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Al salir del cine: EXCESOS S.A. ¿DÍGAME? (El lobo de Wall Street)

César Bardés [colaborador]

Martin Scorsese sabe perfectamente dónde hurgar para que las heridas sangren. Basta con remover un poco en los entresijos del sueño americano para darse cuenta de la fachada falsa, de la impostura esperpéntica que significa que unos cuantos paletos sin demasiada inteligencia cojan el dinero de los demás a manos llenas y se dediquen al exceso sin miramientos. Porque eso es precisamente de lo que habla esta película, de unos tipos que sabían juntar ceros hasta convertirlos en cifras impensables pero también de unos cuantos descerebrados que, como no sabían qué hacer con el dinero, se dedicaron a llamar la atención con sus absurdos manejos que delataban que, al fin y al cabo, también les faltaban unas cuantas neuronas.

Lo más triste de todo es comprobar cómo hay mucha gente que se ríe de forma muy gamberra al ver las evoluciones de estos ladrones de teléfono agresivo sin darse cuenta de que Scorsese no está haciendo una comedia, sino una crítica feroz a todo el sistema que se ha venido abajo por muchas causas pero que, una de ellas y no la más pequeña precisamente, es el abuso al que ha sido continuamente sometido. Y aún duele más cuando, entre risa y risa, uno se da cuenta de que ese abuso ha sido para nada, para que unos seres obtusos, sin más verdad que los billetes, vayan hacia el exceso más inútil, más decadente, más despreciable sin tener otros objetivos en la vida.

Y es que no hay nada como vender. La regla es bien sencilla: si quieres vender algo, haz que sea necesario. Si lo consigues, el dinero entrará a espuertas y además harás creer que el incauto de turno ha comprado algo útil, algo que realmente le reporta beneficios. Para ello, hay que tener insistencia, habilidad para soltar unas cuantas palabras estratégicas y mucho encanto. Y es que si a usted se le planta un asesor financiero experto en Bolsa con el rostro de Leonardo di Caprio...el próximo incauto será usted. Y lo será porque el trabajo del actor en esta película es fantástico, versátil, tocando registros de todo tipo, excesivo cuando la historia lo pide, sorpresivamente expresivo con todo su cuerpo, haciendo de la actuación todo un arte que le confirma como uno de los grandes actores de estos tiempos. Él domina toda la historia y le vende la acción, la obligación y la devoción. Puede apostar por ello.

Por otro lado, Scorsese desfragmenta la historia, la desmenuza, hace insertos, utiliza una banda sonora que podría calificarse como toda una antología de la música de los años noventa, dirige con acierto a sus estrellas invitadas como Matthew McConaughey, impresionante como el hombre que dirige sus primeras lecciones al protagonista, o como el director Rob Reiner que realiza un papel lleno de matices condensados para perfilar un personaje con poca cancha y mucha miga.

Por supuesto, habría que nombrar a Jonah Hill, que confirma la estupidez congénita de todos las malditas aves de rapiña que conforman la plantilla de Excesos S.A., o a Thelma Schoonmaker que vuelve a dar una lección con el montaje, sello de calidad imprescindible en cualquiera de las películas de Martín Scorsese. Pero es que, con ese ritmo, con esa marcha incesante de narración (especialmente en la muy brillante primera hora) hay algo dentro de cada espectador que se remueve queriendo ser uno de estos tipos que se dan la gran vida, que hacen el amor con las mujeres más guapas que uno pueda imaginar, que se compran los objetos más deseados, que se colocan con los trajes a rayas y con las rayas de cocaína y que tiran el dinero a la papelera porque están cansados de los lanzamientos de enanos. Y algún colmillo de envidia sale fantasmagórico entre el público. Porque luego, pagar todo ese exceso, es algo perfectamente asumible para los que han sido pobres desde siempre ¿verdad? Todo pobre lleva a un corrupto dentro...¿o es que se puede preferir ser pobre? 


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