El Madrid de los años cincuenta… Cuarto escenario: El Café “Comercial”
Félix Arbolí [colaboraciones].-
Rafael Azcona escribía junto a la ventana de un café de la calle Fuencarral. Eran los comienzos del que llegaría a ser uno de los más populares y acreditados guionistas cinematográficos. Las mejores películas de años posteriores se habían forjado ante la solitaria mesa de ese café y su correspondiente jarra de agua. Yo lo miraba al pasar y le envidiaba.
No he envidiado el poder y el dinero, solo al que es capaz de crear belleza sobre un lienzo, conmover a un auditorio con su voz y escribir algo que perdure más allá de su propia existencia. Apenas tuve contactos con este mito literario y cinematográfico.
Al igual que le pasaba a él, siempre he necesitado del ambiente cafeteril para escribir. Cuando era Redactor Jefe de la Agencia de Prensa SUNC, en cuyo cargo sustituí a mi gran amigo Alfredo Amestoy, cuando tenía algún reportaje o artículo que requería especial atención decía a mi Conchita, mi secretaria, que si me
necesitaba para algo urgente me llamara al Café “Gijón”, donde en una de sus mesas instalaba mi escritorio, aunque fuera constantemente interrumpido por los saludos de unos y otros. Increíble, pero cierto.
Mi descubrimiento del Café “Comercial”, junto al Metro de la Plaza de Bilbao, fue casual. Escribía unos artículos para una revista del Apostolado Castrense, durante el servicio militar en la Marina y me pidieron que los continuara ya licenciado. Un día pasé ante este local, entré y escribí el artículo de esa semana.
Recuerdo que me lo pagaban a cincuenta pesetas y era semanal. Para que tengan una idea, la pensión me costaba doscientas pesetas al mes, solo dormir. Mis artículos eran indicaciones y consejos sobre la conducta durante el servicio militar. Debieron gustar, pues el Arzobispo de Sión y Vicario General Castrense, Monseñor Muñoyerro, con el que tuve gratas entrevistas, me pidió permiso para publicarla en una especie de manual que se iba a entregar al soldado y marinero a su ingreso en el servicio militar. Ignoro si lo hicieron o no. Al menos, se que se publicaban en la revista “Empuje”.
TERTULIAS

