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No aprietes el gatillo... todavía [Memento Mori

José Antonio Sanduvete [colaborador].-

John O'Leary entró en la sala. Era oscura, con apariencia de cuchitril, y olía a humedad y humo de tabaco. Allí se encontraban, sentados alrededor de una mesa de madera, cinco hombres ataviados con traje y con cara de muy pocos amigos.
- Así que tú eres el irlandés...
John O'Leary asintió.
- Dicen que eres bueno...
John O'Leary volvió a asentir y, sin abrir la boca, echó mano a la cartuchera que pendía de su costado derecho. Los cinco hombres dieron muestras de inquietud.
- Tranquilo, bacalao... Tú trabajo es acabar con el Tenazas, para eso te hemos mandado venir desde esa isla del infierno en la que vives, y para eso te pagamos lo que te pagamos, que no es poco. Ya sabes como va esto, ¿no?
El irlandés sonrió, si es que puede llamársele sonrisa a esa mueca grotesca que se dibujó en su rostro, casi imperceptible, por unos instantes, y que desapareció con la misma fugacidad con la que había aparecido. Su mano, no obstante, continuó bajo su chaqueta.
- Pues eso, irlandés, me da a mí que tú no eres de los que necesitan muchas explicaciones, como tampoco eres, por lo que veo, de los que comentan la jugada. Cuando cumplas tendrás la segunda mitad del pago, ¿de acuerdo?
El irlandés, por toda respuesta, sacó la mano de su chaqueta y apuntó a los cinco con un Smith & Wesson de 38 milímetros.
- Pero, ¿qué coño haces?
Los cinco hombres, más que asustados, parecieron incómodos; un instante, más tarde, preocupados; al instante siguiente, indignados; no habían pasado ni tres segundos cuando todos habían echado ya mano a sus armas y se disponían a sacarlas.
Pero el irlandés no se andaba con chiquitas. De cinco certeros disparos, cinco, introdujo una bala en cada una de las cabezas que tenía frente a él. El último de aquellos mafiosos, aunque ni siquiera tuvo tiempo de levantar el brazo para apuntarle, fue capaz de esbozar una mirada que mezclaba la sorpresa y la súplica.
El irlandés guardó su arma y salió por donde había entrado. Misión cumplida. El Tenazas tenía razones para sentirse amenazado. Aquellos cinco indeseables querían acabar con él. Era lógico que hubiera tirado la casa por la ventana y le hubiera pagado al irlandés el triple de la millonada que ofrecieron los cinco. Así funcionaba el negocio.
Mientras un taxi le acercaba al aeropuerto donde tomaría el avión de vuelta a Galway, el irlandés pensó en lo azaroso de su trabajo. Lo mismo le hubiera dado matar a los cinco que al Tenazas. Si hubiera elegido la otra opción habría ganado solo la tercera parte de lo que ahora se embolsaría, pero hubiera ahorrado cuatro balas. Pensó que todos eran igual de indeseables, tanto unos como otros.
El irlandés se preguntó entonces si él no sería igual de indeseable que todos esos rufianes a los que eliminaba, que todos esos sinvergüenzas que le contrataban. Luego pensó que lo mejor sería dejar de pensar. Cualquier día se compraría una granja y se dedicaría a cuidar ovejas. Y que a nadie se le ocurriera tomarse cumplida venganza, porque tendría muchas ovejas, desde luego, y un perro pastor, pero también su Smith & Wesson bien a mano.
Hay ciertos trabajos de los que cuesta jubilarse.

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