Muertes sin sentido
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
Dice un sabio proverbio que con la vida traemos aparejada la muerte. Luego el hecho de morirse deberĂa considerarse por todos nosotros tan natural como vivir. Sin embargo, tambiĂ©n parece demostrado que, aunque inevitable, nadie quiere morirse, aun cuando se padezca la más cruel de las enfermedades.
Por eso nos indignan de una manera especial ese cúmulo de muertes sin sentido que se producen en nuestro entorno a diario, esas muertes inútiles a las que nos hemos acostumbrado como al mal tiempo, anunciadas a diario en prensa, radio y televisión, explicadas con todo lujo de detalles, ante cuyas imágenes ya ni siquiera nos inmutamos, a pesar de que suelen coincidir con la hora del almuerzo o de la cena: muertes por violencia machista, por accidentes de tráfico, por negligencias. En definitiva, por falsos ideales o por algo más pragmático: por dinero.
Parece mentira que cada año mueran entre sesenta y setenta mujeres a manos de los que son o fueron sus maridos, sus novios o sus amantes. Cuatro mil quinientos años de civilización no han conseguido erradicar de la mente de muchos hombres, en apariencia normales, la idea de que la mujer es un objeto que le pertenece.
La posesiĂłn dominante del hombre sobre la mujer se comienza manifestando en los reparos del macho a la forma de vestir de la vĂctima, a sus idas y venidas, a una obligatoria sumisiĂłn verbal tácita por parte de ella, a los malos tratos fĂsicos, primero esporádicos y más tarde sistemáticos y por Ăşltimo, al asesinato.
CONTROLAR AL MALTRATADOR
Las soluciones son complejas, y estos crĂmenes sĂłlo nos muestran la punta de este iceberg, cuyas consecuencias se repiten inexorablemente año tras año. ¿Más policĂa? ¿Denuncias instantáneas de las mujeres maltratadas? ¿Sistemas de seguridad dobles que controlen al maltratador y avisen de su proximidad a la maltratada? ¿Programas educativos especĂficos en las escuelas e institutos? ¿Mayor colaboraciĂłn ciudadana cuando se contemplen actos de violencia? No tengo la respuesta.
Si realmente no somos capaces de interiorizar desde pequeños la igualdad y el derecho a la integridad de las personas, sea cual sea su sexo, condición social o creencia religiosa, no hay nada que hacer.
En otro orden de cosas, los accidentes de tráfico se suceden dĂa tras dĂa, acumulándose más de mil con desenlace fatal al final de cada año, sin que nos inmutemos siquiera. Hemos asumido este enorme nĂşmero de muertes como si se tratase de un tributo que la sociedad moderna ha de pagar por su más que discutible progreso.
Cada vida sesgada, cada invalidez permanente provocada por un accidente de tráfico, acarrea el infierno de
por vida para los familiares más allegados, para los amigos Ăntimos, dejando tras de sĂ una estela de orfandad, viudedad, capacidades y sueños truncados para muchos y para siempre, en suma, dolor.
Y por Ăşltimo no quiero dejar de referirme a las muertes provocadas por ideas polĂticas, como las de los atentados del 11 M en los trenes de cercanĂas de Madrid, o las provocadas por negligencias, como la del aviĂłn en Barajas o del AVE en las cercanĂas de Santiago.
PRIORIZAR LA SEGURIDAD DE LOS CIUDADANOS
Las primeras no tienen ni sentido ni explicaciĂłn en tanto en cuanto ninguna creencia polĂtica o religiosa puede basarse en la eliminaciĂłn sistemática de los que disientan de ella, porque la libertad de las personas está por encima de cualquier ideologĂa que la quiera someter a sus preceptos.
En cuanto a las segundas, provocadas las más veces por un ridĂculo sentido del ahorro en dispositivos que valen sĂłlo cientos de euros, o por la supresiĂłn de puestos de trabajo y de servicios que podrĂan haberlas evitado, indignan especialmente en medio de este sucio mundillo en el que nos movemos, plagado de sobornos, corrupciones y engaños multimillonarios.
Los poderes pĂşblicos deben priorizar la seguridad de la ciudadanĂa primero, y su necesario bienestar social despuĂ©s. Ellos son los encargados de administrar el presupuesto de nuestra naciĂłn para conseguir estos fines esenciales, dándoles prioridad. Si año tras año las estadĂsticas se repiten en estos tres frentes que he enumerado, no hace falta ser muy listo para constatar que no lo están haciendo bien.
Además, en caso de delito cometido por acciĂłn u omisiĂłn y condenado por los tribunales de justicia con todas las garantĂas legales, las penas deben ser ejemplares, para disuadir a aquellos que nunca piensan en las consecuencias de sus actos sobre las vidas de personas inocentes.
Recientemente hemos podido comprobar cĂłmo dos famosos eran condenados a ridĂculas penas de cárcel, tras atropellar o arrollar brutalmente a otras personas, con el resultado de muerte. El dinero tiene que dejar de ser un atenuante cuando se acaba con la vida de alguien, precisamente porque la vida no tiene precio. Ya es hora de que los polĂticos se apliquen en su trabajo, porque nos va la vida en ello. PiĂ©nsenlo.
Dice un sabio proverbio que con la vida traemos aparejada la muerte. Luego el hecho de morirse deberĂa considerarse por todos nosotros tan natural como vivir. Sin embargo, tambiĂ©n parece demostrado que, aunque inevitable, nadie quiere morirse, aun cuando se padezca la más cruel de las enfermedades.
Por eso nos indignan de una manera especial ese cúmulo de muertes sin sentido que se producen en nuestro entorno a diario, esas muertes inútiles a las que nos hemos acostumbrado como al mal tiempo, anunciadas a diario en prensa, radio y televisión, explicadas con todo lujo de detalles, ante cuyas imágenes ya ni siquiera nos inmutamos, a pesar de que suelen coincidir con la hora del almuerzo o de la cena: muertes por violencia machista, por accidentes de tráfico, por negligencias. En definitiva, por falsos ideales o por algo más pragmático: por dinero.
Parece mentira que cada año mueran entre sesenta y setenta mujeres a manos de los que son o fueron sus maridos, sus novios o sus amantes. Cuatro mil quinientos años de civilización no han conseguido erradicar de la mente de muchos hombres, en apariencia normales, la idea de que la mujer es un objeto que le pertenece.

