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Navidad es pensar en los demás

Félix Arbolí [colaboraciones].-

Cuando llegan estas fiestas intentamos cambiar los malos hábitos y hasta los que no han querido saber nada de lo divino, ni desprenderse la coraza del egoísmo a lo largo del año, suavizan su indiferencia y dejan aflorar los ocultos vestigios de bondad que todos tenemos. Desgraciadamente, no siempre podemos desarrollar esos nobles impulsos y ayudar a los que sufren esos días y el resto del año una situación angustiosa.

Cuando esa noche tan especial comparto la mesa con mis hijos y nietos, siento una enorme tristeza al pensar en los muchos mayores que no tienen mi suerte y la pasan solitarios y marginados un año más. Un motivo más para considerarme un ser privilegiado.      

Me solidarizo con esas personas que al llegar esta etapa tan dura de su vida, no gozan el calor familiar que yo recibo y me agradaría poder compartirlo con ellos en estos días navideños. Convertirme en una especie de “diablo cojuelo”, pero cargado de buenas intenciones, para poder visitar todos los hogares donde el ambiente es frío, porque la lumbre no se enciende y el silencio es la única compañía. Poder ver sonrisa donde solo hay angustia y miseria.               

Combatir la soledad de los que pasan la noche en ambiente nada confortable y mesa poco surtida, añorando aquellos años en los que disfrutaban la compañía de los seres queridos y tenían sus necesidades cubiertas. Y me siento casi responsable al no poder llevarles el aliento y la generosidad que deseo y no puedo, a ese grupo cada vez más numeroso de personas desamparadas que viven una tremenda y angustiosa realidad.

Los que se hallan recluidos en residencias y asilos, a pesar de tener hijos cercanos, soportando la nostálgica amargura de sus recuerdos y la ausencia de los que tanto necesitan a su lado en ocasión tan singular.

Me horroriza poder vivir ese final. Me conmueve profundamente la terrible sensación que soportan  los que sufren el frío invernal de la calle sin tener donde resguardarse  y más aún, si junto a ellos pasan esas inclemencias y calamidades pequeños y ancianos.

INDIFERENCIA, NOSTALGIA, TRISTEZA

Los que se hallan en el paro mucho tiempo y con pocas esperanzas, mientras ven a los causantes de su ruina confortablemente instalados y celebrando a lo grande un evento nada acorde con su manera de vivir y comportarse.

Me uno a todos los que han perdido su casa y su trabajo y solo encuentran indiferencia y una ostentación odiosa en los que tienen mucho más de lo que necesitan. Los que hacen oídos sordos al mensaje navideño y a la triste y amarga realidad que se vive en el país.

Yo no puedo ser feliz, viendo en mi entorno hambre y desolación. Ni  puedo saborear a gusto lo que a muchos les deben parecer sueños irrealizables”.

Son las fiestas más bonitas y carismáticas, pero también las más nostálgicas y tristes. ¿Quién no piensa en ese ser que ya no nos acompaña y esa noche se hace más presente y añorado que nunca? ¿En el familiar que no puede venir dada la distancia e inconvenientes para su desplazamiento? ¿En tantas Navidades pasadas y tantas anécdotas vividas?

¿En ese chaval que hoy bendice la mesa y hace poco en nuestro recargado calendario, hacía pucheros y aprendía a dar sus primeros pasos? Los nietos, tengan la edad que tengan, son siempre los que ponen la guinda al pastel de la noche navideña. Son la repetición del más maravilloso milagro de la vida.

Es noche propicia a la añoranza, el recuerdo, la ensoñación, la solidaridad y el amor, pero también a la nostalgia y evocación de recuerdos y ausencias que aún no hemos podido asimilar. 

Lo que si me gustaría, y bien sabe Dios que digo la verdad, es poder tener los medios suficientes para salvar de la amargura a muchas familias que lo pasan  muy mal y borrar las lágrimas de tantas caras infantiles. El llanto de un niño es una responsabilidad muy difícil de justificar y menos si es por hambre o por frío.

LUCES APAGADAS Y MESAS VACÍAS

No sé cómo pueden pasar una noche tan llena de magia y ternura los que cierran sus balcones y ventanas, corren las cortinas y adormecen sus conciencias, para sentarse a la mesa dispuestos a pasar una velada divertida y despreocupada, celebrando precisamente el aniversario del más sublime mensajero del amor y la caridad, sin sentir el menor remordimiento por los que hijos de ese mismo Dios, padecen los rigores del frío y la tortura del hambr4e.

Al sentarnos a la mesa esa noche prodigiosa, deberíamos tener en cuenta que a pocos metros, en nuestra misma calle y en algunas casas cercanas las luces están apagadas y las mesas vacías y habrá en ellas niños que sufren y tardan tiempo en dormir porque se lo impiden la diversión ajena y el hambre propia”.

Son los hijos del paro y los recortes y del cinismo y la codicia de los que no quieren compartir lo que a ellos les sobra. Las víctimas de los que sacian su voracidad y afán de riqueza a costa de la desesperación de muchas familias y que en la misa navideña se acercarán a comulgar. 

Es la cara triste de la Navidad y la más auténtica y parecida a aquella que tuvo lugar en Belén de Judá hace ya dos mil trece años. Los pobres y oprimidos serán los que esa noche estarán más cerca de ese Niño que regresa a su cita anual con la Humanidad, aunque ésta le de la espalda y lo reciba indiferente.

El que nos ofreció un paraíso y nos hizo libres y nosotros lo cambiamos por un mundo corrupto y egoísta, lleno de cadenas, las de oro que lucen los poderosos en sus cuellos y muñecas y las que atan y esclavizan a los débiles.

Perdonen, pero esto es lo que me viene a la mente en estas fechas tan señaladas y me hacen comprender mejor el mensaje de la Navidad. No puede haber amor en el que es incapaz de sentir el dolor del prójimo. Y si no hay amor, no se puede sentir la Navidad.       

¡!!Felices fiestas!!!
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