El local fue todo un descubrimiento en mi vida personal y literaria. Algunas tardes me acercaba a la mesa de las “Charos”. Tres amigas que tenían su tertulia en el local. Dos, se llamaban Charo o Rosario y una tercera, algo más joven, Pilar. Las tres eran viudas acomodadas. Podrían rozar ya los sesenta años, aunque siempre iban muy elegantes y cuidaban mucho su imagen. Eran alegres y divertidas.
Una de ellas, viuda de un militar de alto rango, debió ser una belleza en su juventud. No recuerdo cuál fue la causa de nuestro encuentro, pero sé que les caía muy bien y me trataban mejor. Se reían mucho cuando les contaba mis peripecias diarias y mis intentos amorosos fracasados. Tal es así que Pilar, tenía una hija que acababa de terminar con su novio y nos presentó para que saliéramos. Luego la chica, regresó con su pareja y yo me quedé sin ella, con gran pesar de su madre, que me quería como yerno.
Recuerdo a este trío, que nada tenían que ver con las de mi primer café, con cariño y mucha simpatía, pues eran unas personas maravillosas.
Al anochecer teníamos formada una gran tertulia. Ocupábamos una mesa alargada al fondo del local. Nos reuníamos, conversábamos y hasta echábamos partidas a los dados. Recuerdo que en esa época fue la llegada al poder de Fidel Castro, que algunos de los reunidos vaticinaban iba a ser muy corta y la elección de Juan XXIII, al que por sus equis y unos, llamaban el Papa quiniela. Mediados de los años cincuenta.
FAMILIA NUMEROSA
Entre los diez o doce tertulianos, se contaban un matrimonio y su sobrina, Angelita, que encontró novio entre los reunidos, en un joven que trabajaba en Tabacalera, entonces empresa próspera y estatal; otros dos eran inspectores de Hacienda, cuando aún no estaba plagada de socialistas como se queja el señor Montoro.
Éstos tampoco eran adictos a Franco aunque “por lo bajini”. Recuerdo a Jesús Puente, soltero y sin compromiso, en sus inicios como actor y al que siendo ya periodista, entrevisté en ocasiones y recordamos aquellos momentos.
El matrimonio más famoso en la España de esos años, también era asiduo. Me refiero a Jesús Fragoso del Toro, al que los amigos llamábamos “Chuchi” y su encantadora esposa Luisina. Tuvieron diecinueve hijos y ganaron varios años el premio de natalidad que Franco concedía para alentar a repoblar la devastada España de la guerra. Era una pareja que a todos caía de maravilla. No he visto personas más enamoradas y seres tan extraordinarios en todos los aspectos.
El era periodista deportivo y cobraba más por puntos o ayudas familiares, que por sueldo. Hoy los hijos escasean, el gobierno no los promociona y las parejas ya ni se casan. Aquello era una dictadura decadente, esto una democracia pujante y yo Papa Noél. Me llevé una gran alegría cuando pude ver a mi querida Luisina, que en unión de dos de sus hijos asistió a la presentación de mi tercer libro “Confidencias de un periodista”, en el que hablo y muy bien de ellos. Nos fundimos en un fuerte abrazo y fue uno de los momentos más emotivos de esa importante jornada en mi vida literaria. Forman uno de los más entrañables recuerdos que conservo de ese local.
MARÍA FERNANDA D`OCÓN
Otros asiduos eran María Fernanda D`Ocón y su entonces novio Mario Antolín. Estaban en su época universitaria y principios escénicos, él como director y ella como actriz. Antonio Mingote, que llegaría a ser
uno de los más importantes e ilustres dibujantes y humoristas, académico, marqués de Daroca, título otorgado por el rey en 2011 y otras muchas distinciones, iba acompañado de su entonces novia y me figuro que posterior esposa. Hablo de un ayer que nunca muere en mi memoria.
Una amena e interesante tertulia que nos mantenía reunidos hasta la hora del cierre del local. Luego se perdió el contacto y cada uno siguió distintos caminos en aras de su vocación. Hoy, seremos pocos los que podamos contarlo.
Elisa formaba parte del elenco del cercano Teatro “Martín”. Era una chica joven, con estilizada figura y una simpatía que contagiaba al que estuviera con ella. Nos hicimos muy buenos amigos y nos veíamos a veces cuando, terminada la función, se pasaba por allí a tomar una copa conmigo. Nunca hubo nada más que sincera y grata amistad. Posiblemente ambos estuviéramos enamorados y nunca descubrimos ese amor para no romper tan bonita y sana amistad. No volví a saber nada más de ella.
Al “Comercial”, le debo muchos encuentros posteriores a esta época. No he vuelto a cruzar su puerta, aunque si me gustaría hacerlo y sentado en una de sus mesas dejar que regresen aquellos añorados momentos, aunque me figuro que ya nada será y estará igual.
Rafael Azcona escribía junto a la ventana de un café de la calle Fuencarral. Eran los comienzos del que llegaría a ser uno de los más populares y acreditados guionistas cinematográficos. Las mejores películas de años posteriores se habían forjado ante la solitaria mesa de ese café y su correspondiente jarra de agua. Yo lo miraba al pasar y le envidiaba.
No he envidiado el poder y el dinero, solo al que es capaz de crear belleza sobre un lienzo, conmover a un auditorio con su voz y escribir algo que perdure más allá de su propia existencia. Apenas tuve contactos con este mito literario y cinematográfico.
Al igual que le pasaba a él, siempre he necesitado del ambiente cafeteril para escribir. Cuando era Redactor Jefe de la Agencia de Prensa SUNC, en cuyo cargo sustituí a mi gran amigo Alfredo Amestoy, cuando tenía algún reportaje o artículo que requería especial atención decía a mi Conchita, mi secretaria, que si me
Mi descubrimiento del Café “Comercial”, junto al Metro de la Plaza de Bilbao, fue casual. Escribía unos artículos para una revista del Apostolado Castrense, durante el servicio militar en la Marina y me pidieron que los continuara ya licenciado. Un día pasé ante este local, entré y escribí el artículo de esa semana.
Recuerdo que me lo pagaban a cincuenta pesetas y era semanal. Para que tengan una idea, la pensión me costaba doscientas pesetas al mes, solo dormir. Mis artículos eran indicaciones y consejos sobre la conducta durante el servicio militar. Debieron gustar, pues el Arzobispo de Sión y Vicario General Castrense, Monseñor Muñoyerro, con el que tuve gratas entrevistas, me pidió permiso para publicarla en una especie de manual que se iba a entregar al soldado y marinero a su ingreso en el servicio militar. Ignoro si lo hicieron o no. Al menos, se que se publicaban en la revista “Empuje”.
TERTULIAS