CONTROLAR AL MALTRATADOR
Las soluciones son complejas, y estos crĂmenes sĂłlo nos muestran la punta de este iceberg, cuyas consecuencias se repiten inexorablemente año tras año. ¿Más policĂa? ¿Denuncias instantáneas de las mujeres maltratadas? ¿Sistemas de seguridad dobles que controlen al maltratador y avisen de su proximidad a la maltratada? ¿Programas educativos especĂficos en las escuelas e institutos? ¿Mayor colaboraciĂłn ciudadana cuando se contemplen actos de violencia? No tengo la respuesta.
Si realmente no somos capaces de interiorizar desde pequeños la igualdad y el derecho a la integridad de las personas, sea cual sea su sexo, condición social o creencia religiosa, no hay nada que hacer.
En otro orden de cosas, los accidentes de tráfico se suceden dĂa tras dĂa, acumulándose más de mil con desenlace fatal al final de cada año, sin que nos inmutemos siquiera. Hemos asumido este enorme nĂşmero de muertes como si se tratase de un tributo que la sociedad moderna ha de pagar por su más que discutible progreso.
Cada vida sesgada, cada invalidez permanente provocada por un accidente de tráfico, acarrea el infierno de

Y por Ăşltimo no quiero dejar de referirme a las muertes provocadas por ideas polĂticas, como las de los atentados del 11 M en los trenes de cercanĂas de Madrid, o las provocadas por negligencias, como la del aviĂłn en Barajas o del AVE en las cercanĂas de Santiago.
PRIORIZAR LA SEGURIDAD DE LOS CIUDADANOS
Las primeras no tienen ni sentido ni explicaciĂłn en tanto en cuanto ninguna creencia polĂtica o religiosa puede basarse en la eliminaciĂłn sistemática de los que disientan de ella, porque la libertad de las personas está por encima de cualquier ideologĂa que la quiera someter a sus preceptos.
En cuanto a las segundas, provocadas las más veces por un ridĂculo sentido del ahorro en dispositivos que valen sĂłlo cientos de euros, o por la supresiĂłn de puestos de trabajo y de servicios que podrĂan haberlas evitado, indignan especialmente en medio de este sucio mundillo en el que nos movemos, plagado de sobornos, corrupciones y engaños multimillonarios.

Además, en caso de delito cometido por acciĂłn u omisiĂłn y condenado por los tribunales de justicia con todas las garantĂas legales, las penas deben ser ejemplares, para disuadir a aquellos que nunca piensan en las consecuencias de sus actos sobre las vidas de personas inocentes.
Recientemente hemos podido comprobar cĂłmo dos famosos eran condenados a ridĂculas penas de cárcel, tras atropellar o arrollar brutalmente a otras personas, con el resultado de muerte. El dinero tiene que dejar de ser un atenuante cuando se acaba con la vida de alguien, precisamente porque la vida no tiene precio. Ya es hora de que los polĂticos se apliquen en su trabajo, porque nos va la vida en ello. PiĂ©nsenlo.
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