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Los túneles de ayer y de hoy

Félix Arbolí [colaboraciones].-

Recuerdo que cuando era joven viajaba a Cádiz desde Madrid en el tren Correo. Salía de la estación de Atocha a las diez de la noche y no “atrenizaba” en la de Cádiz hasta las diez de la noche del día siguiente.

Toda una noche y un día encerrado en esos vagones y asientos de madera, que se clavaban en todo el cuerpo y quedabas con los músculos enmohecidos, no por viejos pues apenas pasaba de los veinte años, sino por tener que soportar esa dura e incómoda postura tantas horas seguidas.

Lo peor del caso es que no podías salir al pasillo a estirar las piernas ya que estaba copado por las bolsas, capachos, maletas y viajeros que se instalaban como podían en todo hueco libre.

El tren iba deteniéndose en todas las estaciones y apeaderos para recoger las sacas de la correspondencia en cada localidad y entregar las que a ellas iban dirigidas. El suplicio de Tántalo en versión moderna, por el hambre y la sed que se pasaba y no poder moverte durante veinticuatro horas seguidas.   

Cuando se iba a entrar en uno de los numerosos túneles del camino, el tren pitaba varias veces advirtiendo a los viajeros que cerraran las ventanillas, abiertas por el insoportable olor a sudor, alimentos y la poca higiene que en esos años de la posguerra eran muy frecuentes, sobre todo en los vagones de tercera, que era donde yo un aspirante a todo y maestro de nada, podía viajar.

Si algún viajero no se percataba o prefería soportar esa mezcla nada aromática,  el vagón se llenaba de una densa e irrespirable humareda que invadía todos los espacios, debido a la combustión del carbón para el funcionamiento de la máquina. 

Eran trenes larguísimos, que a veces necesitaban el impulso de dos máquinas, una delante y otra detrás, para que se pudiera mover ese abigarrado conjunto de personas, enseres y hasta animales, especialmente gallinas y pollos, que eran los más a propósitos para obsequiar al pariente en cuya casa iban a pasar unos días.

PRESENTE CARGADO DE ESPERANZA

Las comilonas en los asientos, navaja en mano y la bota en ristre para refrescar el “gaznate”, eran habituales. A veces invitaban por puro protocolo, otras lo hacían y compartían de verdad y en algunos casos ni siquiera lo intentaban, temiendo que pudieran aceptar o por no tener costumbre de compartir sus pertenencias con nadie.

Yo siempre recordaré estos viajes como testimonios de una España irrepetible, aislada internacionalmente, pero muy unida internamente y dispuesta a olvidar la pasada tragedia.

Pasábamos un difícil túnel pero vivíamos un presente cargado de esperanza y creíamos en un futuro lleno de ilusiones, donde los hijos crecieran sin los problemas, sufrimientos y carencias que nosotros padecíamos. Queríamos ser los últimos de esa vida tan llena de ilusiones y lo conseguimos, con sangre, sudor y lágrimas, al estilo de Churchill.

Todo fue bien hasta que regresaron los privilegiados de su exilio dorado para reclamar lo que no supieron o se atrevieron a defender y con el mayor descaro y el  mínimo remordimiento de conciencia, se dedicaron a mangonear lo que se había salvado gracias a los sacrificios de un pueblo que volvía a ser ninguneado por los que menos razones tenían parta alzar su voz y reclamar nada de lo que habían dejado cobardemente en el camino. 

¿Dónde estaban entonces los que hoy disfrutan de fincas enormes y mal explotadas; los que utilizan coches oficiales y abren sus cuentas en Suiza con el dinero que entre todos y con tantos sacrificios hemos reunido; los que hoy hablan de diferencias y separatismos y ayer vivían su exilio confortable más allá de los Pirineos, esperando que le solucionaran  su regreso a esa España que hoy con tanta saña combaten?


INCOMPRENSIÓN Y ODIO

¿Qué hacían en esos duros años los que hoy critican símbolos y normas que les permitieron volver a esta España que tanto parecen odiar? ¿Por qué acusan a regímenes anteriores los que nada más verse con poder e influencias se han llevado todo cuanto han podido y deseado más allá de nuestras fronteras, dejando al pueblo, único artífice de ese cambio a mejor, en la más completa ruina?

Todos estos tipos nos sobran en la España que solo los que la amamos y deseamos lo mejor, tenemos derecho a dirigir y disfrutar. Ellos son el lastre que no nos permite remontar el vuelo pues llevan sus alforjas excesivamente llenas con todo lo robado.

En la actualidad sufrimos otro tipo de túneles más contaminantes y pestilentes que los de aquella época, la llamada “oprobiosa”, como si ésta fuera más limpia y honesta. Son los interminables túneles de la incomprensión, el odio político, la aversión religiosa, la  continua corrupción que asola al país, los enfrentamientos ideológicos irreconciliables, que ya creíamos superados y los abusos del poder sobre un pueblo hundido, desengañado y sin horizontes. 

Cuando oigo hablar que se está saliendo del túnel y que ya se ve la luz del sol en lontananza y compruebo la realidad que estamos viviendo, me doy cuenta que éste es demasiado largo como para poder mantener las ventanas cerradas y evitar oler tanta podredumbre, ni tampoco abrirlas pues nos entran y nos asfixian tanto trilero de la política, la aristocracia, la Banca y las finanzas.

Y no sabemos cuál es la solución menos mala. Los brotes verdes de los que hablaba  Zapatero, con tantas tormentas políticas y vendavales económicos no han llegado a germinar  y los túneles de Rajoy siguen más irrespirables e insoportables que los de los años cincuenta cuando iba de vacaciones a mi tierra gaditana rodeado de gallinas y bultos, que soy se han convertido en gallos de pelea y sobres de sobornos.  

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