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Al salir del cine: VERDADES DE PAREJA (Sobran las palabras)

César Bardés [colaborador].-

Puede que algún día, en un sitio cualquiera, nos encontremos con alguien que, por alguna extraña razón, sabe hacernos sonreír. Esa química necesaria para iniciar algo se encuentra detrás de una noche y de unas cuantas palabras dichas al azar. Y entonces profundizamos un poco más dentro del océano de intenciones y sentimientos de esa persona, simplemente para ver si coincide con nosotros o, cuanto más sabemos de ella, más nos alejamos.

Quizá esa persona sea divertida, amable, educada y se acerque bastante a la comodidad sentimental que todos buscamos. Está ahí, delante de nosotros y no hacemos más que reír, pasarlo bien, saborear los momentos, encontrar, después de unos cuantos desengaños, la verdad dentro de una pareja. Y nos encanta. Hacemos que la luz del día sea una delicia y las luces de la noche, una suavidad. Hay complicidad. Hay ternura. Hay un deseo nunca pronunciado de que la mañana siguiente tenga el olor de su piel.

Sin embargo, por las razones que sean, llega un momento en que se pierde la perspectiva y entonces comenzamos a fijarnos en las cosas que más provocan nuestro rechazo. Ese gesto que no nos gusta. Esa costumbre que encontramos deleznable. Esa manía que, a estas alturas, nadie va a ser capaz de suprimir. Y entonces viene ese tipo de broma veraz que empieza a hacer herida. Apenas nos damos cuenta de ello. Todo se inicia con una chanza divertida, con una levedad que llega a ser insultante sin ser capaces de ver que, en ese mismo instante, es cuando empezamos a perder a esa otra persona. No nos gusta esa barriga. No nos gusta que juegue con la comida. No nos gusta que se lave de determinada manera ni que esté tan mal acostumbrado que algunas cosas de su vida sean un pequeño desastre a pesar de que la felicidad quiere quedarse.



En ese momento, es cuando no somos capaces de proteger lo que hay en medio de los dos. Sea amor, o un embrión de amor, o apenas un apunte. Y eso es pura cobardía. Lo es porque, en el fondo, estamos intentando cuidar de nuestros propios sentimientos porque ya hemos sufrido mucho, ya hemos derramado muchas lágrimas, ya hemos sentido demasiado dolor y así espantamos el fantasma de la sinceridad, de la comunicación que nunca debe dejar de fluir, de la certeza de que esa otra persona es la indicada para seguir riendo, para seguir sintiéndose seguros, para seguir viviendo.

Excelente película, con un sentido del humor saludable, que nos regala la última interpretación de James Gandolfini, un hombre que tenía el talento en el trabajo y el infierno en la cara y, sobre todo, de Julia Louis-Dreyfus, enormemente expresiva, adorablemente atractiva y conquistadora en todas y cada una de sus inseguridades. Detrás de las cámaras, la directora Nicole Holofcener ofrece todo un repertorio de buen gusto; de palabras bien pensadas que, sin duda, sobran; de miradas relajadas hacia las debilidades de dos seres que buscan el amor como terapia. El resultado es muy agradable, simpático, con acompañamientos notables como el de Toni Collette y Catherine Keener, que completan el cuadro sentimental haciendo que nos sintamos tan irresponsables y tan deseosos de encontrar la felicidad como todos los personajes que pueblan la película y, de paso, disfrutando del enredo que nos propone. Y es que hay ocasiones en las que se nos tendría que haber dado el don de decirlo todo con la mirada para dejarlo todo bien claro. Las palabras son lentas, laboriosas, equívocas y, muy a menudo, traicioneras. Algunas veces, no lo neguemos, vemos a alguien con quien podríamos emparejarnos y nos cuesta trabajo hablar, presentarnos, jugar al interminable cortejo y hacer de las horas un deseo casi nunca alcanzado de conseguir un simple beso. Y cuando ese sonido de amor inconfundible invade nuestros labios, es cuando las palabras tienen que hacer su aparición.

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