El local fue todo un descubrimiento en mi vida personal y literaria. Algunas tardes me acercaba a la mesa de las “Charos”. Tres amigas que tenían su tertulia en el local. Dos, se llamaban Charo o Rosario y una tercera, algo más joven, Pilar. Las tres eran viudas acomodadas. Podrían rozar ya los sesenta años, aunque siempre iban muy elegantes y cuidaban mucho su imagen. Eran alegres y divertidas.
Una de ellas, viuda de un militar de alto rango, debió ser una belleza en su juventud. No recuerdo cuál fue la causa de nuestro encuentro, pero sé que les caía muy bien y me trataban mejor. Se reían mucho cuando les contaba mis peripecias diarias y mis intentos amorosos fracasados. Tal es así que Pilar, tenía una hija que acababa de terminar con su novio y nos presentó para que saliéramos. Luego la chica, regresó con su pareja y yo me quedé sin ella, con gran pesar de su madre, que me quería como yerno.
Recuerdo a este trío, que nada tenían que ver con las de mi primer café, con cariño y mucha simpatía, pues eran unas personas maravillosas.

FAMILIA NUMEROSA
Entre los diez o doce tertulianos, se contaban un matrimonio y su sobrina, Angelita, que encontró novio entre los reunidos, en un joven que trabajaba en Tabacalera, entonces empresa próspera y estatal; otros dos eran inspectores de Hacienda, cuando aún no estaba plagada de socialistas como se queja el señor Montoro.
Éstos tampoco eran adictos a Franco aunque “por lo bajini”. Recuerdo a Jesús Puente, soltero y sin compromiso, en sus inicios como actor y al que siendo ya periodista, entrevisté en ocasiones y recordamos aquellos momentos.
El matrimonio más famoso en la España de esos años, también era asiduo. Me refiero a Jesús Fragoso del Toro, al que los amigos llamábamos “Chuchi” y su encantadora esposa Luisina. Tuvieron diecinueve hijos y ganaron varios años el premio de natalidad que Franco concedía para alentar a repoblar la devastada España de la guerra. Era una pareja que a todos caía de maravilla. No he visto personas más enamoradas y seres tan extraordinarios en todos los aspectos.

El era periodista deportivo y cobraba más por puntos o ayudas familiares, que por sueldo. Hoy los hijos escasean, el gobierno no los promociona y las parejas ya ni se casan. Aquello era una dictadura decadente, esto una democracia pujante y yo Papa Noél. Me llevé una gran alegría cuando pude ver a mi querida Luisina, que en unión de dos de sus hijos asistió a la presentación de mi tercer libro “Confidencias de un periodista”, en el que hablo y muy bien de ellos. Nos fundimos en un fuerte abrazo y fue uno de los momentos más emotivos de esa importante jornada en mi vida literaria. Forman uno de los más entrañables recuerdos que conservo de ese local.
MARÍA FERNANDA D`OCÓN
Otros asiduos eran María Fernanda D`Ocón y su entonces novio Mario Antolín. Estaban en su época universitaria y principios escénicos, él como director y ella como actriz. Antonio Mingote, que llegaría a ser

Una amena e interesante tertulia que nos mantenía reunidos hasta la hora del cierre del local. Luego se perdió el contacto y cada uno siguió distintos caminos en aras de su vocación. Hoy, seremos pocos los que podamos contarlo.
Elisa formaba parte del elenco del cercano Teatro “Martín”. Era una chica joven, con estilizada figura y una simpatía que contagiaba al que estuviera con ella. Nos hicimos muy buenos amigos y nos veíamos a veces cuando, terminada la función, se pasaba por allí a tomar una copa conmigo. Nunca hubo nada más que sincera y grata amistad. Posiblemente ambos estuviéramos enamorados y nunca descubrimos ese amor para no romper tan bonita y sana amistad. No volví a saber nada más de ella.
Al “Comercial”, le debo muchos encuentros posteriores a esta época. No he vuelto a cruzar su puerta, aunque si me gustaría hacerlo y sentado en una de sus mesas dejar que regresen aquellos añorados momentos, aunque me figuro que ya nada será y estará igual.
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