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Cafetería “Montestoril” 2: El cine de los años cincuenta

Félix Arbolí [colaboraciones].-
     
Nuestra tertulia en “Montestoril” tenía fama de “gorrona”, bien ganada por cierto. Éramos unos diez o doce  y nunca pasaban de seis las consumiciones. Allí las moscas tenían poco trabajo ante mesas tan vacías. Tico no era un asiduo, Yale sí.  

Cifuentes era el camarero que nos atendía normalmente. Trabajaba durante las mañanas en el aeropuerto de Barajas y las tardes en este local. Entonces se podía optar a dos trabajos, hoy es una suerte poder encontrar uno de cinco horas y mal pagado. A instancias del “maitre”, daba vueltas por nuestras mesas para ver si nos animábamos,  pero nadie se daba por aludido. La razón de esa desgana generalizada era que no llevábamos encima ni “calderilla” pasados los primeros días del mes. Pero no era por crisis, sino por bohemios.

Allí conocí a gente importante en mi posterior actividad. Aludo en primer lugar a Mario Hernández Estevez, redactor jefe y artífice de “Radiocinema”, la única revista de cine esos años. Fue amigo, maestro, corrector y el crítico más severo y constructivo. Confió en mí desde el primer instante y me mantuvo como único redactor fijo de la citada publicación.

Conservo una felicitación de su director, el prestigioso director de cine y periodista, ya fallecido, Joaquín Romero Marchent, por mi valiosa y constante dedicación a la revista. Son sus palabras. Tenía que utilizar varios seudónimos para que el lector no advirtiera que las tres cuartas partes de lo publicado era mío. Ello me obligó a volcarme por entero en una profesión de la que siempre he estado y estoy  enamorado.

Me pasaba días sin ver a mis hijos despiertos, ya que me iba al ministerio cuando ellos aún dormían y regresaba después de dejar mi reportaje en “Pueblo” a altas horas de la madrugada.

MIKAELA Y SU TRAJE AMARILLO

El  periodismo ha sido uno de los grandes amores de mi vida. Sólo le gana en intensidad mi mujer. No me importaba pasar la noche con el fotógrafo visitando los locales madrileños de moda buscando al famoso, entrevistándolo y hasta criticando lo que consideraba digno reseñar, pero respetando siempre su intimidad o aquello que pudiera afectar gravemente su dignidad y fuera ajeno a su vida profesional o personaje público.

Lo publicaba en la citada revista con el título de “La noche tiene su noticia”• y bajo el seudónimo de “Satélite”. También en la sección diaria de “Pueblo”, aunque en éste eliminaba el cotilleo.  

Una de mis víctimas fue Mikaela, cantante muy de moda y amiga, a la que afeaba, entre otras cosas, no cambiar de vestuario para asistir a distintos eventos y más aún, tratándose de un traje amarillo muy recargado. Y sabía que no era por cuestión económica. Mi comentario sobre ella, siempre lo iniciaba…” He vuelto a ver a Mikaela esta noche, con su inseparable vestido amarillo…”.

Incluso llegué a  proponer una suscripción popular para costearle uno nuevo. Una broma algo mordaz. Lógico que se enrabietara. Otra fue Vicky Lagos, por sus extravagancias de entonces. Aparte de una buena amiga, fue mi primera entrevistada. Sus hermanas de madre, las Goyanes, me preguntaban en “Montestoril” quién era ese “Satélite” que tenía tan enfadada a su hermana. Naturalmente nunca me descubrí.

LUIS MIGUEL DOMINGUÍN

Muchos días llegaba a casa con el tiempo justo de ducharme e irme a trabajar al ministerio, pero no me importaba el esfuerzo porque amaba y disfrutaba lo que hacía.  Por el periodismo abandoné familia, casa y comodidades y por él he pasado auténticas calamidades en los primeros años madrileños y lo que es aún peor, me perdí los momentos más maravillosos y emocionantes de la infancia de mis tres hijos.

Esto sí me ha dolido y mucho y no se lo aconsejo a nadie, porque al final de esta ajetreada vida nada de cuanto se ha hecho vale la pena si uno se ha perdido ese caudal de ternura, primeras experiencias y divertidas travesuras de sus hijos. He dado más al periodismo que lo que he recibido, pero lo poco que haya podido obtener ha compensado tanto esfuerzo.

