La historia de nuestro botijo

El tradicional “botijo” que en las fiestas patronales madrileñas se verá en romerĂas y acampadas junto a la Ermita del Santo y que tan magistralmente plasmĂł Goya con su prodigioso pincel, es un utensilio más antiguo que el famoso “canalillo”, que no sĂ© a quiĂ©n se refiere pero se usa como referencia a un tiempo ya muy lejano. Es en estas fechas y ocasiones de las pocas veces que se usa y se puede recordar el frescor de su contenido.
Yo lo asocio a aquellos años pasados en mi provincia gaditana, cuando aĂşn los frigorĂficos no habĂan invadido nuestra cocina. Era lo Ăşnico que disponĂamos para aplacar nuestra sed ante el rigor de la canĂcula veraniega en ese rincĂłn sureño de nuestra geografĂa. Porque en aquellos años los veranos eran muy calurosos y los inviernos frĂos, que es lo natural, y no como ahora con estos inesperados y alternativos cambios de clima, que no sabemos si guardar la bufanda y sacar el polo, o tener a mano ambos. . .
Algunos “tunantillos”, en lugar de agua echaban anĂs y si no les aplacaba totalmente la sed, al menos les endulzaba el paladar y les humedecĂa la reseca garganta. Nuestro botijo naciĂł en el NeolĂtico, en aquella lejana Ă©poca en que aĂşn no existĂan polĂticos y euros, aunque algunos de los actuales parezcan trasladados gracias a esa extraña máquina del tiempo desde aquella lejanĂa a la actualidad.

Los de esta remota Ă©poca son los más antiguos que se han encontrado. El formato tradicional, sin las florituras que les han ido introduciendo, ya era habitual en la cultura mesopotámica y tuvieron su esplendor en la Edad del Bronce en el Mediterráneo y la Grecia helenĂstica. La antepasada de la actual, que se halla en la cuerda floja intentando mantenerse en equilibrio al seguir los dictados de la UE, ante las protestas de sus ciudadanos, hartos ya de tanto circo y tanto bregar con la “tigresa”.
PIEZA DE ARTESANĂŤA SIEMPRE PRESENTE
Es difĂcil pensar que un objeto tan entrañable y sencillo, que ha sobrevivido hasta nuestros dĂas, tenga tan larguĂsima historia. No dicen nada si lo llegaron a utilizar tambiĂ©n Cleopatra y Marco Antonio, TutankamĂłn o Micerinos en el antiguo Egipto. Me resulta extraño que no lo hayan sacado en ninguna de las pelĂculas que se han hecho sobre estas Ă©pocas.
Su esplendor y utilizaciĂłn empezĂł a decaer a mediados del pasado siglo con la llegada de las primeras neveras de hielo y los posteriores frigorĂficos, aunque a pesar de las sofisticadas y nuevas tecnologĂas, siga siendo una pieza de artesanĂa que estará presente siempre en nuestra historia, pues existen museos donde se exponen las distintas variantes que ha tenido en las etapas de su curiosa tradiciĂłn.

Con San Isidro, el santo PatrĂłn de los “madriles”, volverá un año más a los puestos callejeros, a los hogares familiares y a las tabernas castizas y postineras donde gustaban y aĂşn siguen utilizándolo para beber el “tintorro” de la tierra echando la cabeza hacia atrás, empinando el codo derecho y alzando el simpático utensilio apuntando su pitorro a la boca.
Aunque en lugar de agua milagrosa del Santo, lleve en su interior el rojizo caldo de la tierra que dicen tambiĂ©n hace prodigios y nos refresca el “gaznate” y gran parte de nuestra anatomĂa en vertiginosa cascada a los no avezados en esta tĂpica y aĂşn persistente manera de beber.
LIMPIAR EL MAL AMBIENTE
Mi mujer me volverá a traer una botella con agua de la Ermita, que dicen es prodigiosa. Nunca he sentido nada especial despuĂ©s de haberla bebido. Eso sĂ, me ha parecido algo diferente a la que suelo tomar embotellada. No sĂ© si será sugestiĂłn o se trata de un milagro “isidril”. No obstante, despuĂ©s de ver cĂłmo se vive por esos mundos perdidos y no buscados, cada vez creo menos en los milagros.
Aunque tambiĂ©n pienso que despuĂ©s de tantos recortes y continuos sobresaltos, ya es casi milagroso que aĂşn tengamos ganas de verbenas, puentes y acueductos continuos, celebraciones futbolĂsticas y algaradas callejeras, no sabiendo quĂ© nos contará el prĂłximo viernes nuestra pequeña Soraya.

Creo que vamos a necesitar muchas botellas para poder formar ese milagroso rĂo que precisamos para limpiar el mal ambiente y la mucha podredumbre que nos aflige y que se marchen mar adentro hacia el “triángulo de las Bermudas”, a ver si allĂ desaparecen por completo. Le enviarĂa algunas a Rajoy y a sus muchachos para que las tomen antes de iniciar cada Consejo de Ministros, a ver si el Santo Labrador hace nuevamente el prodigio de sacarnos del pozo, como hizo con ese famoso niño.
Claro que la mejor soluciĂłn, serĂa la que indicaba Edward Langley, el famoso pintor londinense de fines del siglo XIX : “ Lo que este paĂs necesita es mayor cantidad de polĂticos en el paro”.
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