Falsos profetas

Aparecen inevitablemente cada tres años y medio, justo en el momento en que se acercan las elecciones municipales, autonómicas y generales. Son los mismos de siempre, las mismas caras, los mismos nombres y apellidos, pero se someten temporalmente a un lifting político y vuelven a echar mano de su cuajo, de su poca vergüenza, para volver a ofrecerse ante nuestros ojos como salvadores de la patria.
Hablar de política en nuestro país va resultando ya cansino. Porque aquí no se hace política, se acumulan privilegios y riquezas de por vida a través de la política. Aunque resulte doloroso generalizar, la inmensa mayoría de las personas que desde hace muchos años ocupan responsabilidades políticas derivadas de haber sido elegidos para uno u otro cargo público por la ciudadanía intuyeron, desde los comienzos de la transición española, que a través de la política se obtenían beneficios más seguros de los dineros públicos que montando una empresa y arriesgando el capital propio.
No se sale indemne de una dictadura de cuarenta años, que todo lo pudrió y lo corrompió. Los hábitos de enchufismo, amiguismo y clientelismo están tan arraigados en la sociedad española que mucho me temo que

Y si, para colmo, gobiernan los caciques de siempre, con sus once millones de votos, que se dice pronto (aunque ahora casi nadie reconoce haberlos votado) con sus impecables caretas de demócratas de toda la vida y las chaquetas desgastadas de tanto cambiárselas, peor que peor.
Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo han revuelto temporalmente las apacibles aguas en las que nadan estos dinosaurios, acostumbrados a amañar las reglas del juego para ganar siempre.
UN ESPEJISMO MÁS
Sin embargo, me temo que la cosa quedará en un espejismo más, toda vez que la proporcionalidad aplicada a los resultados en este caso no se parece en nada a nuestra ley electoral, a esa que se encargaron de consensuar hace treinta y tantos años los dos grandes partidos para gobernar en alternancia indefinidamente, primando, además, a unas minorías sobre otras. Y si no, que se lo digan a los catalanes y vascos, que tanto protestan y que de tantos privilegios disfrutan.

Si el total de votos de una convocatoria electoral se dividiese a rajatabla entre el número de elegibles, otro gallo nos cantaría. Porque, por poner un ejemplo, con las asignaciones fijas de diputados que cada provincia tiene según la actual ley electoral, se da el caso de que en Soria hace falta para elegir a un diputado sólo una décima parte de los votos de los que se necesitarían para ser elegido ese mismo diputado en Madrid.
Sé que lo que planteo parece una utopía, pero castillos más grandes han caído. Mientras tengamos al frente de nuestros gobiernos a esta camarilla de tahúres, el juego nos seguirá siendo desfavorable. Y que nadie se engañe: esta gente no está por mantener en nuestro país una educación y una sanidad pública de calidad, sino por hacer negocios privados a través de la educación y la sanidad.
EN CASA Y CON LA PATA QUEBRADA
Para ellos, los parados son todos una partida de vagos y eso de los subsidios es tirar el dinero. El que quiera tener jubilación, que se pague de su bolsillo un plan de pensiones. Ni siquiera reaccionan cuando se disparan todas las alarmas sobre la desnutrición infantil o los índices crecientes de pobreza y desamparo social.

Y si miramos hacia la cúpula empresarial, una mitad se encuentra en la cárcel y la otra mitad critica que un ama de casa se apunte al paro. ¿Qué es eso de que las mujeres quieran tener acceso al trabajo en igualdad de oportunidades que los hombres? ¿Es que se han vuelto locas?
La mujer, en casa y con la pata quebrada, como se ha dicho toda la vida. Mientras tanto, la iglesia nos pide santa paciencia y los sindicatos buscan nuevos yacimientos de dinero con los que mantenerse a flote, porque con sus cuotas no tienen ni para pagar la factura del teléfono.
Si no nos movemos, nada se moverá. Si tan sólo nos quejamos, nos seguirán pasando por encima. Si no cambiamos la baraja, seguiremos perdiendo nosotros, nuestros hijos y hasta nuestros nietos. A no ser que se busquen un buen padrino, o una buena madrina, y se dediquen a la política.
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