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¿Republicanos monárquicos?

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Desde el mismo instante en que Juan Carlos I, rey de España, anunció su intención de abdicar, hemos sufrido un cierto empacho televisivo, radiofónico y periodístico, producido por la noticia en cuestión. Simultáneamente, como cada vez que nuestra clase política juega al “Vamos a contar mentiras”, todo el mundo se mostró sorprendido por la impactante noticia, a la vez que horas más tarde todo el mundo reconocía saber de antemano que, por una u otra fuente altamente confidencial, dicha noticia se iba a producir.

Los no sorprendidos, como casi siempre, fuimos nosotros, la gente de a pie, porque la cosa se veía venir a gritos: caída en picado de la monarquía como institución, estado de salud cada vez más deteriorado de un monarca no demasiado anciano (compáresele con su parienta lejana, la reina de Inglaterra, con sus ochenta y ocho resplandecientes añitos) y revolcón estrepitoso en las elecciones europeas de los dos grandes partidos que se han venido alternando en el poder desde 1982, sosteniendo con sus respectivos gobiernos a la  monarquía de manera incuestionable.

De otra parte, la coyuntura ha servido como excusa para derramar ríos de tinta sobre las bondades o las maldades de la monarquía o de la república, según se tratase de una formación política u otro.

También para estas ocasiones se echa mano de frases manidas que a todos nos suenan, porque se desempolvan cada vez que un acontecimiento de cierta relevancia lo requiere: sentido de estado, partido serio, compromiso con la transición, o bien dar la voz al pueblo, democracia secuestrada, y, según quién defienda qué, la monarquía o la república, respectivamente, nos aseguran que éste o aquél régimen político nos traerá pleno empleo, perros atados con longanizas y prosperidad eterna.

Yo prefiero salirme de esta pelea de perros, para opinar desde otro punto de vista. Porque se puede ser honestamente monárquico, nos referimos a una monarquía parlamentaria, naturalmente, o sincera y honestamente republicano, sin que ello suponga retrotraernos a los aciertos y errores de la II República Española. Porque si le buscamos las cosquillas históricas a ambas formas de gobierno, seguro que se las encontramos.

DESCONCIERTO

La historia de España de verdad, no la que algunos se empeñan en reescribir, está plagada de monarcas desastrosos que arruinaron sistemáticamente a este país durante siglos y de una parte considerable de políticos republicanos que condujeron a este país a una guerra civil, unos por acción y otros por omisión. A una guerra civil tras la cual los vencedores se ensañaron con los vencidos, que curiosamente representaban al gobierno legítimamente elegido en las urnas.

La pregunta, por tanto, es: ¿Se puede ser republicano monárquico? Porque cuando planteamos esta cuestión, nuestras cortas entendederas crujen. Lo lógico es que si decides ser monárquico no puedes ser republicano. Y al revés. No obstante, nuestros queridos políticos del PSOE, descalabrados una y otra vez en las urnas, acaban de inventar eso de “nosotros somos republicanos desde siempre, pero defendemos la monarquía constitucional”.

Y la gente se ríe, porque piensa: si no eres capaz de defender tus principios de toda la vida, ¿cómo vas a defender mi subsidio de desempleo, o mi seguridad social universal y gratuita, o mi enseñanza pública de calidad, o una iglesia católica puesta en su sitio, esto es, fuera de las escuelas, institutos y hasta del ejército, o una justicia realmente igual para todos?

Con este desconcierto generalizado, los futuros votos de PSOE se van volando hacia otras parcelas de poder presentes o futuras que garanticen un mínimo de coherencia y de honestidad. Me refiero a esas nuevas fuerzas políticas emergentes que han irrumpido con un lenguaje fresco, de la calle, en medio de todo el cinismo que sufrimos a diario.

QUE ELIJA LA CIUDADANÍA

Evidentemente, no me refiero en ningún caso al PP, porque son caso aparte: a ellos también les resta pasar su calvario en las urnas, con sus interminables listas de corruptos, con sus tesoreros, con su sarta de mentiras incumpliendo no uno o varios, sino todos los puntos de su programa electoral.

Para rematar todo este disparate, nadie nos cuenta la verdad. Tras la Constitución de 1978, todos los poderes reales atribuidos a la corona, heredados del franquismo, se diluyeron y desaparecieron. Que nadie espere milagros.

El futuro rey no puede, ni siquiera debe, opinar políticamente, puesto que está por encima de cualquier gobierno”.

Su actividad se reduce a representar a nuestro país en cierto tipo de actos en los que no se requiere la presencia del Presidente de Gobierno, a servir de árbitro en determinados conflictos, pero sin capacidad de influencia alguna. Toda decisión real, toda iniciativa política deberá ser previamente aprobada por el gobierno.

Hoy por hoy, la sucesión real tiene la mayoría parlamentaria garantizada. Tal vez en un futuro próximo cambien los equilibrios políticos en el Congreso de los Diputados y ya no exista esa casi unanimidad en mantener blindada nuestra constitución, a la que un buen remozamiento no le vendría mal.

No obstante, la diferencia esencial entre monarquía y república es que la presidencia de ésta última se renueva periódicamente, no es hereditaria como la monarquía, se elige por la ciudadanía y, si lo hace mal, se cambia. A mí me parece mucho más lógico y sobre todo, más democrático. ¿Y a ustedes?
  
  
  


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