedido y emocionante en algunos pasajes aunque también algo plano en unas motivaciones que apenas se apuntan y que no dejan más que entrever la superficie del personaje. Michael Fassbender consigue hechizar con una mirada que nada en la misma erótica del poder y que se siente permanentemente insatisfecha porque tiene muy poco de hombre. Benedict Cumberbatch (que se va pareciendo peligrosamente a Dennis Quaid) cumple con su cometido de blanco piadoso más de apariencia que de intensidad; a Brad Pitt se le ve tranquilo y a gusto con su breve cometido; y a Paul Dano no hay quien le aguante. El resultado es que se pasa un mal rato siguiendo las aventuras de este hombre de color sin esperanza (una palabra que no se nombra en toda la película) y que apañados vamos si esta es la apuesta que va directa a ganar en la próxima ceremonia de los Oscars.
Perder la libertad es el mayor crimen que se puede cometer contra un hombre. Es peor incluso que perder la propia vida porque convertirse en esclavo es la condena permanente a estar muerto mientras se sigue respirando, se sigue sintiendo y se sigue asistiendo al grado de crueldad que llega a anidar en el corazón del ser humano. Durante mucho tiempo, ha habido asesinos de la libertad. Aún continúan existiendo. Basta con darse cuenta de lo que algunos pagan y exigen.
Quizá hubo un tiempo en que la verdad no tenía ningún valor. Y menos si era dicho por un hombre de distinta raza. No era creíble que un ser con la piel de otro color pudiera ser culto, con estudios, o que tuviera, simplemente, la capacidad de leer y escribir. Más que nada porque si un negro tenía capacidad para esas habilidades, tal vez, era alguien que podía pensar. Y más vale mantener en la ignorancia a la fuerza de trabajo no sea que esa sangre que se saca a latigazo limpio se vuelva en contra del potentado y todopoderoso empresario.
Uno podría pensar, antes de entrar en el cine, que esta película va a hablarnos con dureza del inquebrantable espíritu de alguien que supo resistir a los embates de la muerte y de la torturante crueldad. Quizá una historia épica con el fondo de la esclavitud sea algo atractivo, con un fuerte estudio de personajes y de motivaciones que fueran más allá del blanco-malo-tortura-negro bueno. Pero, teniendo a la gente de su parte, la película se empeña en mostrar, una y otra vez, las distintas vejaciones físicas, morales, intelectuales y emocionales a las que fue sometido un hombre que nació libre y que fue convertido en esclavo. Los maniqueísmos aparecen con facilidad, el espectador se remueve inquieto en la butaca porque de los latigazos, pasamos a las palizas, de ahí a las violaciones, luego a los linchamientos y, más tarde, a la tortura que supone ver en plano continuado que alguien, durante unos cuantos minutos de cinta, está pasando verdaderos apuros por mantenerse con vida y no viene nadie a cortar la cuerda.
Así, el director Steve McQueen nos habla de la hipocresía blanca, que reza con la Biblia en la mano y no duda en destrozar a cuantos les sirven, de la indiferencia de algunos negros que, asidos con ganas a su instinto de supervivencia, no quieren pasar del lamento en su rebelión. Los personajes no son más que estereotipos sacados directamente de La cabaña del Tío Tom y, por paradójico que parezca, casi parecen más interesantes los carteles explicativos del final que la misma historia en sí, echando a perder una maravillosa oportunidad de darle al espectador la confianza de imaginarse, por sí mismo, que los blancos del sur de Estados Unidos no se andaban con tonterías precisamente con sus esclavos. Sin embargo, con abrumadora terquedad, McQueen se empeña en ser explícito en sus vilezas y en decirnos, repetidamente, que los del Sur eran verdaderos diablos y que, incluso, algunos del Norte, también.
El punto fuerte de la película reside en el apartado interpretativo. Es excelente el trabajo de Chiwetel Ejiofor, comedido y emocionante en algunos pasajes aunque también algo plano en unas motivaciones que apenas se apuntan y que no dejan más que entrever la superficie del personaje. Michael Fassbender consigue hechizar con una mirada que nada en la misma erótica del poder y que se siente permanentemente insatisfecha porque tiene muy poco de hombre. Benedict Cumberbatch (que se va pareciendo peligrosamente a Dennis Quaid) cumple con su cometido de blanco piadoso más de apariencia que de intensidad; a Brad Pitt se le ve tranquilo y a gusto con su breve cometido; y a Paul Dano no hay quien le aguante. El resultado es que se pasa un mal rato siguiendo las aventuras de este hombre de color sin esperanza (una palabra que no se nombra en toda la película) y que apañados vamos si esta es la apuesta que va directa a ganar en la próxima ceremonia de los Oscars.
Pon tu comentario