Me perdí el bautizo de mi primer hijo por acudir a una entrevista que tenía pendiente desde hacía tiempo con Luis Miguel Dominguín. El hombre más difícil de abordar, pero uno de los más atentos y agradables que he tratado. Cuando se enteró de que a esa hora se estaba bautizando mi primer hijo, se cerró en banda y me obligó a irme a la iglesia, dejando la entrevista para el día siguiente. Cuando llegué el cura preguntaba insistentemente por el padre de la criatura.

Hasta ese extremo he amado y amo a esta esquiva y apasionante profesión. Sin embargo, ha sido una amante nada agradecida y muy exigente. Hoy me duelen tantos y tan duros sacrificios sufridos por una carrera que como la de actor o actriz, si no se está al pie del cañón, te olvidan y te hunden en el más doloroso y ultrajante ostracismo. 

EMMA PENELLA

Me enfurece y enerva ver a tantos tuercebotas e intrusos mancillando y llenando de inmundicias los programas televisivos y columnas de prensa. Lo siento como ofensa personal y me dan ganas de ir como un “enamorado e indignado quijote” a repartir mandobles a diestra y a siniestra, ante tanto malandrín y cebollino que, con más aires de “plumíferas gallináceas”, que de simples “plumillas”, venden sus procacidades y pestilencias a precios de escándalo.

A esos mercachifles que llaman “princesa” a una inculta y chabacana e ídolos de aborregadas masas a los pelagatos que se mueven en el fango y viven de él.

Con el citado Mario siempre iba Manolo Sellés, periodista de la agencia EFE y promotor y experto en el mundo del cine. Él me ayudó a organizar el homenaje que hice a Arturo Fernández,- primero que se le dio a este actor-, en el local de Mayte, patrocinado por la casa “González Byass”.

Allí conocí a Emma Penella, actriz en pleno auge, soltera, guapa y simpática, de la que me enamoré platónicamente, y a Paola, una italiana de Turín con la que salí algún día, hasta que me di cuenta que nuestras inclinaciones sentimentales, marchaban en idéntica dirección. Y esto, en esos años, no era motivo de orgullo. Nos presentó y recomendó Mayte, con la que llegué a tener una gran amistad.

PEPE NIETO, PEPE ISBERT Y MARISA PAREDES

Pepe Nieto, acababa de perder a su mujer, Nani Fernández, la popular y guapa actriz, protagonista de “Los últimos de Filipinas”. En ella cantaba esa famosa habanera titulada “Yo te diré”, que alcanzó fama internacional. El actor vino un día y se sentó con nosotros. Nos invitó a una merienda en su casa, pero puso una condición, ninguno podíamos llevar a nuestra pareja. Había jurado a la muerte de Nani, que ninguna otra mujer pisaría esa casa.

Ignoro si lo cumplió hasta el final o tuvo alguna debilidad, pues no volví a tener contacto con él. Me emocionó y nunca olvidaré el amor, sentimiento, nostalgia y devoción con el que este gran actor hablaba de su esposa. Hoy sí puedo comprenderlo y me aterra imaginar lo que estaría penando. El duro del cine español era en realidad un romántico y sentimental. 

Pepe Isbert, don José, como le llamábamos  por respeto y edad, pasó toda una tarde conmigo en una charla muy interesante. Hablamos de todo, como si fuéramos dos viejos amigos que se encuentran, aunque era la primera vez que lo tenía tan cerca. No era muy dado a la entrevista, pero conseguí que aceptara un cuestionario de preguntas que él contestó a mano y me remitió a la revista. Aún lo conservo. Fiel a su norma, se hizo el torpe a la hora de abonar las consumiciones y yo con mucho gusto y agradecido pagué la cuenta.

Y al hablar de “Montestoril”, he de mencionar a Marisa Paredes, a la que acompañé a los estudios de cine y  presenté a directores y periodistas, cuando aún era una total desconocida en el mundo del cine, aunque jamás me haya citado. Perdí contacto con ella cuando apareció en mi vida Maribel. Tema para escribir otro episodio. 

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo sobre sus vivencias periodísticas.

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  2. Gracias por tucomentario, aunquie no sepa su procedencia, lo agradezco igualmente. Un abrazo

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